
Lo  que hace poderosa a la persona es servir con sencillez al otro,  abandonando las propias defensas y abriéndose a lo que influye desde la  personalidad, renunciando a someter la voluntad del otro
      Un dicho de la antigua China dice: “Cuanto menos intenciones tenga alguien, más poderoso es”. Esto, según Guardini, no se refiere al objetivo que, lógicamente, debe tener toda acción. «Pero  es algo diferente cuando quien actúa no se dirige simplemente a la otra  persona ni al asunto, sino que se refiere a sí mismo, quiere cobrar  valor, y busca ventajas». Lo que, efectivamente, es muy común. 
En las relaciones con las personas
      En las relaciones con las personas, lo ideal —continúa Guardini en su Ética para nuestro tiempo—  sería dirigirnos a ellas con sencilla disponibilidad, sin buscar  producir cierta impresión, ser envidiado, salir adelante. Pero, por el  contrario —añade—, cuántas veces se alaba para ser alabado, se sirve  para ser servido; y con ello se toma al otro no por lo que es sino por  lo que nos aporta. 
      Y  cuando nosotros vemos esto en otros, nos hace cautos, precavidos,  recelosos. Impide la libre comunicación, que es condición para la  autenticidad de las relaciones humanas. 
      Naturalmente,  observa este autor, dependemos de los demás en nuestras relaciones; así  que no sólo es correcto sino necesario tratar de conseguir algo de  ellas. Pero esto no debe estropear los encuentros entre las personas,  donde la actitud no debe quedar determinada por otra finalidad u otra  intención que estar con esa persona y centrarse en la conversación o en  la diversión, o en lo que sea. 
      «Sólo  a partir de eso se hace posible lo grandioso humano: la auténtica  amistad, el auténtico amor, la clara camaradería en el trabajo, la  limpia ayuda en la necesidad».  Eso es lo que hace poderosa a la persona: servir con sencillez al otro,  abandonando las propias defensas y abriéndose a lo que influye desde la personalidad, renunciando a someter la voluntad del otro. 
      Por tanto, lo que importa más es «la  autenticidad de la vida misma, de la verdad del pensamiento, de la  limpieza de la voluntad de obrar, de la pureza de la disposición de  ánimo». Con otras palabras —diríamos por nuestra parte—, se trata de la rectitud de intención, y del rechazo a las “segundas intenciones”.
Rectitud de las intenciones en el trabajo
      Algo  similar tendría que suceder en nuestra relación con el trabajo.  Guardini pone el contraejemplo del estudiante que, con frecuencia sólo  trabaja con vistas al examen. Claro que eso es su derecho, pero no puede  determinarlo todo. 
      Trabajar bien tiene que ver con la sencilla actitud de servir. Sirve, dice nuestro autor, quien «hace  el trabajo que es importante en cada ocasión y en el momento. Está  entregado a él interiormente, y lo hace tal como quiere ser hecho. Vive  en él y con él, sin segundas intenciones ni miradas laterales». 
      Y esto, señala, es hoy una actitud que parece ir escaseando. «Las personas que hagan sus cosas en pura entrega, porque son valiosas, porque son bellas, parecen ser raras».  La acción suele desviarse por la intención del provecho o del éxito, y  así se estropea. En cambio, servir a lo que hacemos es lo que nos libera  y produce no sólo el mejor resultado de la obra, sino a la vez la  alegría de una tarea creativa, que enriquece también interiormente.
Rechazar el "yo falso" y dejar crecer el "yo verdadero" 
      Así, prosigue Guardini, se «abre el camino a la última autenticidad del hombre, esto es, el altruismo». Consiste en rechazar el “falso yo” (el “para mí” omnipresente que busca disfrutar, implantar y dominar), y dejar que viva el yo verdadero, el que corresponde a la verdad de la persona. Este yo verdadero «no  mira a sí mismo, pero está ahí. También se percibe, pero en la  conciencia de una libertad, de una apertura, de una indestructibilidad,  que vienen de dentro». 
      Es lo que los maestros de la vida interior llaman el desprendimiento: ser capaz de estar ahí “sin acentuarse”. Y así se puede llegar a ser poderoso sin esforzarse, a no tener codicia ni miedo, a irradiar. Es lo que consigue el santo: «En torno a él, las cosas entran en su verdad y su orden».
Abrirse a Dios y a sus intenciones 
      Por  este camino se abre también la persona a lo esencial, a Dios. Y ella  misma, al hacerse permeable a Dios, se convierte en puerta por la que «irrumpe en el mundo el poder de Dios, y puede establecer verdad, orden y paz». 
      Pero, se pregunta Guardini, ¿acaso Dios no tiene sus “intenciones”, sus planes con los que gobierna el mundo en lo que llamamos su “providencia” (su propia agenda, como se dice ahora)? 
      Cierto, responde. Pero eso no tiene que ver con “intenciones”  que transcurran al margen de lo auténtico, sino con la sabiduría. Y la  sabiduría lleva a todas las criaturas, según su condición (a la persona,  respetando su libertad) hacia su perfección y en relación con las  demás. Así se va construyendo un tapiz que nosotros sólo vemos por el  reverso, como en un amasijo de hilos y colores. Pero un día, al fin del  tiempo, en el juicio, veremos las figuras y los porqués. 
      Por  eso, cabría concluir, la autenticidad del cristianismo subraya la  rectitud de la intención en todo: en las relaciones con los demás, en el  trabajo y especialmente en relación a Dios. Cuando se actúa sólo “cara a Dios”  se va consiguiendo la sencillez y la rectitud de la intención. Se busca  servir a su gloria, es decir, que su amor se manifieste en todo lo que  hacemos. Y nada más.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com / Almudí
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Estupenda y muy clara la reflexión sobre un tema que actualmente a casi nadie le importa: la ética. Nos la remarcaron mucho en la escuela preparatoria y superior, pero debería seguirse reflexionando siempre, en todas las etapas de la vida. Me interesó especialmente el texto de Romano Guardini, gracias por sugerirlo; mis sinceras felicitaciones al redactor.
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