"La hierba -como todas las cosas grandes e importantes del mundo- crece de noche, en silencio, sin que nadie la vea crecer". Porque bondad y bien empalman con silencio, así como la estupidez va siempre acompañada del brillo y del estrépito.
A veces uno se muere de risa: llevas toda tu vida luchando por escribir bien, acusando montañas de páginas, renunciando a millares de diversiones para atarte a este potro de tortura que es la máquina de escribir… ¡y se enteran veinticinco!
Pero te llaman un día a la televisión para que digas las cuatro bobadas que se pueden decir en tres minutos (y que forzosamente en aquel clima de focos y locura no pueden ser otra cosa que bobadas) ¡y luego estás durante un mes encontrándote con amigos que te dicen que te vieron en la «tele» y que hasta te valoran por ese maravilloso éxito de que tu rostro haya aparecido en ese cuadradito luminoso!
Sí, henos aquí en un mundo superinformado que informa de todo menos de lo fundamental. Henos aquí en un tiempo en que nunca sabremos si los hombres aman, esperan, trabajan y construyen, pero en el que se nos contará con todo detalle el día que un hombre muerda a un perro.
Presiento que aquí está una de las claves de la amargura del hombre contemporáneo: sólo vemos el mal, sólo parece triunfar la estupidez. Esto último no es culpa de la prensa: desde que el mundo es mundo, los tontos han hecho siempre mucho ruido. Y así como cien violentos son capaces de traer en jaque a treinta millones de pacíficos, una docena de infradesarrollados son capaces de poner patas arriba todo lo que los mejores lograron construir a lo largo de siglos.
Frente a ello sólo nos queda la sonrisa, reírse un poco de la condición humana y de esa ancha zona de tontería que todos llevamos dentro de vuestra propia alma. Sonreír, y seguir trabajando. Porque ésta es la gran verdad: toda la necedad del mundo nunca será capaz de impedir que la hierba siga creciendo de noche… siempre que la hierba sea capaz de seguir creciendo callada y oscuramente y no caiga también ella en la tentación de envidiar a los ruidosos. Platón lo dijo mucho mejor: «Nada de cuanto sucede es malo para el hombre bueno.» Puede el dolor acorralarnos, pero no emponzoñarnos. Puede la injusticia agredirnos, pero no violarnos. Puede la frivolidad escupirnos, pero no ahogarnos. Sólo la propia cobardía puede conducirnos al desaliento y, con él envenenarnos.
Damos una importancia desmesurada al mal. Invertimos lo mejor de nuestras horas en lamentarnos de él o en combatirlo. Y casi ya no nos resta tiempo para construir el bien.
J. L. Martín Descalzo
serpersona.info
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No sólo lo dijo Platón, también lo dijo S. Pablo con otras palabras: "Para los puros todo es puro". Por lo demás me ha gustado mucho su articulo y, en resumen, me quedaría con lo más importante, o al menos lo más importante para mí: Sólo la propia cobardía puede conducirnos al desaliento y, con él envenenarnos.
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