En medio del tráfago de tantas noticias que nos asaltan cada día, y que pretenden cubrir los horizontes de nuestro vivir: desde el deporte, la política, el último modelo de coche junto al último atentado terrorista en cualquier lugar del mundo; reconozco que en estos días dispongo mi espíritu para saborear la noticia de un hecho histórico, temporal y eterno, que celebraremos enseguida: la novedad de la Navidad: el acontecimiento que descubrió a los hombres el sentido del mundo, el sentido de su propio vivir.
“La vida es el arte de ver lo esencial, escondido detrás de las apariencias. Ante el portal de Belén lo único que cabe es el sobrecogimiento, disposición del hombre frene al misterio. ¡Aunque sólo sea delante de la celebración del nacimiento de un hombre que cambió la historia del mundo!” (Manuel Mandianes).
En el pesebre de Belén está la más asombrosa realidad hecha Carne, hecha Misterio; el más asombroso Misterio escondido en la realidad de la Carne. Y no sólo la de un “hombre que cambió la historia del mundo”; sino la de “Dios hecho hombre, nacido de mujer”, que dio sentido a la historia de los hombres.
En estos días tan cercanos a la Navidad, vuelve el hombre a sentir el sabor de algo que desconoce, de algo que le sobrepasa y le sobrecoge, de algo “incomprensible”, de algo inexplicable, como un recuerdo, una luz que quizá vislumbró en el seno de su madre.
¿Es quizá nostalgia de Dios? ¿Es una necesidad de silencio, de paz interior, para descubrir el sentido del primer llanto, de la primera sonrisa del Niño Jesús? Quizá. Hay hombres que queremos que ese algo “incomprensible” nos llene de su Luz.
Otros hombres y otras mujeres, en cambio, sólo quieren silenciar esos susurros y ahogar hasta el respirar de la criatura, como un día soñó Herodes.
Hace algunos años, el gobierno provincial de Cantón, en China, dispuso que los cristianos podían celebrar la Navidad solamente dentro de sus iglesias, de puertas adentro. No estaban permitidas manifestaciones externas de ningún tipo, que pudieran expresar la Fe y la alegría por la Fiesta.
En estos días, aquí y allá algunos dirigentes locales levantan la voz para quitar los nacimientos de este rincón visible de la ciudad, o del otro. ¿Tienen miedo a que el Niño Jesús, desde la cuna, difunda un espíritu contagioso que ponga en peligro sus puestos de mando? Pretenden llenar el silencio de la Nochebuena con olas de ruido insulso y desacorde. ¿Tienen temor al silencio del portal de Belén?
En el silencio y en el Misterio del Nacimiento de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, revive el silencio y el misterio del primer día de la creación del mundo; de la “incomprensible” Luz que queremos que nos ilumine.
Borges, contemplando el Aleph, ve: “el poniente de Querétaro, el zaguán de una casa en Frey Bentos, la circulación de su oscura sangre;...y otras cosas más o menos de la misma banalidad. Al final de la visión reconoce: “Y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: “el inconcebible universo”.
El “inconcebible universo” era pura “banalidad” que jamás llenará el corazón de ningún hombre; “inconcebible”, pura elucubración humana.
Para ser “iluminado” por esa Luz “incomprensible” -realidad que supera cualquier “concepto” de nuestra mente- en estos días de Navidad, quizá el hombre necesita vaciarse de información, de anuncios, de curiosidades más o menos inútiles, y recogerse en sí mismo, aun sumido en preocupaciones, en alegrías, en angustias, para comenzar un diálogo. Un diálogo que no sea un monólogo consigo mismo, aunque comience por una pregunta que a veces no nos atrevemos a hacer: ¿Quien soy yo? La pregunta tendrá respuesta si da lugar a un diálogo en silencio con ese Niño “envuelto en pañales”; que tendrá lugar en la soledad acompañada del hombre y del Hijo de Dios hecho hombre, y será movido por el deseo de compartir con Dios el misterio de la creación, el misterio de la existencia humana aquí y más allá de la muerte..
Conscientes de su poder sobre la naturaleza, de la capacidad técnica que les permite el domino de amplias zonas del mundo, muchos hombres contemporáneos se resisten a vivir un “diálogo” semejante, porque no quieren admitir la realidad de algo que no les cabe en la cabeza. Ya ni se preguntan por el sentido de su vivir; por el sentido de su libertad; por el sentido de su capacidad de amar; por el sentido del sufrimiento de la que persona que ama. Lo califican de “inconcebible”, y pretenden que lo sea -quizá porque no apareció en ningún “periódico” de la época-, para quitarle enseguida el derecho a existir, como se lo quitan a un feto que presenta “problemas”.
Siempre habrá gobiernos provinciales como el chino de Cantón; siempre nos encontraremos alcaldes y alcaldesas, que pretendan ocultar cualquier signo visible de “Dios que se hace hombre”. Siempre se encontrarán hombres y mujeres que cierren los ojos para no ver el Misterio de Dios hecho realidad, y realidad “tangible”, escondido en un Niño que llora y sonríe en el Portal de Belén. Siempre podremos encontrar hombres y mujeres que se obstinan en no preguntarse nunca por el sentido de su vivir, por saber: ¿Quién soy yo?.
Ernesto Juliá Díaz
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