Hay una tensión entre dos posibles actitudes en la vida: darlo todo y vaciarnos o no dar nada y guardarnos egoístamente. Queremos dar, queremos ayudar, porque dar nos hace sentirnos útiles y porque somos capaces de amar. Pero al mismo tiempo tendemos a reservarnos, a buscar nuestro espacio, a dar respuesta a nuestros gustos, a pensar sólo en nosotros. Vivimos esta tensión muchas veces.
Es verdad que el amor sano y auténtico nos lleva a querer entregarlo todo. Es una necesidad que surge de un alma que busca amar, aunque sepa que la pureza de intenciones cuando nos damos no se da siempre: «Descubro entonces que mi servir no tiene la pureza de intención que debería tener, pero incluso así tengo que salir a servir porque me llena, y me sale natural, y el quedarme sola me espanta».
Nos damos porque nos llena, porque dando recibimos mucho más, porque nos alegra ayudar y servir a otros, porque así nos sentimos útiles, no lo podemos negar. Pero no por eso pierde sentido y fuerza nuestra entrega. Dios se sirve de ello.
Y así estamos siendo fieles a lo que el Papa Francisco señala en su Exhortación: «La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión». Es misión dar, entregar la vida, hacer algo por los demás, salir de nosotros mismos, ayudar al que necesita, ser misericordiosos.
Reflexión del Padre Carlos Padilla:
ser persona
Reflexión del Padre Carlos Padilla:
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