Las capillas, lugares de culto para los creyentes, suelen ser de tamaño reducido. Cumplen su misión en espacios recogidos y, a ser posible, luminosos. Estos espacios se distinguen claramente de cualquier otro lugar de los edificios en los que se sitúan. O bien están fuera, en el campo, en un jardín, aislados; o bien, si tienen habitaciones a los lados, en la puerta de entrada luce un cartel inequívoco, que dice: Capilla; Oratorio. Estoy hablando de capillas católicas, se entiende.
No se engaña a nadie; quien quiera cruzar el umbral de la puerta, cuando está abierta, sabe muy bien lo que se va a encontrar, y sabe mejor incluso para que cruza la puerta y para que se adentra en el silencio del lugar.
A veces, y más en Universidades con un elevado número de edificios y de estudiantes, como es la Complutense de Madrid, no es fácil encontrar esos lugares; eso quiere decir que no estorban en absoluto a la normal marcha de clases, encuentros, reuniones de todo tipo que los universitarios, profesores y alumnos, realizan entre ellos.
He encontrado capillas, lugares de culto semejantes; unos más artísticos, otros menos, en la Universidad de Sydney, en la de Utrecht, en Harvard, Columbia, Notre Dame, la de Chicago, Oxford, Cambridge, la Sapienza de Roma, en el campus de la de Ibadan en Nigeria, y en la de Nairobi en Kenya, etc. A lo ancho y a lo largo de todo el mundo. Y me parece lógico. La inteligencia ha de abrirse a los conocimientos de la Ciencia; y a los conocimientos que la Ciencia apenas llega a vislumbrar, aunque es consciente de que ahí están, y que la mente humana los anhela. Rezar ante un Sagrario, en el que el creyente sabe que está el Señor, siempre abre horizontes.
A ningún rector, ni a ningún departamento de esas universidades, se le ha pasado por la cabeza -al menos que me conste- cerrar a cal y canto las puertas de la Capilla, y enviar a quienes quieren pasar un rato allí recogido en oración, al último rincón de los edificios.
Un gesto semejante sólo lo he visto realizado en la Clínica Moncloa de Madrid; y parece que alguna facultad de la Complutense está empeñada en seguir un ejemplo que quizá algunos llamen "progresista", pero que en realidad es "retrogrado", y decididamente dictatorial. La peor dictadura es, sin duda, la ejercida e impuesta por la "mayoría".
¿Molesta la capilla, o molesta la presencia de Quien está en la capilla? Y, ¿por qué molesta?
En unos momentos culturales en los que en toda Europa, en todo el ámbito de la civilización occidental, se están abriendo diálogos cada vez más hondos entre razón y fe; en los que el número de los científicos que reconocen los límites, no sólo de la ciencia, sino también de la razón, es mayor y se abre a luces nuevas; en estos tiempos en los que también ateos y agnósticos inteligentes, reconocen que la racionalidad, la comprensibilidad del universo tiene sus raíces en la mente de un Creador, aunque no lleguen a ponerle rostro ni nombre. ¿A quién puede molestar una capilla católica en una facultad de una universidad en España?
Ni se me pasa por la cabeza que alguien quiere quitar a los universitarios la posibilidad de pensar en algo más que en los conocimientos que recibe en clase. Tampoco se me ocurre que alguien quiere apartar de la mente y del corazón del universitario la "tentación"de pensar en los inmensos horizontes de la inteligencia y del espíritu humano que no caben en los límites de la universidad. Y todavía menos se me ocurre pensar que alguien tiene miedo a la presencia de Alguien en quien no cree, y de quien se obstina en afirmar su "inexistencia".
El universitario anhela ser "provocado" por la realidad que se encuentra a su alrededor, porque sabe que esa provocación es un reto a su inteligencia, a su persona, y le lleva a reflexionar.
"Nadie me ha arrancado jamás las ansias de seguir "inquiriendo", de seguir buscando", me reconocía hace unas semanas un agnóstico que vive intensamente la nostalgia de Dios.
Una capilla católica, con un altar en el que se pueda celebrar la Santa Misa; con un Sagrario en que se pueda quedar Jesús Sacramentado, es un ámbito de libertad, de luz, de inteligencia, de poesía, de humanidad.
Ernesto Juliá Díaz
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