Días atrás, recibí el enlace de un buen vídeo sobre
cuestiones matrimoniales. El conferenciante interrogaba al público acerca de
quién debía dar el primer paso después de una disputa. Tras varias respuestas
más o menos acertadas, afirmó: debe
acercarse primero el que ama más. Buen artículo del Dr. Cabellos.
No parece difícil encontrar el problema aun
sin indagar en las revistas del corazón ni atender a esos espectáculos
televisivos que airean por dinero lo peor del ser humano. Podemos observarlo en
la propia familia, en un vecino, amigo o conocido. Cada vez son más las parejas
rotas, más frecuentes cuando sus lazos de unión fueron más débiles. Y como ha
devenido "normal", nos esforzamos poco para indagar las causas de
tales situaciones que, se quiera o no, lesionan a la pareja dividida, a los hijos,
a la sociedad. Nos conformamos con un triste "tiene derecho a rehacer su
vida", que puede transformarse en otro fracaso.
Muchas de
esas historias -no puedo generalizar- no son un canto a la generosidad, sino lo
contrario de ese ponerse en la piel del otro, imprescindible para el verdadero
amor. Sin ese costoso empeño, en lugar de la concordia aparece la discordia. El
amor fenece cuando el egoísmo gana, cuando preferimos la propia felicidad en vez de buscar la de la persona amada, cuando deseamos que nos comprendan más
que comprender, si queremos adaptación a
nuestro modo de ser en lugar de entregarnos al del otro. Ya decía Tomás de
Aquino que es propio de los amigos gozar y querer lo mismo. ¿Qué diríamos si se
trata del amor conyugal? ¿Comprometemos nuestro futuro con la persona amada?
Esta
sociedad procede en parte de esa patología de la libertad que es el individualismo
liberal moderno. El Leviatán de Hobbes es un ser caprichoso, soberbio y altivo,
un ser que busca su beneficio sobre todas las cosas, cuyo fin es su bienestar, y
lo identifica con el de la comunidad. Muchas parejas rotas no conocen el
liberalismo ni el Leviatán, pero no viven la libertad como un bien radical de
la persona dirigido a un fin que la mejora al darse, sino ese individualismo
tan igual al egoísmo. De ahí surge el autosuficiente, el coloquial "que se
apañe", la insolidaridad teñida en
ocasiones con el "buenismo" de una ONG, la excesiva separación entre
lo privado y lo público, que conduce a desentenderse de virtudes o valores por estimarlos privados,
mientras que lo público sería lo presidido por el interés y la utilidad.
Quizá es
una pista para descubrir y remediar algunos fallos sobre el amor. Posiblemente,
estas palabras de san Josemaría la completen: debemos
acostumbrarnos a pensar que nunca tenemos toda la razón. Incluso se
puede decir que, en asuntos de ordinario tan opinables, mientras más seguro se
está de tener toda la razón, tanto más indudable es que no la tenemos.
Discurriendo según este consejo, resulta más sencillo rectificar y, si hace falta,
pedir perdón, que es la mejor manera de finalizar un enfado: así se llega a la
paz y al cariño.
Pablo Cabellos
Enviado a
Levante-EMV
Levante-EMV
No hay comentarios:
Publicar un comentario