En el recuerdo del aniversario de la muerte de la madre Teresa de Calcuta, la asamblea general de las Naciones Unidas ha elegido el 5 de septiembre como ‘Jornada internacional de la caridad’, celebrada este año por primera vez.
Como Consejo pontificio nos alegramos de esta iniciativa y nos unimos a un número infinito de personas en todo el mundo al recordar a la beata y al dar gracias a Dios por el elocuente testimonio de amor que dio a la Iglesia y a toda la familia humana. El reconocimiento de la persona y del trabajo de la madre Teresa por parte de la comunidad internacional es también una invitación a nosotros para continuar dando este testimonio de amor a cuantos están en necesidad.
Como todos hemos podido constatar, en las palabras y en los hechos, el Papa Francisco tiene un particular amor hacia los pobres y los que sufren. De hecho, desde el inicio de su pontificado, nos ha alentado siempre, con su ejemplo y su enseñanza, a buscar ser “una Iglesia pobre para los pobres”. Ha invitado a la Iglesia a salir de sí misma y a ir a las periferias: las del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, las de la ignorancia y la indiferencia religiosa, las del pensamiento, las de cualquier forma de miseria. En el contacto cotidiano con estas periferias, la Iglesia está llamada a llevar salvación y amor a través de su servicio caritativo.
Por nuestra parte deseamos también rendir homenaje al servicio y a la dedicación de muchas personas e instituciones católicas generosas. En particular, estamos agradecidos a muchos hombres y mujeres que han dedicado la propia vida a las obras de misericordia en las partes más pobres del mundo. Desarrollando su obra de caridad, testimoniando que Dios ama aún al mundo y que, a través de ellos, comunica su amor y su compasión a los pobres.
Obediente al mandamiento de Cristo, la Iglesia está llamada a dar testimonio del amor de Dios a través de la práctica de la caridad. De hecho, desde los primordios, el servicio de caridad hacia los pobres ha estado siempre entre las actividades fundamentales de la Iglesia, junto a la administración de los sacramentos y la proclamación de la Palabra.
A través de esta triple tarea, la Iglesia tiene la misión de hacer a todos los hombres y mujeres partícipes de la naturaleza divina del Dios que es amor. La Iglesia afirma que la razón de ser de su misión de caridad son Jesucristo y el testimonio de su amor, dado en el servicio a los pobres. De igual modo, la madre Teresa de Calcuta siempre halló inspiración y fuerza en Jesús. Su vida, su testimonio de amor, surgía de las lecciones que el Señor le impartía en la oración y en la contemplación de su vida y de su enseñanza.
Con su servicio de caridad, la religiosa no quería sencillamente proporcionar asistencia humanitaria o cambiar estructuras sociales. Al recibir el premio Nobel, el 11 de diciembre de 1979, afirmó claramente: «No somos verdaderos agentes sociales. Tal vez a los ojos de la gente desempeñamos una labor social, pero en realidad somos contemplativas en el corazón del mundo; de hecho tocamos el cuerpo de Cristo veinticuatro horas al día».
Cada vez que miramos la imagen de la madre Teresa se nos recuerda que «el amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo» (Deus caritas est, 28b).
La caridad cristiana está siempre al servicio del bien integral de todo ser humano, sin distinción de religión o raza. El ejercicio de la caridad cristiana no se confía sólo a la competencia profesional, ni se conforma con un empeño impersonal. Nuestra aproximación acontece con un “corazón que ve” más allá de las necesidades materiales. En los pobres a quienes servimos, procuramos ver la totalidad y la integridad mientras están ante Dios. La madre Teresa es un ejemplo convincente del hecho de que esta sensibilidad no perjudica la eficiencia.
En el servicio a los más pobres entre los pobres, su fe veía más allá de sus necesidades materiales. Una vez dijo: «Dios se identificó a sí mismo con el hambriento, el enfermo, el desnudo, el sin techo; hambre no sólo de pan, sino también de amor, de cuidados, de consideración por parte de alguien; desnudez no sólo de ropa, sino también de esa compasión que sólo pocos sienten por quien no conocen; falta de techo no sólo por el hecho de no poseer un resguardo de piedra, sino por no tener a nadie a quien se pueda considerar cercano». Esta iniciativa de las Naciones Unidas nos exhorta a ser siempre fieles a la herencia espiritual que nos ha dejado la beata Teresa de Calcuta.
Robert Sarah, Cardenal presidente del Consejo pontificio ‘Cor Unum’
osservatoreromano.va / almudí
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