viernes, 6 de marzo de 2015

¿Para qué casarse?

   
   Muchos sostienen que lo importante en el matrimonio es que nos queramos… y es verdad. Pero precisamente aquí es donde hay que profundizar. Porque para poderse querer al modo matrimonial, a fondo, con auténticas perspectivas de éxito, hay que estar casados.
   Esto puede asombrar, pero no es tan extraño. Jacinto Benavente afirmaba que «el amor tiene que ir a la escuela». Y es cierto. Para poder amar hay que aprender y ejercitarse, hacer actos notables de amor: igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta. Pero, sobre todo, hay que tener claro que uno se compromete a amar incondicionalmente.

   En realidad, y aunque pueda parecer una afirmación muy radical,  un hombre y una mujer sólo empiezan a quererse propiamente (del modo esponsal) cuando, tras decidirse y determinarse cada uno a querer, conociendo las características de ese amor conyugal, se lo han prometido mutuamente:

Yo, N, te recibo a ti, N, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.

De manera que quererse se hace una obligación que ya no depende de nada. Mientras sólo se quiera en tanto y en cuanto estima conveniente seguir queriendo, en esa medida no hay verdadero querer matrimonial. En esa medida ese amor, al no ser incondicional, no sería más que eso, simple conveniencia, consorcio de intereses o afirmación del propio gusto.

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