El Juicio Final es un lugar para la esperanza, por la certeza que infunde de que, porque Dios existe y es justo, aparecerán patentes las bondades y maldades de todos
Quizá el lector piense muy razonablemente que me refiero con este título a todos los nacionalismos que tienen fama de realizar esa tarea. Pero no es así. Tampoco aludo a los vencedores de guerras que vuelven a dictar la historia de modo que les justifique o favorezca. Ni a ciertos políticos que narran lo que vemos de modo tan diverso a lo vivido, que resulta irreconocible. De difícil enmienda, pero posible.
Hay eventos humanos imposibles de subsanar, como un asesinato. Puede existir una justa condena a tenor de las leyes humanas, pero jamás resucitará el muerto. También estos sucesos lamentables contribuyen a que se vuelva a escribir la historia. En todo caso, nunca pueden resarcirse con una justicia completa. Esa justicia humana perfecta sencillamente no existe, como tampoco encontraremos la historia veraz y completa de todo el acontecer de los hombres.
Las historias escritas en falso y la justicia incompleta en esta vida están postulando algo que no defraude los afectos ni la mente del hombre, tendentes por naturaleza al bien que llena el corazón y a la verdad necesitada por la razón. Anhelamos un momento en el que se conozca toda la verdad de los hechos y brille la justicia oculta por imposibilidad real o porque fue impartida por móviles ajenos a ese noble quehacer.
Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión.
Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder −bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente− no siga mangoneando en el mundo.
Benedicto XVI añadía en su encíclica sobre la esperanza que abría las puertas a esa virtud en lo que a la verdad y al bien se refieren. Que no cunda el pánico porque afirme que lo explicaba hablando del Juicio Final. Deseo evitar el miedo porque tenemos arreglo mientras vivimos y está escrito de un modo amable.
Pero todos aquellos a los que se hurtó la verdad a la que tenían derecho, como los que sufrieron males injustos, comprobarán que la Justicia existe, es más, necesitamos un Dios que dé todo su esplendor a la verdad y haga brillar su Justicia con tantos muertos inocentes, con los desheredados de la fortuna por las mentiras de otros, con los parados que lo fueron por la avaricia del jefe, con los que se granjearon riquezas injustas, con los mentirosos y desleales, con quienes robaron la honra o la mujer al prójimo... Precisamente, el juicio es un lugar para la esperanza, por la certeza que infunde de que, porque Dios existe y es justo, aparecerán patentes las bondades y maldades de todos. Alguien, Cristo, escribirá la historia verdadera. Y puede ser dentro de millones de años o cualquier día de estos.
Pablo Cabellos Llorente
El levante-EMV / Almudí
El levante-EMV / Almudí
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