En la JMJ el Papa vino a sembrar a manos llenas. Es lógico que el primer efecto sea en los que ya creían: han de ser los primeros en sacudirse la modorra
¿Cómo calcular la eficacia de la Jornada Mundial de la Juventud? Áteme esa mosca por el rabo. Por mucho que nos esforcemos en medir y en cuantificar, la gracia se nos escapará entre los dedos, más inaferrable que una anguila.
Podemos decir que tantos se confesaron, que aumentó el número de chicos y chicas que han iniciado su discernimiento vocacional, que se recibieron tantos donativos… pero poner una cifra a la acción de Dios en tantas almas con ocasión o bajo el pretexto de la JMJ, es absolutamente imposible.
Y al mismo tiempo, es indispensable cuantificar, porque todo lo importante lo medimos, ya que no nos fiamos de las impresiones y queremos tener más o como mínimo no tener menos. Cualquier tarea de gobierno serio implica medición.
Nos dicen los estadísticos que después de la JMJ, más católicos españoles practican su fe. Buena cosa es. Mientras viajaba hacia España, el Papa comentó que venía a sembrar a manos llenas, sin pensar en el fruto, que recogerán otros.
Es lógico que el primer efecto sea en los que ya creían: han de ser los primeros en sacudirse la modorra. Pero ahora son ellos los que tendrán que evangelizar. Los efectos de la JMJ durarán siglos.
Yago de la CiervaDirector ejecutivo de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid
La Razón / Almudí
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