Interesante artículo de Joan Carreras:
En su misma esencia el sexo revela a Dios y ahí está su grandeza y su miseria. El libro del Génesis nos lo revela en los dos relatos de la creación del hombre , pero especialmente en el llamado yahvista de Gn 2, 24: “por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne”. En esta expresión “una carne sola” se encierra el misterio del sexo y, con él, de la Iglesia y de Dios mismo, como se indica en la carta a los Efesios: “misterio grande es este y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32).
En unos momentos históricos en los que la civilización occidental vive en la paradoja de la exaltación de la sexualidad y del cuerpo, el sexo -como explica y demuestra Hadjadj- se da por desaparecido. La Iglesia que no es otra cosa que el mundo reconciliado con Dios también sufre esta pérdida, porque la desaparición del sexo le afecta directamente a ella. La Iglesia ya no se puede comprender cabalmente a sí misma, porque ella es la Esposa de Cristo.
El diagnóstico de la situación que efectuamos en este ensayo es radical. La crisis de la humanidad y de la Iglesia está relacionada con la banalización y profanación del sexo, las cuales afectan necesariamente a la familia. La culpa no la tienen las ideologías contemporáneas, porque ellas son herederas de una civilización que había construido previamente los sistemas jurídicos y teológicos al margen del sexo. En definitiva, se trata de tomarse en serio que el sexo es un misterio y misterio cristiano por excelencia, sin el cual no podríamos entender ni la Eucaristía ni el Matrimonio, sacramentos que se significan recíprocamente.
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