Para el cristianismo, la Navidad sobrepasa con creces lo intuido en el mito del ave Fénix, que renace de sus cenizas.
En la película del mismo título (Phoenix, Ch. Petzold, 2014), tras la Segunda Guerra Mundial, una mujer se ve obligada a reconstruir no solo su cara sino la propia identidad, incluso ante la persona que ella pensaba que más le quería. Puede verse como una metáfora de la existencia humana. Todos hemos de aprender a renacer para vivir. Y el cristianismo ilumina en profundidad qué puede significar eso.
Según la fe cristiana, la venida de Dios al mundo en Jesucristo fue preparada por un largo camino de siglos. Dios fue “educando” al pueblo elegido de donde saldría el Mesías, para que pudiera reconocer en él la oferta de la salvación, y ser fiel a su vocación inicial de ser mediador para todos los pueblos.
Dios ha querido que la Navidad necesite una madre. Por eso el largo camino que recorrió la “educación” del pueblo de Israel por parte de Dios, en el Antiguo Testamento, se concentra en el alma de María (cf. J. Daniélou, El misterio del Adviento, Madrid 2006, original de 1948, pp. 109 ss.).
Pero esto debe suceder también en nosotros y en las culturas del mundo, incluida nuestra cultura de la imagen y de la tecnología. ¿Cómo podemos pensar el papel de María en todo ello?
Consideremos primero el papel de María en el nacimiento de Jesús en nosotros y en las culturas. El nacimiento histórico de Jesús debe reflejarse espiritualmente en nuestra alma. Debemos transformarnos poco a poco en Él, adquirir su modo de pensar, de sentir y de actuar. Y debe nacer asimismo en todas las culturas, para sacar de ellas lo mejor.
Por eso nuestra oración debe ser siempre una oración misionera, debe tener, en palabras de Daniélou, “la aspiración a la venida de Jesús en todo el mundo, de forma que el cuerpo de Cristo alcance ahí su plena estatura” (p. 118)
Lo mismo que María ha jugado un papel eminente en el nacimiento de Jesús (puesto que le ha dado la carne) María tiene un papel paralelo en los otros dos nacimientos de Jesús: en cada uno y en las culturas.
Respecto a nosotros, esto tiene relación con la infancia espiritual. Esto no significa una sublimación psicológica de la infancia ni de la maternidad, sino renacer en Cristo, en su sencillez e inocencia. Y –cabría añadir–tiene que ver con la Iglesia, con nuestro sabernos y sentirnos, los cristianos, hijos de esta madre que, por María, nos trae a Jesús y nos permite vivir en Él para todos.
En cuanto a los pueblos y culturas, la Iglesia está presente en ellos de alguna manera, ya antes de que les llegue la fe. Podemos pensar nosotros en la actuación del Espíritu Santo que siembra las “semillas del Verbo” en tantos valores de verdad, bien y belleza preparando el Evangelio. De modo similar María está presente con frecuencia en tantos pecadores, incapaces de rezar el Padrenuestro, pero dispuestos a rezar el Avemaría (pensemos por ejemplo en la devoción de tantas gentes a la Virgen de Guadalupe).
En segundo lugar pensemos a la vez en María, en la Navidad y en nuestra cultura occidental. María está presente ocultamente en todos los pueblos que están comenzando a recibir la fe de Cristo. Nosotros hemos de saber descubrirla en nuestra propia cultura, que a veces se denomina postcristiana. Una cultura que sigue viviendo del cristianismo en sus raíces y que puede seguir encontrando expresiones de la fe en nuestro tiempo, puesto que “se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo” (Juan Pablo II, al despedirse de España en la plaza de Colón, 3-V-2003).
Nuestra cultura de la imagen, nuestra cultura tecnológica, ansía también que se le muestre el rostro de la verdadera imagen, el icono de la misericordia divina, que es Jesús, tanto en Belén como en los cristianos actuales y también en todas las personas especialmente necesitadas (cf. Francisco, Bula Misericordiae vultus, por la que se convoca el Jubileo de la Misericordia, 11-IV-2015).
El Papa Francisco nos los propone en este Año de la Misericordia, que significa: descubrir a Dios con nosotros en toda nuestra vida; a Dios para nosotros, perdonándonos en el sacramento de la Penitencia o de la Confesión de los pecados; a Dios en nosotros para los demás y en los demás para nosotros, cuando nos abrimos a todos, especialmente a los más pobres, débiles y desvalidos.
Todos los hombres estamos todavía en el Adviento, aún entre sombras, dice Daniélou. El papel de María se va iluminando cada vez más a lo largo de los siglos. Últimamente, mediante los dogmas de su Inmaculada Concepción (1854) y de su Asunción (1950). También por su proclamación como Madre de la Iglesia (1964) durante el Concilio Vaticano II, pues María es nuestra madre espiritualmente.
Y esta realidad de su maternidad para nosotros esclarece aún más el papel que ella juega en la salvación, como se ve desde la Encarnación del Hijo de Dios, hasta su presencia en las bodas de Caná, padeciendo identificada con Jesús en el Calvario y recibiendo al Espíritu Santo en Pentecostés, como madre de la Iglesia naciente.
En la presencia de María y con su ayuda podremos hacer y rehacer, en tantos aspectos que lo requiere, nuestra cultura. Llevemos adelante nuestras actividades familiares y sociales desde la mente de María, desde su corazón, desde sus entrañas. Sepamos acoger la misericordia de Dios, que perdona siempre nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. Sepamos descubrir a Jesús en las necesidades de las personas que nos rodean y ejercitemos con ellas las obras de misericordia.
En el otro, nos ha dicho Francisco, hemos de saber reconocer con asombro un hermano, “porque desde que sucedió el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo y a los pobres, en primer lugar, dejó que se acercaran” (Angelus, 20-XII-2015).
Sepamos rezar, atender las necesidades materiales y espirituales de los demás estos días y siempre, trabajar y descansar, haciéndolo todo con María, Virgen del Adviento y de la Navidad, Madre de Misericordia, que es autenticidad cristiana. ¡Pidamos que lo sepamos hacer!
Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot. com
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