¿Puede la fe cristiana orientarme en la búsqueda de la verdad que oriente mi vida? - A la hora de orientar la propia vida importa mucho conocer el verdadero amor - Muchos actúan como si el amor fuera sólo un sentimiento y nada tuviera que ver con un planteamiento inteligente - El amor de la persona tiende a su permanencia, quiere ser un amor inacabable y eterno - La verdad y el amor, lejos de oponerse, se ayudan mutuamente - En la fidelidad se aúnan la verdad y el amor. En cambio la traición se alimenta de la mentira y el egoísmo
Un difundido relativismo ambiental considera que la verdad carece de importancia, al menos de relevancia práctica. ¿Qué importaría que yo conozca o no determinadas verdades, si no puedo disfrutar lo que me gusta y obtener lo que deseo?
Pero la verdad no es ajena a lo que amo y lo que puede hacerme feliz. A la hora de proyectar mi propia vida, mala cosa sería renunciar a mi inteligencia, siempre encaminada tenazmente a conocer la verdad. ¿Puede la fe cristiana orientarme en la búsqueda de la verdad que oriente mi vida? «Para responder, es necesario reflexionar sobre el tipo de conocimiento propio de la fe. Puede ayudarnos una expresión de san Pablo, cuando afirma: “Con el corazón se cree” (Rm 10,10).
En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo» (Papa Francisco, Enc. Lumen fidei, n. 26).
En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo» (Papa Francisco, Enc. Lumen fidei, n. 26).
A la hora de orientar la propia vida importa mucho conocer el verdadero amor: Pondus meum, amor meus −decía San Agustín−, Mi amor es mi peso. Yo me inclino del lado en que lo hace mi amor. Y aquí la enseñanza de la fe es muy orientadora: «La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad» (ídem).
Muchos actúan como si el amor fuera sólo un sentimiento y nada tuviera que ver con un planteamiento inteligente. «El amor se concibe hoy como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad (…). Pero esta descripción del amor ¿es verdaderamente adecuada? En realidad, el amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene. Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio ‘yo’ para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada» (ídem, n. 27).
El amor de la persona tiende a su permanencia, quiere ser un amor inacabable y eterno. «Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al ‘yo’ más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto» (ídem).
La verdad y el amor, lejos de oponerse, se ayudan mutuamente. «Si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca. Quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada» (ídem).
En la fidelidad se aúnan la verdad y el amor. En cambio la traición se alimenta de la mentira y el egoísmo. «Una expresión eminente de este descubrimiento del amor como fuente de conocimiento, que forma parte de la experiencia originaria de todo hombre, se encuentra en la concepción bíblica de la fe. Saboreando el amor con el que Dios lo ha elegido y lo ha engendrado como pueblo, Israel llega a comprender la unidad del designio divino, desde su origen hasta su cumplimiento. El conocimiento de la fe, por nacer del amor de Dios que establece la alianza, ilumina un camino en la historia. Por eso, en la Biblia, verdad y fidelidad van unidas, y el Dios verdadero es el Dios fiel, aquel que mantiene sus promesas y permite comprender su designio a lo largo del tiempo» (ídem, n. 28).
Rafael María de Balbín
almudí
almudí
No hay comentarios:
Publicar un comentario