Nos acercamos al comienzo del año de la Fe. El Papa nos anima a releer y difundir el Catecismo de la Iglesia Católica
Una de las claves del Catecismo de la Iglesia Católica y de su Compendio es su estructura, compuesta por cuatro partes
en este orden: el Credo, los sacramentos, la moral y la oración. El
Catecismo toma esta estructura del Catecismo Romano o Catecismo de
Trento (s. XVI) y la presenta de un modo nuevo, acorde con las
necesidades actuales.
Un díptico pedagógico: los dones de Dios y nuestra respuesta
Esas cuatro partes pueden verse como en un díptico que presenta el contenido del Catecismo en dos mitades: lo que Dios nos da, nuestra respuesta. En una conferencia pronunciada en Estados Unidos en 1993, Christoph Schönborn —secretario de la comisión redactora del Catecismo— asumía estas palabras de Pedro Rodríguez, autor de la edición crítica del Catecismo Romano o Catecismo de Trento: «La opción es evidente: el Catecismo Romano, antes de presentar al cristiano lo que ha de hacer, quiere declararle quién y cómo es él
(…). De hecho, el orden doctrinal del Catecismo de Trento no tiene
cuatro partes, sino que se presenta como un díptico magnífico tomado de
la tradición: por un lado, los misterios de la fe en Dios uno y trino,
tal como es profesada (Credo) y celebrada (sacramentos); por otro lado,
la vida cristiana según la fe —fe que obra por la caridad— expresada en
un estilo cristiano de vida (decálogo) y en una oración filial (Padre
Nuestro)».
De esta manera, la articulación entre las cuatro partes del Catecismo de la Iglesia Católica se puede resumir diciendo ante todo que la fe cristiana incluye los sacramentos (los “sacramentos de la fe”: cfr. Compendio, n. 228). Sólo con esos dones de Dios, que nos dan una participación de la vida trinitaria a través de la gracia, podemos “luego” vivir una vida coherente a nuestra comunión con Dios. La
vida cristiana, presidida por la caridad, es un fruto de los
sacramentos que se manifiesta también en el diálogo con Dios: la oración.
Dicho brevemente, la primera mitad del Catecismo presenta las
obras de Dios para nosotros (la fe y los sacramentos) y la segunda,
nuestra respuesta a sus dones (la vida cristiana y la oración). Con la terminología de Santo Tomás de Aquino, se diría: la Iglesia es communio sanctorum, lo cual significa ante todo la comunión de las “cosas santas” que Él nos da; y también significa la “comunión de los santos”, de aquellos que participan de las “cosas santas”, aunque sea sólo incoativamente, aquí en la tierra.
El Catecismo declara su estructura
Pues bien, el Catecismo de la Iglesia Católica muestra una profunda “autocomprensión”
de su estructura, concebida como articulación de la exposición de la fe
(vid. nn. 737-741). La primera parte del Catecismo (el Credo) culmina
exponiendo que la misión de Cristo (Verbo encarnado) y del Espíritu
Santo (en Pentecostés) están al servicio de la comunión de los
cristianos con Dios Padre, que es la Iglesia. La segunda parte muestra
cómo por medio de los sacramentos, Cristo comunica su Espíritu a los
miembros de su Cuerpo místico. La tercera parte se ocupa del fruto de
los sacramentos, que es la vida nueva (parte moral). Finalmente, la
cuarta parte se centra en una consecuencia fundamental de esa vida
nueva: el diálogo con Dios en la oración.
Respecto al Compendio del Catecismo, puede observarse que refleja esa misma “autocomprensión” de la estructura cuatripartita en los nn. 144-146.
La finalidad del Catecismo: el "conocimiento amoroso de Dios" y de Jesucristo
Con esta estructura el Catecismo se propone como finalidad el “conocimiento amoroso” del Dios único y de su enviado Jesucristo, en la línea de lo que ya señalaba el Catecismo Romano: «Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer, pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de nuestro Señor,
a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente
cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor» (Prefacio, n. 10).
Esa es también la “fuerza interior” y evangelizadora del Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. n. 429) y de su Compendio, que afirma en el n. 80: «…También hoy, el deseo de evangelizar y catequizar, es decir, de revelar en la persona de Cristo todo el designio de Dios, y de poner a la humanidad en comunión con Jesús, nace de este conocimiento amoroso de Cristo».
En definitiva, la totalidad de la vida cristiana, sobre la base de la fe y los sacramentos, es un servicio a Dios, y, por Él y con su gracia, que agranda el corazón del hombre, a todas las personas del mundo. La única condición para dar este testimonio del Amor de Dios en el mundo es la comunión de amor con la Trinidad, por la gracia
que nos comunica la vida cristiana. Esto sucede sobre todo en la
Eucaristía, donde se nos da el mismo autor de la gracia, Jesucristo, y
en el sacramento de la Penitencia, que nos purifica para recibir la
Eucaristía con mayor plenitud cada vez.
Con
frecuencia la liturgia de la Iglesia pone en boca de los fieles
plegarias que manifiestan la realidad de la fe y de la vida cristiana,
como éstas, dirigida a Dios Padre: «Infúndenos, Señor, el espíritu de
tu caridad para que, alimentados del mismo pan del cielo, permanezcamos
siempre unidos por el mismo amor. Por Jesucristo, nuestro Señor» (poscomunión, viernes de la 32ª semana). «Señor,
Tú que devuelves la inocencia y la amas, dirige hacia ti los corazones
de tus siervos, para que acogiendo tu Espíritu con fervor, permanezcan
firmes en la fe y eficaces en las obras. Por Jesucristo, nuestro Señor» (colecta, jueves de la 2ª semana).
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
http://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es/
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