«Nadie puede tocar la cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida (...). La cruz de Jesús recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos». Así se lo decía el Papa Francisco a los jóvenes que participaron en el Vía Crucis de la JMJ, en el paseo marítimo de Copacabana. Porque el sufrimiento de Cristo de camino al Calvario sigue actualizándose hoy en vidas e historias concretas, también entre los peregrinos
«Nadie puede tocar la cruz de Jesús
sin dejar en ella algo de sí mismo»,
dijo el Pontífice
A las cinco de la tarde del viernes 26, más de un millón y medio de jóvenes de todo el mundo estaban preparados, a lo largo del paseo marítimo de la playa de Copacabana, para recibir al Santo Padre y practicar con él una de las devociones más antiguas de la Iglesia: el Vía Crucis. Todo el pasillo central de la Rua Atlántica se encontraba rodeada de peregrinos que querían saludar al Papa en su trayecto hacia el estrado. Era el caso de Danniel González, de Maracaibo, que esperaba con ilusión, junto con miles de peregrinos, a que el Papa Francisco saliera del Fuerte de Copacabana, donde aterrizó: «Esperamos con mucha emoción al Papa, es muy fuerte acompañarle en esta oración» decía el maracucho. Minutos después, el Pontífice salió en supapamóvil dispuesto a recorrer la Rúa Atlántica, donde saludó a los peregrinos que iban a acompañarle en esta oración sobre la Pasión de Cristo.
A las 6 de la tarde, comenzaba este singularísimo Vía Crucis, en el que cientos de actores y presentadores de medios de comunicación brasileños escenificaron, de forma a veces abstracta, 13 de las 14 estaciones, ya que la última fue dirigida por el Santo Padre; una oración llena de sorpresas, donde aparecieron rampas, castillos, mujeres sembrando, moto-taxis, Jesús como una estatua de mármol..., imágenes artísticas peculiares que querían ayudar a la contemplación del camino de Jesús al Calvario.
El dolor de esta generación
La Cruz de los jóvenes avanzaba por cada una de las estaciones, en las que se desarrollaba una representación y se invitaba a meditar, escuchando un texto leído por personas de muy diversos perfiles: un joven misionero, un converso, un seminarista, unos novios, una monja, un ex drogadicto, un enfermo terminal, jóvenes con deficiencias... De ese modo, se buscaba representar los diversos sufrimientos que vive la juventud de esta generación. Así, en la tercera estación, cuando Jesús cae por primera vez, un joven drogadicto recuperado y reinsertado en la sociedad narró los sufrimientos de aquellos que son esclavos de las drogas.
Muchos jóvenes en todo el mundo tienen facil acceso para caer en estos vicios que les evaden de la realidad que no les gusta, que comienzan como un juego, pero pueden terminar muy mal. David es un joven madrileño que ha venido a Río en peregrinación, y que durante casi dos años ha tonteado con drogas blandas, algo que cambió su vida, sus relaciones personales y su relación con Dios: «Desde hace un año, gracias a Dios, no he fumado ningún porro», dice. «Corría el peligro de quedarme sin amistades verdaderas, el peligro de ir mas allá de los porros (que lo sobrepasé un par de veces, tomando unas setas); me jugué a mi familia, que prácticamente la estaba vendiendo; mi relación con Carmen -su novia-, porque estuve saliendo con ella un año y medio sin que ella supiera nada...; me estaba jugando la educación y la fe que me habían transmitido, estaba tirando mi vida por la borda», comenta. David, consciente del pozo en el que se estaba metiendo, decidió hablar con sus padres, pero, aunque ellos ya eran conscientes, no sabían cómo ayudarle. Les contó todo y su padre le dijo: «Lávate la cara y vamos a confesarnos». David ahora está muy contento y agradecido a Dios y a la Iglesia, a su novia, a sus amigos de la parroquia y a sus padres, que han servido como mediadores para que su vida no se convirtiera en un infierno.
Enjugar el rostro que llora
En la sexta estación, se escenificó el momento en que la Verónica enjugó a Cristo el rostro, y se mostró el paño con la impronta de Jesús sufriente. Durante estos días, también los peregrinos han sido testimonio del amor de Cristo para miles de brasileños que viven sumidos en el sufrimiento. Hellen es una buena muestra de ello. Esta joven, de 27 años, iba a su casa, después de ir al Banco para hacer unas gestiones, por la Concha acústica de Londrina, una plaza de esta ciudad, en el Estado de Paraná. Allí, un grupo de jóvenes cantaban salmos, rezaban, daban testimonios y predicaban. Era un grupo del Camino Neocatecumenal, de la parroquia madrileña de Santa Catalina de Siena y de otras parroquias de Madrid, que estaban realizando la habitual misión popular que hacen los neocatecumenales en las ciudades aledañas a la sede de la JMJ. Hellen se sentó en una grada, comenzó a escuchar..., y sintió al Señor: «He sentido mucha emoción, porque me ha parecido que se me hablaba a mí, al corazón. Ha venido para mí en una situación difícil». Hellen se quedó viuda hace un año, tiene tres hijos, y actualmente vive obsesionada con no gastar, porque está desempleada. La experiencia de Jesucristo de estos peregrinos ha tocado su corazón: «Yo creo en Dios -dice- pero llevo un tiempo muy mal; la vida ha sido muy cruel conmigo, y las palabras de estos jóvenes me ayudaron. Me impresiona ver a tantos jóvenes aquí, y esto me ha ayudado a confíar más en Dios, a querer acercarme mas a Él», dice para Alfa y Omega. Tras esta conversación, varios jóvenes hablaron con ella, y los responsables del Camino en Londrina la invitaron a que viviera la fe en una comunidad. Ella tomó nota de los contactos y aseguró que se acercaría a la parroquia. Hellen es ejemplo de cómo la predicación sana a tanta gente inmersa en la cultura de la muerte.
Dios dignifica el sufrimiento
Representación en el Vía Crucis. «No hay en
nuestra vida cruz, pequeña o grande, que Dios no
comparta con nosotros», dijo el Papa
El Vía Crucis continuaba: una de las estaciones más originales fue la décimosegunda, en la que se representó la muerte del Señor como si muriera en un hospital, acompañado de enfermeros y enfermeras, en una camilla de hospital. Carmen, una peregrina, procedente de la parroquia de Santa Mónica, de Rivas Vaciamadrid (Madrid), tiene 20 años y ha terminado Segundo de enfermería, y al estar cerca del dolor y el sufrimiento ve como un don poder ayudar a los enfermos: «Dios dignifica y da sentido a nuestro sufrimiento; vivir solo, y más en un sufrimiento sin Dios, es insoportable. A pesar de que he visto el sufrimiento, he visto la grandeza de Dios: nosotros podemos trabajar, podemos ayudar y curar, pero sólo Dios es el que tiene la ultima palabra. Todos los días te das cuenta de que somos muy limitados; es necesario pedirle a Dios el don de poder curar a Jesús en los enfermos, y de ver el trabajo de cada día como si fuera nuevo, sin relajarse en el cuidado de los enfermos, y que no se me endurezca el corazón», dice.
Ya entrada la noche, el Papa concluyó el Vía Crucis enunciando la última estación y acompañando a los representantes de todos los continentes. De ese modo, pidió a Dios por las necesidades de cada lugar. Después, el Santo Padre recordó a los jóvenes que nadie puede quedar indiferente ante la Cruz, ni ante el Crucificado: «Nadie puede tocar la cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo, y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida». Además, recalcó el valor salvífico de la entrega del Señor por lo pecadores y los sufrientes. Como en todos estos días, el Papa sorprendió con otro de sus gestos, al hacer que subieran al escenario los cartoneros de Buenos Aires que él mismo había invitado. Más tarde, en rueda de prensa, el portavoz de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, afirmaría que el Papa había valorado el Vía Crucis como una actualización de los misterios de Cristo a nuestro tiempo, y que la escenografía había sido una ayuda para profundizar en el camino de la Cruz. Porque, como recordó a los jóvenes, «no hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con nosotros. (...) Llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano y hermana nuestra con su mismo amor»
Juan Ignacio Merino
enviado especial
alfa y omega
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