No nos encontramos de entrada en un “debate de ideas”, sino en una lucha entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el bien y el mal, el amor y el odio, la verdad y la mentira
Marguerite A. Peeters,
periodista estadounidense especializada en organizaciones
internacionales es la autora de cientos de informes sobre el cambio
global y cultural basados en sus entrevistas con expertos en relaciones
internacionales. Es la impulsora de ‘Dialogue dynamics’ sobre la
identidad humana y la política global. Esta entidad sin ánimo de lucro
radicada en Bruselas, es un centro de estudios que analiza los conceptos
clave, valores y mecanismos de funcionamiento de la globalización.
Elabora informes, estudios y materiales didácticos sobre la cultura
global y el cambio político así como los principios de la política
global.
La
integración de la perspectiva de género en los libros de texto escolar,
así como en la legislación de muchos países occidentales (por ejemplo
ver el art. 41 Perspectiva de género en el Estatuto de Cataluña del año 2006)
tienen un efecto detonador, como si se tratara de una teoría
completamente nueva, un fenómeno aislado y sin historia. El género en su
realidad actual es el resultado de un proceso de la revolución cultural
occidental, largo y complejo, que se remonta al siglo XVIII y aún más
allá. El horizonte actual de este proceso sobre el género, es la “post-humanidad”
de la que se habla desde hace unas décadas: el matrimonio entre hombres
y la tecnología para conseguir, a modo de ejemplo, cambiar de sexo,
alargar la vida unos años, aumentar la capacidad cerebral, liberar a las
mujeres de su función “reproductiva” por medio de esta tecnología.
La
lógica de la revolución ha sido la de ir siempre más lejos, si es
posible, en la búsqueda de un proyecto de demolición. Por otro lado, el
surgimiento del género en Occidente ha coincidido históricamente con la
aceleración de la mundialización, que tiene como consecuencia la
exportación rápida y eficaz de este producto de la decadencia occidental
a las culturas no occidentales. Paradójicamente, la gran mayoría de las
personas ignora cuáles son los contenidos y los objetivos de la
revolución y no se ha hecho cargo de su extensión socioeconómica,
jurídica, cultural, política y antropológica.
De
todo ello, hablamos con Marguerite A. Peeters, recientemente nombrada
consultora del Pontificio Consejo para la Cultura.
¿Podría explicarnos el origen de la Teoría del Género? ¿Cuáles son sus implicaciones actualmente?
Nos
encontramos ante un fenómeno sociopolítico de extensión mundial: la
revolución del género está operando desde 1995 a través de la
perspectiva del género o de igualdad de sexos, norma política mundial a
partir de la Conferencia de las Naciones Unidas de Pekín. La revolución
del género se integra a la vez en un conjunto: otras revoluciones,
conectadas entre sí por sus objetivos comunes, se llevaron a cabo
durante el proceso de conferencias de la ONU posteriores a la Guerra
Fría, entre ellas la de Pekín no ha sido más que una piedra de
construcción. Pongamos ejemplos: la revolución política (la democracia
participativa, el asociacionismo, el buen gobierno, la política mundial,
la creación de consenso, la educación cívica...); revolución económica
(desarrollo sostenible, la estabilización de la población, el
crecimiento cero, el principio de precaución, los derechos de los
animales, la igualdad de todas las formas de vida...); la revolución
cultural y ética (la diversidad cultural, la calidad de vida para todos,
una nueva ética mundial...); la revolución sexual y feminista. El
género se relaciona con una nebulosa de otros conceptos, algunos de los
cuales pertenecen a sus parientes directos, tales como la salud
reproductiva, (homo) paternidad, la eliminación de los estereotipos, los
derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales, la teoría queer,
y de otros parientes más lejanos. Estos conceptos se incorporan a una
nueva ética mundial postmoderna expresándose a través de un nuevo
lenguaje, del que ya he dado unos ejemplos que serían sólo unos pocos
entre cientos. Conviene situar el tema del género en el contexto de una
revolución cultural y política, ya que sus implicaciones y
ramificaciones son mucho más amplias de lo que somos conscientes.
¿Estamos ante un nuevo paradigma ideológico para un mundo en crisis?
El
género es un indicador de una crisis que no es sólo, ni en primer
lugar, económica y financiera: es una crisis de la democracia, una
crisis referida a la naturaleza de nuestro contrato social, al contenido
de los derechos del hombre, el tejido de nuestras sociedades, de la
autoridad moral de los gobiernos, de la autoridad del derecho, de la
gobernabilidad del mundo, de nuestra relación con la naturaleza, del
contenido de la educación, del matrimonio y la familia, de nuestra
identidad humana. Se trata de una crisis de civilización. El malestar es
general y perceptible. Lo es tanto que provoca hacerse preguntas
fundamentales y genera una creciente toma de conciencia de sus orígenes
morales y espirituales. Podría convertirse en un kairós, un momento favorable para un nuevo comienzo, para conseguir cambios positivos para un nuevo consenso genuino.
Cuando hablan de género, ¿a qué se refieren sus ideólogos?
Previamente, es necesario que haga alguna precisión sobre la traducción de la palabra inglesa gender. Contrariamente a la palabra “sexo”,
que puede referirse a la identidad femenina o masculina de un individuo
más allá de las diferencias de orden biológico (se habla de un
individuo de sexo masculino, por ejemplo), la palabra "sexo" en inglés tiene tendencia a quedarse limitada sólo a las diferencias anatómicas. La palabra género
ha sido inventada en el mundo anglosajón cuando en la revolución
cultural occidental han querido distinguir las diferencias biológicas
hombre-mujer de las funciones que le son atribuidas socialmente. En
consecuencia, para esta diferencia semántica entre las dos lenguas, la
palabra gender se traduce por “sexo”, más libremente utilizada que la traducción literal que sería “género", es decir, precisamente por la palabra que el inglés no quiere utilizar. Los manuales escolares franceses de Ciencia y Vida en la Tierra SVT,
por ejemplo, hablan sin hacer diferencia de identidad sexual o de
identidad de género, y los gobiernos mundiales hablan de igualdad o
paridad de sexos, sexo social, estadísticas separadas por sexos,
discriminación sexual, identidad sexual, transexualidad, normas
sexuales, equilibrio entre sexos, sexoespecificidad y de otras
expresiones encaminadas, a partir de ahora, a ser interpretadas a la luz
de la teoría del género. Podría ser que muchos de nosotros no nos demos
cuenta, por ejemplo, que “igualdad de sexos” es la traducción de gender equality y que hay que interpretar la expresión a la luz de la teoría del género.
Fijémonos
también que los problemas derivados de la traducción, no ayudan a
aclarar un concepto extremadamente sofisticado y confuso por naturaleza,
ya que es producto de una construcción intelectual, carente de
sustancia estable, única y claramente identificable. Los expertos del
género se pelean entre ellos en cuanto al significado exacto de los
conceptos que ellos mismos han elaborado: identidad sexual, identidad de
género, preferencia u orientación sexual, el rol sexual o rol de
género, comportamiento sexual, los estereotipos de género y otros.
Llegan a menudo a interpretarlos de manera contradictoria para
reivindicarse ante la confusión ambiental, y, después, ellos mismos
intentan corregirlos a través de una proliferación de términos “esclarecedores” ad infinitum
sobre las particularidades de cada expresión del género. Si las vamos
analizando, veremos que están llenas de contradicciones, cada vez más
flagrantes: iuna auténtica Torre de Babel!
¿En qué contexto histórico e intelectual nace el género?
El
género tiene una historia que se puede seguir paso a paso: una historia
contemporánea que data de los últimos sesenta años, —como ya he
indicado en la pregunta anterior—, y una historia más lejana que se
puede remontar a la Revolución Francesa y a la Ilustración.
En
el siglo XVIII, se produce en Francia y en Occidente un divorcio entre
el individuo y la persona, ciudadano y padre, razón y fe, laico y
creyente, los derechos y el amor, la Iglesia y el Estado. Jean-Jacques
Rousseau, ¿no declaró que ser padre era un privilegio social contrario a
la igualdad? El punto de partida de la teoría del género es una
concepción de la igualdad del ciudadano-individuo que se opone de manera
dialéctica a la maternidad, la paternidad, a la filiación, es decir, a
la persona. La concepción laica de la igualdad ciudadana es asexuada:
radicalmente indiferenciada. Ha barrido la persona, el amor a la cultura
y el contrato social. Durante los últimos siglos, los derechos
individuales y la libertad de escoger han sobrepasado socialmente,
jurídica y políticamente la paternidad, la familia y el amor. Es así
como comenzó un largo proceso por el homicidio de la figura del padre
dentro de la cultura occidental que, poco a poco, llevó a la muerte de
la madre (mentalidad anticonceptiva, el derecho al aborto, una cierta
interpretación de los derechos de la mujer como pura ciudadana), la
muerte del cónyuge (la revolución sexual, el aumento de las parejas
sexuales) y la muerte del hijo, acaecidas tan explícitas en la segunda
mitad del siglo XX. Es así como fue posible la reconstrucción del ser
humano sobre nuevos fundamentos, puramente laicos: la teoría de género.
Hasta aquí sus orígenes remotos, pero esta ideología parece radicalmente contemporánea...
La
historia reciente del género tiene cuatro grandes etapas: la
elaboración del concepto y su aparición en los primeros años 50, su
desarrollo y la racionalización de la “teoría” en los ámbitos
universitarios franco-estadounidenses en los años 60-70; la
transformación del concepto en la norma cultural y política mundial en
los años 90, y finalmente el advenimiento de una cultura mundial del
género.
¿Podría explicarnos la fabricación intelectual de esta teoría?
Si
bien antes era utilizada para referirse a las distinciones de orden
gramatical (género masculino, femenino y neutro, existentes en una serie
de lenguas antiguas y modernas), la palabra género comenzó a
ponerse al servicio de objetivos sociológicos e ideológicos en Estados
Unidos en la década de los 50: impulsada por las reivindicaciones
feministas por un lado, y de homosexuales por el otro, los ingenieros
sociales, como John Money, comenzaron a utilizar el término en
referencia a una identidad sexual que no coincide con la identidad
biológica. Desde el principio, el objetivo era ideológico: el género fue
creado, no para distinguir las diferencias anatómicas de las
diferencias antropológicas no anatómicas constitutivas de la feminidad y
la masculinidad, sino más bien para romper la unidad ontológica de la
persona divorciándola, por decirlo de alguna manera, de su propio
cuerpo, masculino o femenino. La voluntad de determinarse “libremente” en contra de su cuerpo sexuado, ha marcado la historia del género desde el principio.
Ha
dicho que, en un segundo momento, se produjo la elaboración de esta
teoría en los medios universitarios franco-estadounidenses en los años
60-70 del siglo pasado. ¿Qué sucedió?
Deslizándose sobre la ola de las revoluciones sexual, feminista y cultural en plena expansión, nutriéndose de la French Theory
que apareció en las universidades francesas en los años 60 y de la mano
del existencialismo ateo francés, el contenido doctrinario de la
revolución de género se ha ido desarrollando con el tiempo. La
intelectualidad posmoderna occidental de los años 60 y 70 ha
racionalizado los objetivos de la revolución cultural. Se interesó
también por el medio ambiente, la paz, los derechos humanos, el control
de la población y tenía una perspectiva internacionalista. Rápidamente,
se puso en contacto con los organismos especializados de las Naciones
Unidas. Y se forjaron unos vínculos de trabajo efectivo entre todos
ellos, poniendo la teoría de género en contacto con otros proyectos
ideológicos en desarrollo en todas estas áreas. Los Gender Studies aparecieron en una serie de universidades de los Estados Unidos durante los años 70.
Habla
de una tercera etapa, que coincide con la caída del comunismo, en la
que algunas organizaciones adoptan esta teoría como norma política.
¿Cómo ocurrió eso?
Cuando
cayó el muro de Berlín, la ONU quiso construir, a través de una serie
de nueve conferencias internacionales, un nuevo consenso mundial sobre
las normas, valores y prioridades de la cooperación internacional para
la nueva era que se abría, el siglo XXI. La perspectiva del género fue
el objeto de un supuesto consenso mundial en la Conferencia de Pekín en
1995. Pekín transformó la teoría del género en norma política mundial.
La igualdad de sexos —en inglés gender equality—, ha sido tratada
desde entonces como una prioridad transversal efectiva de la
cooperación internacional y como piedra angular de la nueva ética
mundial.
Finalmente, la norma busca imponerse culturalmente...
Hoy no hay ningún programa de desarrollo más aplicado y mejor financiado que el de la igualdad de sexos. Pekín había hecho del gender mainstreaming una prioridad estratégica. Esta estrategia difícil de traducir en francés, retorna a la integración transversal de la gender perspective
en las líneas principales de las políticas en todos los dominios. No
hay ningún observador atento de la evolución de la política mundial que
pueda negar la enorme fuerza política y cultural del género. Los
proyectos de desarrollo no reciben fondos públicos, si no incorporan
explícitamente la perspectiva del género. Se han establecido mecanismos
de seguimiento para verificar su aplicación. La nueva ética es
normativa, imperativa, y cada vez más intolerante.
Si
lo he entendido bien, para los defensores de la teoría de género el
sexo −las diferencias biológicas hombre/mujer− y el género −las
funciones que la sociedad les atribuye− no tienen por qué coincidir.
¿Podría puntualizar cómo lo entienden estos teóricos?
Hemos visto que el concepto de género
fue construido por oposición dialéctica con el sexo biológico.
Recordemos las distinciones entre sexo y género generalmente aceptadas
por la mayoría de los teóricos del género.
El sexo sería de orden “natural”, genético, biológico, anatómico, fisiológico, cromosómico, hormonal, “material”,
y por tanto no intercambiable (excepto por intervención quirúrgica).
Sería, en la jerga de la nueva ética neomarxista, el producto de “la reproducción biológica”.
Por otra parte, el género sería elaborado social y culturalmente de
manera convencional, y por tanto, cambiable, inestable, fluido,
transitorio, variable, no sólo según las épocas y culturas, sino también
y sobre todo según las elecciones individuales y colectivas. Feminidad y
masculinidad serían —del todo— el producto de lo que la jerga denomina “reproducción social”. En otras palabras, no tendrían sustancia, no corresponderían a una realidad.
Con
este planteamiento, la teoría del género elimina aspectos esenciales de
la antropología y de la cultura occidental hasta ahora indiscutibles...
De
acuerdo con la teoría del género, la identidad masculina y femenina, la
estructura ontológica de la mujer como esposa, madre y maestra, la
complementariedad antropológica entre hombres y mujeres, la paternidad,
la heterosexualidad, el matrimonio y la familia tradicional no existen “en sí”,
no serían buenos en sí mismos sino que serían construcciones sociales:
fenómenos sociológicos, funciones sociales que se construyen en el
transcurso del tiempo. Estos “estereotipos” serían eliminados a
través de la educación y la cultura como discriminatorios y contrarios a
la igualdad. Pero si se trata precisamente de eliminar una construcción
social, iqué fácil, eliminar la misma teoría del género!
¿Cuáles
son los motivos reales que han llevado a algunos sociólogos y
psiquiatras a querer establecer una distinción entre sexo y género?
Su
objetivo no es —así lo hemos entendido—, explorar la riqueza de las
características antropológicas del hombre y la mujer más allá de sus
diferencias biológicas, para poner de relieve su complementariedad
maravillosa. El objetivo es, por el contrario, eliminar la realidad para
que el individuo pueda tener el poder de autodeterminarse “libremente”, para que pueda ser “liberado”
de las limitaciones impuestas por la realidad y la verdad sobre su ser y
su destino, y así construir por él mismo —como si partiera de cero—, su
identidad sexual y escoger su orientación sexual.
Los líderes del existencialismo ateo francés —Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir— quisieron hacer salir el individuo (ex-ister,
salir fuera) de las condiciones particulares de la vida tal como Dios
ha establecido, para que el individuo sea liberado y pueda elegir
libremente y vivir para sí mismo. Para ejercer el derecho a elegir, el
individuo debe comprometerse, según la lógica del existencialismo ateo,
en la negación de lo que existe fuera de sí mismo, lo que es dado, lo
que ha sido creado, de todo aquello que Sartre, sin reconocer ni don ni
creación, llama el en sí mismo.
El
género es una manifestación elocuente de este compromiso en la
negación. Su objetivo es dar al individuo el poder de elegir libremente y
determinarse en contra del ser y la vocación que le han sido dados
gratuitamente y por amor, sin su intervención. Manifiesta un odio al
cuerpo sexuado, se rebela contra su “carácter no intercambiable”
que cierra al individuo dentro de una identidad de la que no es el
iniciador. Libra una guerra implacable y desesperada contra la materia
que impondría unas restricciones irreversibles a la autodeterminación
absoluta del individuo. El cuerpo sexuado se convierte en una fatalidad a
sufrir, la primera causa de nuestra condición de esclavos. Este odio
del cuerpo aparece, paradójicamente, en un momento en el que el
materialismo, el culto a la materia, parece triunfar culturalmente.
¿Estamos ante una teoría, una ideología de la acción para conseguir el poder?
La búsqueda del poder afecta particularmente a las mujeres y las minorías homosexuales —los dos “grupos sociales oprimidos”— tratando de conseguir el poder para acceder a la “igualdad”. Como se dice en un manual escolar: «Las relaciones de género se refieren a la distribución del poder entre hombres y mujeres en un determinado contexto».
La
adquisición del poder ha sido el objetivo de toda revolución. Nietzsche
hizo de ello un valor absoluto, el remedio contra la desesperación
causada por la muerte de Dios y la pérdida de la moralidad que le
siguió. El género es una manifestación contemporánea del superhombre,
del hombre que se hace dios y que, a la manera de Dios, su palabra es
creadora («Y dijo Dios: Sea la luz, y la luz fue hecha»); quiere crear por el lenguaje una realidad que lo libera de la nada. Es lo que una de las grandes promotoras de la teoría queer, Judith Butler, llama el lenguaje performativo:
el lenguaje que no designa la realidad, sino que produce la realidad y
provoca la transformación social que ha sido primeramente construida
intelectualmente por los ingenieros sociales.
Corríjame si me equivoco. ¿Esta teoría renuncia a conocer la realidad objetiva y propone recrearla subjetivamente?
La creación semántica del género crea la revolución del género. Algunos han comparado los efectos del lenguaje performativo
a los de la hipnosis: lo que el hipnotizador dice se realiza sobre la
víctima. De hecho, los ingenieros sociales, a través del lenguaje performativo,
que es en realidad un ejercicio de manipulación semántica, han
adquirido sobre el mundo, especialmente sobre los jóvenes, un enorme
poder. El nuevo lenguaje normativo socava las resistencias morales
personales, sin darnos cuenta de ello. Confiere a los expertos de la
política mundial un poder sobre el individuo que la ejercen a través de
un vínculo directo con él.
Tomamos nota, de paso, que la teoría queer
se inscribe dentro de la teoría del género y afirma que el cuerpo
sexuado, él mismo, es una construcción social. Podemos reconstruirlo de
diferentes maneras, no sólo LGBT (siglas que designan
colectivamente lesbianas, gays, bisexuales y las personas transexuales),
sino el andrógino, el hermafrodita, el king, el drag queen, el transformista, el chico XX, la nueva mitad, el transexual, el boyz... iNo me pregunte por el significado de estas palabras!
Resumiendo...
Para
concluir, diremos que el género es simplemente un proceso cultural y
político revolucionario de deconstrucción antropológica del hombre y la
mujer, inspirado en la búsqueda de un poder igualitario de tipo marxista
y laicista al mismo tiempo. Como un proceso de cambio constante, no
tiene un contenido estable e identificable. Todo está en el devenir de
Simone de Beauvoir —no se nace mujer, se convierte en mujer—; este
devenir ha fascinado un tanto a la filósofa y profesora Judith Butler,
defensora del feminismo y la teoría queer. ¿Se convierte en mujer
alguna vez? se pregunta Butler. Ella dice de sí misma que “viaja” en el
interior de su identidad. Este devenir puede llevar a cualquier
dirección. El género es un campo de exploración aparentemente sin
límites. Se puede hacer y deshacer sin encontrar nunca su lugar, pasarse
la vida construyéndolo, eliminándolo, reconstruyéndolo sin
comprometerse nunca, para acabar en ninguna parte, como si la existencia
fuera un juego de idiotas, una ilusión cruel y absurda, comparable al
mito de Sísifo.
Efecto devastador de la revolución del género.
La
historia de la revolución del género demuestra su efecto de arrastre:
la revolución ha llevado a los individuos y las sociedades a un divorcio
casi inadvertido entre ciudadanos y personas en nombre de la laicidad, a
la afirmación de los derechos de las mujeres sin tener en cuenta las
características ontológicas de la mujer; a la reivindicación del derecho
a la anticoncepción y al aborto; al derecho a la orientación sexual; a
la teoría queer. El gender es un concepto holístico que
ofrece una amplia gama de interpretaciones inspiradas todas en la misma
fuente: una concepción de la mujer como pura ciudadana, independiente de
Dios y de sus relaciones familiares como hija, esposa y madre que tiene
unos derechos, incluyendo la anticoncepción y el aborto, la fecundación
in vitro, la esterilización voluntaria, y, como el hombre, la
orientación sexual. No hay límites claros entre estas diferentes
interpretaciones. La historia de Occidente demuestra que se desliza de
una a otra una vez se ha abierto la puerta al laicismo. Cuando se deja
encuadrar por la norma mundial de la igualdad de sexos, queda sujeto al
efecto de arrastre de una interpretación a otra. Un vínculo lógico las
une entre sí, el de la eliminación constante, el de la negación de lo
que es.
Parece
que en la agenda política de muchos organismos supranacionales y de
algunos partidos políticos esta norma cultural es prioritaria.
Una vez más diremos que la igualdad de sexos —gender equality—
es una norma mundial desde Pekín. Esta norma, externamente muy
atractiva para las culturas donde la dignidad de las mujeres no siempre
ha sido respetada, es interpretada por la política mundial a la luz de
la antropología puramente laicista occidental que hemos descrito, la
antropología que no da el derecho de ciudadanía a la persona, al amor, a
la familia, a la madre, al padre, al esposo, al hijo, a la hija. Las
normas de la política mundial, impuestas a las culturas no occidentales,
sin darles la oportunidad de escoger libremente, de autodeterminarse,
hacen un trabajo destructivo, allí donde aún la familia, la fraternidad y
la vida son exaltadas culturalmente. Transforma, sin que nadie lo note,
las personas autónomas en ciudadanos-individuos, matando el alma de
estas culturas. iQué empobrecimiento para toda la humanidad! La teoría
de género no muestra su verdadero rostro: avanza a escondidas, pero sabe
a dónde va, ya que aquellos que la propagan no tienen ninguna duda.
Cuando se descubre qué quieren hacer con la teoría de género, hace reír a
los africanos que todavía tienen sentido común, pero también lloran
porque están bajo una presión sin piedad para alinearlos en estas
quimeras. Las culturas no occidentales, ajenas al “laicismo” de
Occidente, no escogerían libremente estas propuestas. Y, de hecho,
podrían ayudar a Occidente a reencontrar su alma, para reconciliar el
ciudadano y el padre, el ciudadano y el cristiano, los derechos y el
amor gratuito, a hacer de nuevo que la familia sea la célula básica de
la sociedad, a dar de nuevo a la persona los derechos individuales de la
ciudadanía. Hay que darles una voz.
¿Cómo se puede hacer frente al desafío del género?
La teoría del “género” y su extensión —la teoría queer que llega a afirmar que el cuerpo sexuado es una construcción social—, pone a prueba la razón: ¿Cómo encontrar el “sentido de la razón” cuando la cultura en que vivimos la ha perdido tan claramente?
Occidente, habiendo separado la razón “autónoma”
de la fe, ha dado durante siglos la primacía absoluta a la razón,
prescindiendo de la conciencia y los sentimientos. Del racionalismo
moderno, productor continuo de ideologías, la cultura se decantó hacia
la posmodernidad irracional, proclamando el “fin de la filosofía”.
El divorcio entre la razón y la fe es la fuente de estas distorsiones.
Para rehabilitar la razón, lo que se requiere de nosotros, es poner a la
luz el papel de la conciencia y los sentimientos en el proceso del acto
humano. De hecho, nos encontramos con la experiencia de que los
argumentos racionales no son escuchados por aquellos que han escogido la
negación. La revolución del gender es, ante todo, no una simple "teoría",
sino un proceso de negación de todo lo que es real, verdadero y bueno
para el hombre, y un compromiso personal y cultural dentro de esta
negación.
La crisis del “género” nos invita a profundizar. No nos encontramos de entrada en un “debate de ideas”,
sino en una lucha entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el
bien y el mal, el amor y el odio, la verdad y la mentira. Es sobre todo
el amor lo que ataca el género. ¿Qué es en realidad un hombre, una
mujer, más allá de las diferencias biológicas? Un hombre es
ontológicamente padre, esposo, hijo, hermano. Una mujer es
ontológicamente madre, esposa, hija, hermana. El corazón de todo ser
humano está estructurado según un triple esquema: paternal,
filial-fraternal y esponsal. ¿Qué puede ser más universal? Recordar hoy a
la cultura occidental que el hombre y la mujer son padre, madre, marido
no va contra la razón, sino todo lo contrario. Renunciar a hacerlo es
rendirse, entregarse al derrotismo.
Ante un reto de las dimensiones que ha descrito, ¿qué propone usted?
La
teoría de género se ha desarrollado principalmente a través de una
nociva cooperación franco-estadounidense. Los franceses han
racionalizado la revolución y han hecho una teoría, un proyecto
doctrinario. Los americanos le han dado un enorme poder de
transformación sociocultural mundial.
La
revolución del género, sus antecedentes y sus prolongaciones llevan muy
lejos dentro de la destrucción de nuestra humanidad. Se ocupa de lo que
ha sido dado por amor y en busca del amor. Rivaliza con la civilización
del amor de la que quiere evitar su eclosión. La civilización del amor
se interesa por la persona, por su vocación, por la familia. Busca
conciliar al ciudadano con el padre, madre, hijo e hija, con el
creyente.
Debemos
elegir: entre la pasividad, permitiendo a los ingenieros sociales que
ganen terreno y decanten las sociedades hacia la aceptación de su
proyecto, o el compromiso positivo dentro de una inmensa y urgente tarea
educativa: la formación de las conciencias y los sentimientos, el
aprendizaje del discernimiento para ayudar a los jóvenes a distinguir
entre lo que les conduce a la felicidad personal, y las trampas sutiles y
seductoras de la nueva cultura.Marguerite A. Peeters
temesdavui.org (Entrevista de Isidor Ramos) / Almudí
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