domingo, 24 de enero de 2010
Trabajo de Dios
San Josemaría Escrivá solía hablar de la vieja novedad del mensaje que recibió de Dios: viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo[1]. Viejo, pues el espíritu del Opus Dei es el que han vivido los primeros cristianos, que se sabían llamados a la santidad y al apostolado sin salirse del mundo, en sus ocupaciones y tareas diarias. Por eso, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo[2].
Llenaba de alegría al Fundador del Opus Dei encontrar en los escritos de los antiguos Padres de la Iglesia trazas de este mensaje. Bien claras a este respecto son las palabras que San Juan Crisóstomo dirige a los fieles en el siglo IV: «No os digo: abandonad la ciudad y apartaos de los negocios ciudadanos. No. Permaneced donde estáis, pero practicad la virtud. A decir verdad, más quisiera que brillaran por su virtud los que viven en medio de las ciudades, que los que se han ido a vivir en los montes»[3].
«El Señor quiere entrar en comunión de amor con cada uno de sus hijos, en la trama de las ocupaciones de cada día, en el contexto ordinario en el que se desarrolla la existencia» (Juan Pablo II).
Las circunstancias de la vida ordinaria no son obstáculo, sino materia y camino de santificación. Con las debilidades y defectos propios de cada uno somos, como aquellos primeros discípulos, ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe[4].
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