jueves, 24 de septiembre de 2015

Francisco lleva a Cuba la revolución del Evangelio

¿Qué pasa en Cuba? ¿Se puede seguir llamando comunista a la Isla? Es la pregunta que muchos se hacen tras el viaje apostólico del Papa Francisco a Cuba

El Partido Comunista Cubano, el único legal en el país, ha cambiado de actitud respecto a las visitas pontificias precedentes. En esta ocasión, ha invitado a sus afiliados a participar en las misas que el Papa ha presidido en La Habana, Holguín y Santiago de Cuba. No hubo este tipo de gestos con Juan Pablo II en 1998. Con Benedicto XVI, en 2012, se concedieron solo pequeñas y calculadas dosis de militancia organizada. Esta vez la invitación fue explícita y perentoria: los comunistas fieles a la línea del Partido deberán acoger con respeto al Papa Francisco durante su itinerario por las provincias cubanas y manifestar cálidamente su aprobación.

Nos encontramos ante la paradoja del siglo: uno de los pocos reductos planetarios del comunismo exhorta a sus compañeros a ir a Misa. De hecho, el presidente, Raúl Castro no se ha perdido ninguna de las celebradas por el Papa Jorge Bergoglio. Un auténtico retiro espiritual en cuatro días, del 19 al 22 de septiembre, para el líder de un régimen que impuso durante décadas el ateísmo militante.



La paradoja cubana

La crisis (no solo económica) por la que atraviesa Cuba encuentra en esta paradoja su más claro síntoma. Un sistema ideológico que ha sido contradicho por la Historia no logra mantener la credibilidad de su credo en el estancamiento económico. En cierto sentido, esta misma contradicción se pudo ver en la visita que el Papa realizó a Fidel Castro: el líder máximo de la revolución socialista le acogió vistiendo un chándal Adidas, la famosa multinacional con sede en Alemania.
La visita papal ha tenido lugar en momentos de expectativa y, para muchos, de esperanza. Los acuerdos con los Estados Unidos, que buscan acabar con el embargo económico, abren posibilidades inéditas desde finales de la década de los 50 del siglo pasado. Al mismo tiempo, el desembarco comercial del vecino gigante suscita miedos, no solo entre el comunismo, ante el peligro de que Cuba pueda volver a convertirse en un gran casino de los Estados Unidos. En este contexto, ante estos miedos, los Castro parecen considerar con un cierto cinismo que La Habana bien vale una Misa, es decir, una visita papal.
La respuesta del pueblo ha sido desbordante; en cierto sentido, cubana. Más de medio millón de personas (el país tiene algo más de once) se congregaron el domingo en la simbólica Plaza de la Revolución de La Habana para abrazar al Papa Francisco. Desde que el Pontífice llegó al aeropuerto el 19 de septiembre, las calles por las que ha pasado el papamóvil han sido literalmente tomadas por la gente. Holguín y Santiago se convirtieron también en escenarios de una auténtica fiesta de fe. Se ha podido ver mucha sed de espiritualidad estos días. En este contexto de incertidumbre, el Papa Francisco ha presentado con la elocuencia de su carisma la otra revolución que, según él, necesita Cuba: la revolución de un humanismo basado en el Evangelio.




De la lucha de clases a la reconciliación

En su primer discurso, al ser acogido por Raúl Castro en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana, el Pontífice presentó la primera gran diferencia que separa a la revolución comunista de la revolución cristiana. Frente a la dialéctica marxista y a la lucha de clases, que tantas vidas humanas se han cobrado en el mundo y particularmente en Cuba, el Papa presentó la reconciliación. «El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo», afirmó dejando a un lado los papeles que traía.
Francisco saludó con esperanza el proceso de deshielo que viven La Habana y Washington, gracias en parte a su mediación: «Es un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo», afirmó, animando tanto a Barack Obama como a Castro «a continuar avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades, como prueba del alto servicio que están llamados a prestar en favor de la paz y el bienestar de sus pueblos, y de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo entero».
En este contexto, el Papa repitió la famosa frase que acuñó Juan Pablo II en su visita a Cuba en enero de 1998: «Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba».




Al servicio de las personas, no de las ideologías

Al día siguiente, domingo, ante la silueta de su paisano Ernesto Che Guevara en la plaza capitalina de la Revolución, el obispo de Roma presentó la segunda gran diferencia que existe entre la revolución cristiana y la marxista: el papel de la persona humana. Ante un sistema totalitario, que justifica la pérdida de vidas humanas ante el ideal comunista, Francisco propuso la revolución del servicio. «El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la padece y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas», dijo.
Y con total realismo, prosiguió: «Tenemos que cuidarnos del otro servicio, de la tentación del servicio que se sirve de los otros. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los míos, en nombre de lo nuestro. Ese servicio siempre deja a los tuyos por fuera, generando una dinámica de exclusión».
La revolución cristiana, por el contrario –indicó–, ofrece otro panorama: «Son personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, las que Jesús nos invita a defender, a cuidar y a servir». «Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles».




Jesús Colina. Roma
Alfa y Omega

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