Jérôme Lejeune fue un genetista brillante, un científico extraordinario; pero, sobre todo, fue un buen padre, un hombre de fe, un científico en defensa de la vida
En mi particular panteón de Hombres Ilustres, Jérôme Lejeune ocupa un lugar muy especial, por su defensa del concebido no nacido como un ser humano: a man is a man is a man. Las tardes de domingo bien planeadas, cuando por la mañana he podido jugar a tenis hasta caérseme los brazos, tienen estas cosa: te permiten disfrutar, como ayer, de una excelente final de Copa de baloncesto, y leer un bon petit livre, como escribió alguien que son los libros franceses, pequeños, útiles para calzar una mesa coja.
En este caso, se trata de un título de 1997, La Vie est un bonheur. Jérôme Lejeune, mon père, en la muy reciente versión española realizada por Gloria Esteban, editada este mismo año por Ediciones Rialp (La dicha de vivir. Jérôme Lejeune, mi padre). La menor de las hijas de Lejeune, la politóloga Clara Lejeune-Gaymard, escribe:
Tuve por padre a un hombre fuera de lo común que, por convicción, eligió un destino perdido de antemano: un pesimista cuyo realismo estuvo imbuido de una inmensa esperanza.
Lejeune fue un genetista brillante, un científico extraordinario; pero, sobre todo, fue un buen padre, un hombre de fe, un científico en defensa de la vida. En cierta ocasión, en la ONU, en un debate sobre el aborto, solo él sale en defensa del carácter único de ese niño cuya vida está en juego: Esta institución para la salud (Health) se ha convertido en una institución para la muerte (Death). Esa misma noche escribe a su esposa: esta tarde he perdido el premio Nobel.
No se limitó a poner su ciencia al servicio de la vida, se comprometió personalmente con esa vida, en particular con la de los más indefensos, los trisómicos 21, los mongólicos, cuya anomalía descubrió y quería curar. Y lo hizo sabiendo dónde se metía:
Todos los días tendremos que luchar, tendremos que convencer, y será difícil, inseguro, imposible; pero no olvidéis que ya el año pasado fue duro, difícil, inseguro e imposible. Esta única reflexión nos dicta nuestra única conducta, que se resume en una única frase: pase lo que pase, suceda lo que suceda, no nos rendiremos.
No nos hemos rendido, la Fundación Jérôme Lejeune continúa su obra, y tantos otros sacamos fuerzas de su ejemplo para seguir esta lucha por convencer sobre la dignidad humana del concebido no nacido, conscientes de que es duro, difícil, inseguro e imposible. Ese ejemplo que, en palabras del Papa Juan Pablo II, siempre supo hacer uso de su profundo conocimiento de la vida y de sus secretos para el verdadero bien del hombre y de la humanidad, y solo para él.
Alberto Tarifa Valentín-Gamazo
ParaCambiarElMundo.blogspot.com / Almudí
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