¡Cuántas páginas de revistas, de ensayos y de periódicos se han escrito sobre el fenómeno del consumismo y cuántas veces cierto tipo de política ha hecho todo lo que ha podido para «incentivar el consumo», con el convencimiento de que sería la panacea para la economía nacional!
Un filósofo original como Augusto del Noce (1910-1989) con esa frase de su intervención en el “Meeting” de Rimini hace años, señalaba un aspecto especial, casi “sacral” del frenesí consumista, que contamina incluso el campo religioso y genera una especie de fe acomodaticia, podríamos decir «a la carta». Como pasa cuando en un restaurante nos ponen entre las manos el menú y escogemos lo que nos gusta, así se combina una fe que selecciona lo menos molesto y comprometido.
De esta manera surge «la religión propia de la sociedad opulenta y consumista» como dice Del Noce. Un ejemplo lo tenemos en la “New Age” y movimientos afines, que mezclan mensaje y masaje, yoga y yogourt. Su Eucaristía a la dieta, la confesión es la sesión de psicoanálisis, su templo los grandes almacenes o un santuario de “fitness”. Tiene razón el filósofo cuando dice que esa actitud es más peligrosa que el ateísmo riguroso, pues este te obliga a encontrar las razones auténticas de tu fe y a contrastarlas, mientras que la espiritualidad vaga incolora del bienestar reduce el creer a un polvillo dorado que ignore la firmeza de la fe y la fortaleza de la vida moral.
Vicente Huerta
serpersona.info
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