El matrimonio lleva a una felicidad mayor que el amor espontáneo; éste puede ser muy apasionante pero queda inmaduro si huye de la entrega definitiva
En las Confesiones, Agustín se pregunta: ¿qué es el tiempo? Y responde: “si me lo preguntas no lo sé, pero si no me lo preguntas entonces si lo sé” (Libro XI, cap. XIV). Quizá quepa decir lo mismo respecto del amor. ¿Qué es el amor? Cualquier ignorante sabe si ama o aborrece, pero ni el más sabio podrá definir el amor. El amor se escapa de las definiciones, de los límites, el amor no sabe vivir enjaulado en un puñado de palabras. Quizás con él podemos pensar: “Mi amor es mi peso: a cualquier parte donde yo voy, por el peso de mi amor soy llevado” (Libro XIII, cap. IX.).
No cabe duda, Isabel Coixet es una buscadora del amor, a su manera, con sus planos e historias, tantas veces pueden gustar o no, pueden incomodar e incluso disgustar, se la puede criticar incluso, pero nadie puede entrar en los porqués más profundos y sus intenciones. Es una búsqueda universal. Esto es así, pero también necesita de otra palabra, con no menos contenido, y es fidelidad. El amor reclama fidelidad: es una palabra de fuerte contenido, que supera al yo y al mismo tiempo nos convulsiona y nos hace sufrir.
Por esto se entiende y concretiza más la palabra fidelidad con esta otra: LEALTAD. Quizás por esto cuesta tanto entender la fidelidad cuando no está la lealtad. Jutta Burgraff se preguntaba en el 2007 al respecto:
¿Qué causas se deben las fracturas en la lealtad matrimonial?
A veces se culpa la independencia de la mujer actual. No creo que sea el problema de hoy. Al contrario, es una suerte que exista, porque sólo quien es interiormente libre e independiente puede amar y entregarse verdaderamente a los demás. Voy a enumerar brevemente algunas dificultades:
1. Dos personas se casan hoy, en general por simpatía y amor; es decir, por motivos subjetivos y menos objetivos. Esto es muy bueno e ideal, si no se dejan completamente de lado los aspectos objetivos como la cultura, la forma de ver la vida, etc. Casarse por amor, me parece que es la única razón aceptable para contraer matrimonio. Sin embargo, hoy en día, no es raro que falten casi todos los motivos objetivos. En este caso, la fidelidad matrimonial es sumamente difícil. Porque cuando se acaba el amor, cuando llega la monotonía cotidiana, hay que perseverar sin un entorno exterior que sostenga.
2. Muchas veces los esposos tienen distintos campos de acción, ya sea en la familia, en la profesión fuera del hogar. No se ven durante muchas horas del día. Sin embargo, tienen contacto con otras personas, hombres y mujeres, y con ellos comparten sus intereses y planes profesionales. Cuando vuelven cansados a casa, ya no tienen fuerzas para dialogar o hacer planes y esto genera una distancia entre los esposos.
3. Al mismo tiempo, la opinión pública y las costumbres occidentales no protegen el matrimonio. Incluso se puede decir sin exagerar que se hace propaganda a la infidelidad.
¿Qué facilitaría que el matrimonio sea feliz en el transcurso de los años?
Claro que no hay recetas fijas, pero podemos reflexionar un poco sobre lo que puede facilitar la vida cotidiana.
1. Amor decidido. Si al contraer matrimonio los cónyuges son conscientes de que toman una decisión para toda la vida y tienen la firme voluntad de permanecer unidos hasta el final, pase lo que pase, en tiempos de sol y de lluvia, de nieve, hielo y tormenta, entonces pueden desarrollarse libremente, en un clima de seguridad y de confianza.
Conviene perder el miedo a las crisis. Conflictos y divergencias de opiniones existirán siempre allí donde varias personas viven en estrecho contacto. Lo decisivo es la actitud que se adopta ante aquellas situaciones difíciles, aprovechar la oportunidad de estrechar los lazos de unión superando juntos las dificultades. A menudo, la disposición de perdonar es la única esperanza en el camino hacia un nuevo comienzo. Con los años un cónyuge va amando más al otro porque quiere amarle, porque se ha decidido por el otro de por vida y está dispuesto a soportar desilusiones.
2. Respeto mutuo. Hoy en día el hombre y la mujer se encuentran en el matrimonio uno junto al otro con la misma dignidad, la misma altura, los mismos derechos y deberes. A veces, existe mucha independencia social y económica y, a la vez, una gran dependencia afectiva. Pero sólo aquel que es interiormente libre y autónomo puede entregarse a los demás. Por tanto, hay que reconocer la necesidad de mantener una sana distancia en el matrimonio.
La vida en común no debe convertirse en una atadura o cárcel que restringe la libertad del otro. Un cónyuge no puede quitar al otro la posibilidad de desarrollarse y llevar adelante iniciativas propias; para llegar a una profunda unidad es necesario seguir siendo dos personas individuales. No se ama al otro, mientras no se la ama en sí mismo. El tú no es la prolongación del yo, el tú es el misterio del otro que pide ser afirmado en sí mismo.
3. Apertura a la vida. Un matrimonio verdaderamente feliz descubre continuamente nuevos horizontes, está abierto a otras personas, también a una futura descendencia. Tiene el valor de transmitir la vida, de conservarla, de amarla y de velar por su desarrollo. Pero si la unión sexual se entendiera exclusivamente como la procreación, se denigraría al cónyuge al tratarlo como un simple medio. En cambio, si están integrados en el amor matrimonial tanto el deseo de tener hijos como la búsqueda de la unión sexual, se puede considerar conseguida la relación.
4. Sentido del humor. Sebastianne Chamfort tiene una frase que es muy importante para la vida cotidiana de la familia: “cuando hayas estado un día entero sin reír, habrás perdido totalmente ese día”. El que tiene sentido del humor puede olvidarse de sí mismo y de este modo está libre para los demás. Tendemos a plantearnos problemas existenciales por cosas insignificantes y esto afecta a las relaciones. Debemos esforzarnos por no contemplar las múltiples cosas pequeñas de la vida desde su aspecto negativo. Cada cosa tiene dos caras y vale la pena centrar la vista en aquella cara de la que podemos reírnos a gusto o al menos sonreír.
Mucha gente llega a otra conclusión: ya no quieren casarse porque no quieren llevar una vida de engaño, y tampoco quieren tener las complicaciones de un divorcio. Prefieren vivir algún tiempo juntos. Si van bien, se pueden casar y si van mal, se separan sin grandes problemas y desventajas económicas…
Vivir en una relación abierta, de hecho, es mucho menos atractivo de lo que parece. Si se declara que no es necesario casarse, con frecuencia se llega a exterminar, de un modo muy sutil, el amor entre el hombre y la mujer. Cuando dos personas viven juntas sin casarse, en algún rincón de su corazón queda un resto de desconfianza. Es como decirle: “yo te quiero hoy. Pero no sé si te querré mañana (o dentro de diez años) y por eso prefiero no meterme en líos”. Las relaciones abiertas traen consigo muchas frustraciones y decepciones, el amor se enfría con la falta de confianza.
La familia y también el matrimonio pertenecen a lo que la naturaleza humana pide. Cuando digo matrimonio me refiero a una relación estable permanente entre un hombre y una mujer que da seguridad y confianza. Me gusta compararlo con un muro, construido alrededor de una gran plataforma, en la cumbre de un monte alto y escarpado. Gracias a ese muro, los niños pueden correr en la plataforma con toda libertad, pueden hacer sus juegos más salvajes, saltar y bailar, sin peligro alguno de caída. En cambio, cuando falta el muro, uno sólo puede moverse lentamente, con cuidado y miedo de perder la integridad. Disminuye la alegría de moverse, de emprender grandes cosas y comerse el mundo.
En época de dificultad, ¿cómo se replantea la fidelidad?
El matrimonio, vida común indisoluble, es la mejor garantía para la felicidad de la familia. El matrimonio lleva a una felicidad mayor que el amor espontáneo; éste puede ser muy apasionante pero queda inmaduro si huye de la entrega definitiva. Es un desafío mantenerse unidos uno al otro, también en tiempos de crisis o de poca comprensión.
Todo matrimonio pasa por tiempos de crisis, igual que toda persona humana, cuando crece experimenta sus conflictos de desarrollo. Es muy normal que haya momentos duros en la vida. Uno puede notar monotonía, desazón, quizá la falta de una plena realización profesional; ve que los planes se derrumban y que los hijos son muy distintos de lo que deseaba. A veces, con los años aparece el remordimiento de no haber dado al otro todo lo que requería…
Pero, toda crisis trae consigo un cambio, y puede ser hacia una madurez mayor, hacia una confianza más plena. El día de la boda no es la última estación, sino al contrario, es el comienzo de la verdadera aventura de la vida del amor. Si se tiene la conciencia clara de que el matrimonio dura hasta la muerte, entonces se esfuerza uno mucho más para hacer de él una empresa atractiva.
¿Bastan los deseos de fidelidad?
Todos conocemos muy bien las debilidades y flaquezas de nuestra naturaleza: hoy sentimos gran pasión por una persona; mañana quizá, por otra. Por eso, no bastan los deseos de fidelidad. Hace falta llegar a una alianza objetiva: comprometerse también cara la sociedad, con implicaciones jurídicas, lo que se traduce en este caso en contraer matrimonio. Esta alianza, hecha exteriormente hacia fuera, es una protección del amor. Es decir a la otra persona: “Yo te quiero verdaderamente, y siempre quiero quererte. No sé todo lo que pasará a lo largo de mi vida. A lo mejor, hay tentaciones y conflictos. Pero tengo la voluntad de superarlas y para probártelo te doy una promesa oficial”.
Vídeo dedicado a todas las madres y padres en paro, abuelos, hijos… que están luchando por sacar a su familia adelante, en el que se muestra por qué nuestra sociedad no se ha hundido del todo en esta crisis. Las familias son las protagonistas y gracias a ellas y a la generosidad de millones de personas, la remontada es posible.
unamujerunavoz.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario