domingo, 8 de marzo de 2015

El sueño del régimen chino: riqueza sin democracia

   Hacer pronósticos sobre el futuro de China es tarea ardua. Los analistas occidentales han vivido durante mucho tiempo de las ilusiones de Tiananmen, de una época en la que se pensaba que China podía ser otra ficha del dominó que arrastró en su caída a la mayoría de los regímenes comunistas. Pero China era y sigue siendo distinta. Las tesis sobre el desarrollo económico y la paralela ascensión de las clases medias no han demostrado su vigencia. Por el contrario, los comunistas chinos se aferran al poder y ejercen un hábil y riguroso control político y económico.

   Ahora el Partido Comunista Chino (PCCh) está vendiendo a su pueblo uno de los bienes más apreciados en un mundo de cambios vertiginosos: la estabilidad. La administra con una dosificada mezcla de autoritarismo, nacionalismo y extensión de la prosperidad económica para un gran número de personas. No es un partido revolucionario sino un partido en el poder. El PCCh ha abandonado en la práctica las teorías de Marx, aunque muchos turistas chinos sigan haciendo una parada obligada en la casa-museo del filósofo alemán en Tréveris, y aunque el régimen ha conservado la iconografía de Mao, venerado no tanto como continuador del marxismo sino como un patriota y liberador de China tras un siglo de humillaciones extranjeras.

Sobre la China actual hay que recomendar un excelente libro del periodista norteamericano Evan Osnos: Age of Ambition: Chasing Fortune, Truth and Faith in the New China (Farrar, Straus & Giroux, New York, 2014, 416 págs.), que ganó el National Book Award de EE.UU. Osnos pasó cinco años en Pekín como corresponsal de la revista The New Yorker, y conoce los entresijos y las paradojas del régimen chino. En su libro profundiza en las vidas públicas y privadas de algunos ciudadanos chinos. Ha conversado con ellos y sondeado sus aspiraciones y proyectos para concluir que China vive una era de la ambición, y establece un paralelo histórico con EE.UU., que conoció una era semejante, señalada por el espectacular crecimiento económico y el progresivo protagonismo mundial, entre 1865 y 1900.

Una revolución más poderosa que la de Mao

El libro gira en torno a tres elementos: la fortuna, la verdad y la fe. El que sorprendentemente hayan aflorado en la China de hoy solo puede explicarse por una “revolución” más influyente y duradera que la maoísta: la representada por Deng Xiaoping, partidario de abrir China a la economía de mercado, aunque inevitablemente “entraran algunas moscas”.Entraron, en consecuencia, nuevas inquietudes y la necesidad de reflexionar y hacerse preguntas, pues cuanto más se asciende en la escala económica, las personas más quieren saber del mundo que les rodea.
Deng abrió puertas a la prosperidad económica, y desde entonces el régimen trataría de persuadir a su pueblo de que el precio para comprarla, y para conservarla, era la lealtad al gobierno. Es más: el propio gobierno se preocuparía de fomentar ambiciones y sueños individuales dentro de unos límites. Aquella frase atribuida a Deng de que “ser rico es glorioso” haría fortuna en el amplio sentido de la palabra. Desde entonces, la libertad individual sería entendida como un camino para alcanzar la prosperidad.
En cambio, en política la libertad más importante y más valorada por el régimen no sería la del individuo sino la de la nación, lo que equivale al fomento del orgullo patriótico y nacionalista. Nada nuevo, porque también lo creía Sun Yat Sen, el fundador de la primera república china, que consideraba que el individuo debía estar supeditado a la organización. Para aquel político de principios del siglo XX, el gobierno era el automóvil y los líderes, sus conductores y mecánicos.

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