Es probablemente la mejor solución en Siria y en el mundo entero: el diálogo
No es fácil hacerse cargo desde Occidente de la complejidad de los problemas en Egipto o Siria, especialmente en el plano religioso. Hace unos días, el Secretario general del Consejo de Iglesias Cristianas en Egipto, Bishoy Helmy, rechazaba y condenaba en nombre de los cristianos egipcios las declaraciones del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan contra Ahmed Al Tayyeb, gran imán de la universidad de Al Azhar: «la historia maldecirá a los hombres como él, como ha maldecido en el pasado en Turquía a intelectuales y estudiosos de ese tipo»
Al leer la noticia, resultaba ineludible recordar que esa Universidad es el principal centro de enseñanza religioso del Islam sunita, así como su respuesta poco meditada a la famosa lección de Benedicto XVI en Ratisbona.
Pero esa reacción muestra el pavor que se tiene en Egipto, y más aún en Siria, a los islamistas radicales. Es un tema muy de fondo, más allá de la realidad de que muchos cristianos de Siria son ortodoxos y agradecen la protección histórica que les ha dispensada la ‘Santa Rusia’ (realidad que también Putin utiliza a su favor). Refleja también la antiquísima tensión entre chiítas y sunitas: si Arabia Saudita y Qatar ayudan a los rebeldes sirios, no sería para promover la democracia o los derechos humanos, sino para derrocar a un gobierno chiíta (alauita) aliado de Irán.
En el campo cristiano, no cesan de producirse declaraciones a favor de la paz y del diálogo, y en contra de una intervención bélica que significaría la suma de otra tragedia a la actual. Esas posturas no reflejan sólo criterios pacifistas genéricos, sino el conocimiento de la realidad, y las consecuencias dramáticas que la acción militar occidental tendría para la población civil y para las propias comunidades cristianas.
En esa línea se inscribe el comunicado de Caritas internacional, del pasado 31 de agosto: «El pueblo sirio no necesita más derramamiento de sangre, sino un rápido fin del conflicto. Necesita un alto el fuego inmediato. Una intervención militar de potencias extranjeras simplemente haría incrementar la guerra y aumentar el sufrimiento». Entretanto, Caritas de Siria y otras ONG cristianas siguen prestando asistencia humanitaria a miles de refugiados y ciudadanos, sin acepción de creencias étnicas, religiosas o políticas.
Con frecuencia se olvida que las comunidades cristianas estaban presentes en esa región del mundo antes de las invasiones árabes y musulmanas del siglo VII. Hoy, los cristianos viven en su patria y sufren los mismos problemas que los demás ciudadanos, pero con el riesgo de que los extremistas les priven de su ciudadanía. Se les critica por no comprometerse contra el régimen sirio o la dictadura militar egipcia, pero ellos saben bien que se trata sólo de un mal menor, con el efecto positivo de asegurar un también antiguo espíritu de tolerancia.
Las continuas llamadas de las autoridades religiosas manifiestan la convicción de que el futuro pasa por asegurar la convivencia pacífica de las diversas comunidades. Como rezaba el comunicado tras la audiencia del Papa Francisco al reyAbdallah de Jordania, «la vía del diálogo y de la negociación entre todos los componentes de la sociedad siria, con el apoyo de la comunidad internacional, es la única opción para poner fin al conflicto y a las violencias que causan a diario la muerte de tantas vidas humanas, sobre todo, entre la población más débil».
Poco antes, el Arzobispo Metropolitano siro-ortodoxo de Jazirah y Eúfrates, preocupado y entristecido por la situación que vive el país, afirmaba rotundamente: «Es fácil dar inicio a los ataques aéreos contra Siria, pero es difícil poner fin a la guerra y a las consecuencias de estos ataques para todo Oriente Medio». Otro obispo católico insistía: «Hoy en día es imposible imaginar el futuro de este país, que un tiempo fue una tierra pacífica y hogar para muchos refugiados de Oriente Medio. Lo más dramático es la ausencia de cualquier forma de diálogo en los últimos tres años, mientras que la angustia y desesperación habitan este pequeño pueblo, indefenso y mártir».
Los argumentos van calando también en Estados Unidos, no sólo en una mayoritaria posición popular, según las encuestas, sino en duras críticas, como las de Susan Brooks, antigua presidente del Seminario Teológico de Chicago, bajo el título "Siria y la 'obscenidad moral' de la guerra". Recuerda en washingtonpost.com (29 de agosto), el horror de las armas químicas, forma extrema de la guerra. Nadie quiere que continúe. Pero −se pregunta− «¿tienen otros países autoridad para intervenir?». La gran obscenidad moral sería la misma guerra, que debe detenerse, pero los bombardeos no terminarán la guerra. El conflicto sólo se resolverá mediante la negociación.
Sin embargo, Obama parece seguir los pasos de Bush, que desoyó la voz casi solitaria de Juan Pablo II a favor de la paz en Irak. No es menos fuerte el grito por la paz del Papa Francisco, que pide ayunos y oraciones el próximo sábado. Aunque no compartan los fundamentos, los líderes deberían al menos meditar las consecuencias de sus radicales decisiones.
Salvador Bernal
religionconfidencial
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