Sólo la conversión de los corazones de los cristianos puede abrir la puerta a una evangelización nueva y viva
La Iglesia se enfrenta a un otoño muy importante. Se van a producir dos acontecimientos decisivos que mantienen expectantes a los católicos: el Sínodo ordinario de la familia, y la apertura del Jubileo de la Misericordia. Son dos ocasiones para que la Iglesia responda a las necesidades del mundo actual, desgarrado y sufriente por la crisis que la familia, de diferentes maneras, padece en casi todas partes.
También son ocasiones para recordar que ser cristiano significa seguir el ejemplo de Jesús en el camino de la misericordia, en lugar de obedecer a un código de normas. Y sólo mediante el reconocimiento de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad para hacer el bien y de que tengamos necesidad de recibir la misericordia divina, aprenderemos a ser misericordiosos con los demás. Aprenderemos a intervenir para ayudar y aliviar el sufrimiento, en lugar de juzgar.
El Papa Francisco ha propuesto un programa de reforma de la Iglesia que no sólo se basa en la intervención sobre la organización o en la sustitución de las personas situadas en lugares de mayor responsabilidad, sino que aspira a algo más amplio y decisivo, a saber, a la conversión de los corazones.
Sólo entonces se puede pensar en la reactivación y en dar oxígeno a la familia, tan maltratada por revoluciones ideológicas y transformaciones económicas, para que sea de nuevo una opción de vida deseada y digna de ser construida con cuidado y amor.

Sólo la conversión de los corazones de los cristianos, de modo que sean capaces de practicar la verdadera piedad en su vida cotidiana, testimonio de un verdadero compromiso con el modelo evangélico, puede abrir la puerta a una evangelización nueva y viva. El Papa Francisco, por tanto, ha puesto en marcha un proceso de esperanza y de aliento al que todos tenemos que dar una respuesta.
Lucetta Scaraffia, periodista especializada en información de la Santa Sede, en Revista Palabra.