lunes, 23 de diciembre de 2013

Autoridad y comprensión


M. Chagall, Violinista (1914)

   En la exhortación “Evangelii gaudium” el Papa Francisco propone que los educadores en la fe sean “alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (n. 168).

     Hoy la autoridad se confunde frecuentemente con el poder. De ahí la dificultad para resolver, en educación, el dilema entre autoridad y “comprensión” (término que se suele reducir a la tolerancia), exigencia y cariño, prestigio del profesor y cercanía al alumno. Todo esto importa mucho en la educación cristiana; pues según el cristianismo toda auténtica autoridad –también la educativa– viene de Dios (cf. Rm 13, 1) y encuentra su definitiva legitimación en el servicio al bien común, cuya plenitud es el amor.


Verdad y amor, verdad y caridad

      La relación entre verdad y amor, verdad y caridad, es para San Pablo algo importante y bello. Él propone “hacer la verdad en la caridad” (Ef 4, 15). Y esto ha sido calificado por Joseph Ratzinger como “fórmula fundamental de la existencia cristiana”precisamente durante el funeral por Juan Pablo II. Así lo explicaba el entonces Cardenal alemán: “En Cristo, coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como ‘un címbalo que retiñe’ (1 Co 13, 1)” (Card. Ratzinger, Homilía en las exequias de Juan Pablo II, 8-IV-2005). 

     A partir de esta raíz cristológica, se entiende bien que la relación entre verdad y amor no sea un tema más para la cultura o para la educación católica. “La síntesis entre verdad y amor –señaló Benedicto XVI– constituye el centro vital de la cultura católica” (Discurso en la Universidad Católica del Sacro Cuore, 25-XI-2005). 

    En su Carta a los católicos de China, subrayaba el Papa Ratzinger la raíz evangélica de esa relación. Señalaba que “verdad y amor son las dos columnas basilares de la vida de la comunidad cristiana”; y recordaba que “la Iglesia del amor es también la Iglesia de la verdad, entendida ante todo como fidelidad al Evangelio encomendado por el Señor Jesús a los suyos” (Carta a los católicos de China, 27-V-2007 y Audiencia general7-IV-2006).


Para seguir auténticamente a Cristo

    En clave personalista y espiritual, observaba poco después que la unión entre verdad y amor no es algo abstracto, sino criterio auténtico del seguimiento de Cristo. “Se trata de la decisión fundamental de dejar de considerar la utilidad, la ganancia, la carrera y el éxito como el objetivo último de mi vida, para reconocer sin embargo como criterios auténticos la verdad y el amor” (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, 1-IV-2007). 

      En la misa crismal de 2009 volvía al corazón de la cuestión, señalando que “en Jesucristo verdad y amor son una cosa sola”. Lo explicaba así: “Estar inmersos en Él significa estar inmersos en su bondad, en el amor verdadero. El amor verdadero no está de rebajas, puede ser también muy exigente. Opone resistencia al mal, para llevar al hombre al verdadero bien. Si nos convertimos en una sola cosa con Cristo, aprendemos a reconocerlo en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces llegamos a ser personas que sirven, que reconocen a Sus hermanos y hermanas y que en ellos le encontramos a Él mismo” (Benedicto XVI, Homilía 9-IV-2009).


Dones de Dios, fuerzas para ayudar a las personas y trasformar la sociedad

    En su última encíclica, Caritas in veritate (2009), describía que la verdad y el amor no son productos humanos, sino dones de Dios que nos precede y constituye (por amor) en nuestra existencia, y por tanto puede y quiere indicarnos qué es el bien y en qué consiste nuestra felicidad (cf. n. 52). Así se entiende bien el comienzo del texto, cuando proclama que “la caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (n. 1). 

     Lo reiteraba en un encuentro con la Comisión Teológica Internacional, constatando lacapacidad transformadora de la fe cristiana, precisamente por la unión entre verdad y amor: “La transformación de la sociedad, realizada por los cristianos a través de los siglos, es una respuesta a la venida al mundo del Hijo de Dios: el esplendor de tal Verdad y Caridad ilumina toda la cultura y sociedad” (Discurso 5-XII-2011).



De la sinfonía entre verdad y amor surge la belleza...

      De la unión entre verdad y caridad surge la belleza, había dicho el mismo año a los artistas: “Es precisamente desde la unión, quisiera decir desde la sinfonía, desde la perfecta armonía de verdad y caridad, de donde emana la auténtica belleza, capaz de suscitar admiración, maravilla y alegría verdadera en el corazón de los hombres. El mundo en que vivimos necesita que la verdad resplandezca y no sea ofuscada por la mentira o por la banalidad; necesita que la caridad inflame y no sea superada por el orgullo y por el egoísmo”.

     Y continuaba: “Necesitamos que la belleza de la verdad y de la caridad alcance lo íntimo de nuestro corazón y lo haga más humano”. Por eso les aconsejaba: “No busquéis nunca la belleza lejos de la verdad y de la caridad, sino que con la riqueza de vuestra genialidad, de vuestro impulso creativo, sed siempre, con valor, buscadores de la verdad y testigos de la caridad; haced resplandecer la verdad en vuestras obras y haced de modo que su belleza suscite en la mirada y en el corazón de quien las admira el deseo de hacer bella y verdadera la existencia, toda existencia, enriqueciéndola con ese tesoro que no disminuye nunca, que hace de la vida una obra de arte y de cada hombre un artista extraordinario: la caridad, el amor” (Benedicto XVI, Discurso a los artistas, 4-VII-2011).


...también en las nuevas tecnologías

     Por su parte, el Papa Francisco ha señalado que esta belleza, que procede de la unión entre verdad y amor, ha de resplandecer también en los medios de comunicación social, en el gran continente digital de las nuevas tecnologías. Para esto se necesita no sólo la tecnología sino también la formación, para que los cristianos sepamos llevar a ese ámbito lo que tenemos dentro: nuestras experiencias, sufrimientos y anhelos, la búsqueda de la verdad, de la belleza y de la bondad. Y así, “indicar y llevar a Cristo” (cf. Discurso al Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales, 21 de septiembre de 2013).

     En su exhortación Evangelii gaudium (24-IX-2013), se refiere a la necesidad de seguir “el camino de la belleza” en la educación de la fe. “Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros” (n. 167). La belleza es un camino para enlazar la autoridad con la auténtica comprensión


Autoridad "y" comprensión

            Comprensión quiere decir capacidad para entender la realidad y poder así ayudar al otro. Eso pide atención, sensibilidad, perspicacia para saber mirar detrás de lo que aparece en la superficie; pide integrar los gestos o actitudes en la línea de la trayectoria vital de esa persona; aprovechar la experiencia propia para hacer el bien, sin clasificar a las personas en dos cajas: amigos o enemigos; intentar ver al otro en lo que es, dejándole libre y permaneciendo uno mismo libre. Basta contemplar, por ejemplo, las historias narrada en la película “Amor bajo el espino blanco” (Z. Yimou, 2012) o “Diarios de la calle” (R. LaGravenese, 2007). Eso es difícil en la vida misma, y clave para el educador.

            Concluyendo, el cristiano busca identificarse con Cristo, en el que se encuentra la unión entre verdad y amor. Eso es lo que le da al cristiano la capacidad transformadora del ambiente que le rodea, de modo que pueda contribuir al bien común, y oponerse tanto a la mentira y a la banalidad como al orgullo y al egoísmo. Esto es lo que puede hacer de cada persona un artista extraordinario. Y de la educación cristiana, una auténtica obra de arte donde también resplandezca la belleza.  

Ramiro Pellitero

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