domingo, 27 de julio de 2014

El reto de la autenticidad


El reto de la autenticidad
   Se trata de ajustar el pensamiento a la realidad, a la verdad, y esto requiere reflexión y estudio; es necesario que ese pensamiento norme el decir y el hacer, lo cual exige un serio esfuerzo de la voluntad
   Uno de los valores generalmente reconocidos en la actualidad es, sin duda, la congruencia, a pesar de que tantas veces resulte escasa. Un ejemplo evidente en nuestro país es la corrupción, que todo mundo rechaza teóricamente, pero que resulta frecuente en la práctica. La falta de coincidencia entre lo que se piensa, se dice y se hace es, precisamente, lo contrario a la congruencia, también llamada autenticidad.
La persona auténtica atrae, porque se percibe que en ella no existe falsedad, ni artificio, ni afectación; se desenvuelve con sencillez y naturalidad; es siempre la misma, aunque las circunstancias varíen; se encuentra identificada consigo misma y con su situación en el mundo. En Hamlet, hay un momento en que la reina dice a su hijo: Hamlet, parece que estás triste; y él le responde: ¿Parece? Yo no sé parecer.


La persona auténtica no sabe parecer, se manifiesta como es, porque lo que dice y hace coincide con lo que piensa. En cambio, la falta de congruencia origina la doble vida: la persona se desenvuelve honradamente en la vida privada y no así en la vida profesional o pública, donde “todo se vale”; cultiva una imagen en el ámbito familiar, como sería la fidelidad conyugal, y la contradice con su comportamiento, procurando ocultarlo.
Vivir conforme a lo que se piensa, requiere ordinariamente la intervención de una voluntad fuerte para controlar aquellas tendencias que inclinan en una dirección contraria y secundar lo que la inteligencia presenta como adecuado, que no siempre será lo más fácil ni lo más cómodo.
Pero, ¿basta con la coincidencia entre lo que se piensa, se dice y se hace, para ser auténtico? ¿Qué ocurre, por ejemplo, con quien considera que el robo es correcto, y lo ejerce? Ciertamente cabría hablar de una congruencia subjetiva, pero difícilmente podría calificarse de persona auténtica a quien vive de sustraer los bienes de los demás.
Lo mismo habría que afirmar del pederasta, convencido de que, en su caso particular, existen motivos para considerar esa perversa forma de proceder como adecuada. ¿Cabría decir que es auténtico porque vive como piensa? Evidentemente, no. Entonces, ¿qué otra condición habría que añadir para garantizar la congruencia y poder calificar a una persona de auténtica? Parece claro que no basta pensar de cualquier manera, sino de acuerdo con una verdad que responda a la realidad de las cosas.
El deber de respetar los bienes ajenos y la obligación de evitar el abuso de menores son verdades que responden a la naturaleza de la persona humana, antes que a cualquier ley civil o eclesiástica. Lo mismo habría que decir sobre el respeto a la vida, a la libertad y a tantas otras realidades que se apoyan en una verdad objetiva, que forma parte de la congruencia.
El relativismo postula lo contrario: no existe la verdad objetiva, todo depende de la subjetividad de las personas. Sobre esta base resulta muy difícil edificar una congruencia que conduzca al progreso del hombre y de la sociedad. Acciones como la corrupción, la doble vida, el robo o la pederastia, podrían justificarse con facilidad, al carecer de un criterio de verdad que las descalificara. ¿No estará aquí el origen de la mayoría de los males de nuestro país?
Ciertamente la solución no es fácil y el reto es grande, porque se trata de ajustar el pensamiento a la realidad, a la verdad, y esto requiere reflexión y estudio. Y porque es necesario que ese pensamiento norme el decir y el hacer, lo cual exige un serio esfuerzo de la voluntad. Si se cuenta además con la fuerza de los sentimientos que secunden, las probabilidades de alcanzar una autenticidad más plena se incrementan.
En definitiva, para ser una persona congruente y auténtica parecen necesarias las condiciones antropológicas que Balmes proponía: cabeza de hielo, brazos de hierro, corazón de fuego. La meta es alta pero de ella podrían derivarse beneficios importantes.
Francisco Ugarte Corcuera es doctor en Filosofía.
reforma.com /almudi.org

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