No basta conocer los valores. Hay que incorporarlos a la vida personal como hábitos. Es tarea esencial para los educadores en todos los ámbitos: familiar, escolar, etc. El profesor Ayllon nos ayuda a reflexionar sobre su enorme importancia educativa.
Georges Steiner se queja en La barbarie de la ignorancia de que, en todo el mundo, el noventa y nueve por ciento de los seres humanos prefieren –y están en su perfecto derecho– la televisión idiota, la lotería, el Tour de Francia, el fútbol o el bingo antes que la cultura escrita. El sabio profesor confiesa que lleva toda su vida esperando que la escolarización obligatoria y la proliferación de bibliotecas cambien tal porcentaje, pero eso nunca sucede. Porque el animal humano es muy perezoso, mientras que la cultura es exigente.
Es evidente que ponerse a estudiar es una elección. En la sencilla disyuntiva entre estudiar o no estudiar, la probabilidad de abrir un libro puede ser alta. En cambio, si lo que se me ofrece como alternativa es entrenar con mi equipo de fútbol, ver una película, manejar la Play o la Game,navegar por internet, chatear, asistir a clases de inglés en una academia, o de clarinete en un conservatorio…, entonces también es evidente que la probabilidad de abrir un libro será mínima. El estudio requiere tiempo y sosiego, justo lo que apenas tenemos en nuestras sociedades avanzadas.
Por si fuera poco, este nuevo estilo de vida, al que llamamos “progreso”, tiene otros efectos colaterales, contrarios a cualquier actividad intelectual. El Ministerio de Sanidad reconoce que la cuarta parte de los jóvenes españoles juguetean con la droga y el alcohol de forma irresponsable. Y nos consta que las consultas de niños y adolescentes a psicólogos y psiquiatras aumentan en la misma proporción que las rupturas familiares.
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