Voluntarios de la JMJ de Madrid |
En estos días en los que se pone en tela de juicio el papel de la religión en las sociedades occidentales, abundan los estudios que muestran los beneficiosos efectos de la fe religiosa sobre la salud. Si con respecto a algunos productos las autoridades sanitarias nos advierten de su peligrosidad, ¿no deberían hacer lo propio con respecto a los beneficios de la religión?
Que los jóvenes con firmes creencias religiosas son menos proclives al consumo de drogas o de alcohol que los que no tienen esas creencias, tal y como publicó el Journal of Drug Issues en octubre de 2008, no parece sorprendente. Pero que la felicidad tenga una relación con la práctica religiosa ya es harina de otro costal. Y, sin embargo, la Universidad de Navarra así lo acredita.
Elaborada a partir de una muestra de 100.000 casos, y efectuada a lo largo de varios años, la investigación arroja unos resultados transparentes: las personas que manifiestan profesar una religión son más felices que las que no tienen religión alguna. Aún más: los niveles superiores de felicidad se producen entre los practicantes de las confesiones cristianas, católica y protestante. Entre ellos, los católicos son los menos proclives a sufrir depresión, como en su día observó uno de los más grandes psiquiatras del pasado siglo, C. G. Jung, probablemente debido a la acción terapéutica de la confesión.
Estrés y ansiedad
La correlación entre el grado de religiosidad y el que manifiestan de felicidad se ve matizada: los que se pronuncian como “no religiosos” muestran un nivel de felicidad parejo al de quienes están en mitad de la escala de la religiosidad. A partir de ahí, las cifras se disparan, de modo que la asistencia a los servicios religiosos diarios produce un grado de felicidad mucho mayor que el de quienes no acuden jamás a ninguno, y quienes rezan todos los días uno mucho mayor que el de quienes no rezan nunca.
No se trata, sin embargo, de una visión subjetiva de la propia felicidad. Los datos objetivos lo corroboran. Así, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega ha publicado un estudio según el cual la asistencia a la iglesia previene la subida de la tensión arterial. Este estudio complementa otros que se han efectuado en Estados Unidos, de acuerdo con los cuales “las diferencias culturales entre ambos países no marcan ninguna divergencia en los resultados obtenidos”. La conclusión es que “los ciudadanos religiosamente activos son más saludables que el resto”.
Pero hay más: Science and Theology News ha publicado recientemente que “los pacientes de alzhéimer con un alto grado de espiritualidad pueden tener una progresión en el deterioro cognitivo significativamente más lento de lo normal”, según el doctor Kaufman, director de neurología del Sarah Herzog Memorial Hospital de Jerusalén. En el mismo sentido incidía el doctor Michael Rayel, para quien, tras un estudio en personas de 49 a 94 años, “los altos niveles de religiosidad están relacionados con índices menores de deterioro cognitivo”.
Por su parte, la Universidad de Chicago ha determinado que los afroamericanos creyentes son menos proclives a las depresiones que los no creyentes. Y en marzo de 2009, la Universidad de Toronto ofrecía sus conclusiones acerca de un peculiar trabajo: la creencia en Dios puede bloquear el estrés y la ansiedad.
Censuras al ‘Wall Street Journal’
Estudios efectuados en los Estados Unidos reafirman la bondad de las prácticas religiosas con respecto a la vida familiar. Como el de la Universidad de Virginia, dirigido por Bradford Wilcox, que sostiene que las parejas que acuden regularmente a los actos religiosos tienen un 35 % menos de probabilidades de divorciarse. Un 65 % de estas personas son más afectuosos con sus hijos que la media.
El profesor Fargan, de la Fundación Heritage, sostiene que los jóvenes religiosos tienen hasta tres veces menos hijos fuera del matrimonio -algo que publica también Janice Rosembaum en Pediatrics de enero de 2009- y que los niveles de depresión, suicidio y consumo de alcohol son considerablemente más bajos que la media.
Los investigadores del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Indiana, sita en Bloomington, han demostrado que los pacientes mejoran “sorprendentemente” si se reza por ellos. La proximidad también ayuda, afirman, así como abrazar al paciente. Veinticinco personas aquejadas de problemas auditivos y visuales disminuyeron sus deficiencias #-bajaron sus dioptrías- con solo una oración de intercesión cercana.
En la actualidad, dos terceras partes de las facultades de Medicina de los Estados Unidos, unas noventa, imparten cursos sobre espiritualidad y fe religiosa. Hace veinte años, solo tres facultades lo hacían. La importancia de la espiritualidad se ha abierto paso con fuerza en el mundo universitario norteamericano, más receptivo que el europeo a estas cuestiones. Algunas organizaciones privadas, como la Fundación Templeton, concede becas para el estudio del papel que desempeñan la fe y la espiritualidad en el cuidado del paciente.
Pero sigue habiendo resistencia por parte de algunos científicos a admitir estos estudios. Cuando el Wall Street Journal publicó que aquellos que asisten a oficios religiosos al menos una vez a la semana tienen menos riesgo de morir prematuramente, recibió múltiples censuras. Así, el doctor Sloan de la Universidad de Columbia arrojó dudas sobre las sospechosas conclusiones de dichos estudios porque “contienen vacíos metodológicos significativos”. Parece que no les molestan tanto las conclusiones de las investigaciones cuanto su difusión. ¿Por qué será?
Fernando Paz
LA GACETA
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