El
pasado 4 de julio, los investigadores del CERN (la Organización Europea
para la Investigación Nuclear) anunciaban el descubrimiento del bosón
de Higgs, una de las piezas más buscadas en el puzzle de la física de
partículas contemporánea. El profesor Sánchez Cañizares analiza sus
implicaciones.
Aunque
los resultados han de ser aún confirmados, el nivel de confianza que
presentan los experimentos parece despejar toda sospecha. Sí,
efectivamente el bosón de Higgs ha estado ahí. La existencia de
esta partícula es una predicción de un modelo teórico, ideado en los
años 60 del siglo pasado por Peter Higgs
y otros científicos para explicar cómo aparece la masa de las
partículas fundamentales del universo.
Toda la materia que conocemos
está formada por quarks (constituyentes de los protones y neutrones de
los núcleos atómicos) y leptones (electrones, muones, taus y neutrinos),
que interaccionan entre sí según las cuatro fuerzas fundamentales de la
naturaleza (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear
débil). Ahora bien, las partículas fundamentales son “puntuales”
(hasta donde podemos saber son indivisibles) y cada una de ellas tiene
una masa determinada. Uno de los problemas es explicar cómo surge dicha
masa y por qué tiene en cada caso un valor preciso. El modelo de Higgs
lo hace y el descubrimiento del bosón sería la prueba de que la teoría
es correcta.
¿Por
qué se ha tardado tanto en descubrir esta partícula? Hay que decir,
para quienes no estén familiarizados con la física, que estas partículas
no se ven al microscopio. La existencia del Higgs dura muy poco
tiempo (menos de una cuatrillonésima de segundo) y se puede saber que ha
aparecido por las partículas finales en que acaba transformándose. En
este caso había además dos problemas añadidos: en primer lugar, no se
sabía exactamente cuánta energía era necesaria para producir el bosón;
en segundo lugar, las partículas en las que acaba desintegrándose son
comunes a muchos otros tipos de colisiones que se dan en el CERN. Por ello, es prácticamente imposible discernir si el Higgs
ha aparecido a partir de un solo experimento. Ha sido necesario llevar a
cabo choques entre haces de partículas durante mucho tiempo y un serio
tratamiento estadístico de los resultados para poder decir (con un grado
de certeza aceptable por la ciencia) que el bosón ha aparecido, en el
rango de energías esperado.
La denominación del Higgs como la partícula de Dios se debe al premio nobel Leon Lederman y no tiene nada de misterioso. En el título de un libro publicado en 1993 quería referirse al bosón como la “maldita partícula” (“the goddamn particle”) —debido a la guerra que estaba dando— pero su editor le sugirió llamarla simplemente la “partícula de Dios” (“the God particle”).
Y es que la partícula de Higgs no es ni más ni menos divina que las
demás. Su descubrimiento supone un refrendo del modelo estándar de
partículas, pero quedan aún bastantes cosas por saber y preguntas
fundamentales sin respuesta: ¿por qué los quarks y los leptones aparecen
agrupados en tres familias distintas? ¿Es cuantizable la gravedad y
puede unificarse con el resto de fuerzas? ¿De qué están hechas la
materia y la energía oscuras?
El
descubrimiento de la partícula de Higgs supone un avance muy importante
en nuestra comprensión del universo. Sin embargo, no se trata ni mucho
menos de un punto final para la física fundamental. No sabemos aún
cuántas sorpresas nos esperan al escudriñar la naturaleza. No obstante,
merece la pena resaltar algo que no debe pasar inadvertido en el
contexto de este feliz hallazgo: la capacidad que tiene el ser humano de
conocer un mundo que «está estructurado de manera inteligente, de
modo que existe una correspondencia profunda entre nuestra razón
subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Así resulta inevitable
preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que
sea la fuente común de una y de otra» (Benedicto XVI, Discurso en la IV Asamblea Nacional Italiana, 19-X-2006).
El
descubrimiento del bosón se ha hecho esperar, pero finalmente ha
aparecido y nos hace confiar en la validez del modelo estándar y la
teoría de Higgs. Y también, por qué no decirlo, en la capacidad de la
inteligencia humana para alcanzar la verdad.
Javier Sánchez CañizaresGrupo de Investigación Ciencia, Razón y Fe (CRYF)Universidad de Navarra
Revista Palabra / Almudí
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