La
persona educada en la libertad es aquella capaz de rechazar las
respuestas fáciles y acomodaticias busca otras respuestas de más digna
consideración
Como asegura Bloom,
el profesor, lo quiera o no, se halla guiado por el conocimiento, o al
menos la intuición, de que existe algo que podría llamarse naturaleza
humana, y que su tarea como educador consiste precisamente en ayudar a
su realización en sus alumnos.
El
profesor sabe que su propia visión de lo que es la naturaleza humana
puede hallarse quizá un poco velada, y que su capacidad como educador
puede ser más o menos limitada, pero comprende que su misión está
encaminada hacia algo que le trasciende, que se encuentra por encima de
él y que le suministra una pauta para juzgar el nivel de logro en su
trabajo.
El
profesor, como cualquier madre o padre de familia, corre el peligro de
caer en diversos reduccionismos en su tarea de educador:
• el peligro de adoctrinar, en vez de enseñar;
• el de solo instruir, en vez de educar;
• el de troquelar, en vez de desarrollar la personalidad.
Educar
no es meter a los hijos, o a los alumnos, en un molde a presión. La
verdadera labor del educador es mucho más creativa. Es como descubrir
una fina escultura dentro de un bloque de mármol, quitando lo que sobra,
limando asperezas y mejorando detalles.
Se
trata de ir ayudando a quitar defectos para desvelar así la riqueza de
una personalidad irrepetible, una forma muy personal de ser y de
entender las cosas. Educar en la libertad significa, entre otras cosas:
• ayudar a preguntarse a uno mismo qué significa ser libre, y a adquirir conciencia de que la respuesta no es ni evidente ni inalcanzable;
• entender que no hay una vida sensata si uno no tiene mínimamente presente esa pregunta y reflexiona sobre las alternativas que se le presentan; y
•
saber que muchas de esas alternativas serán contrarias a las propias
inclinaciones o apetencias, o a las de la época en que uno vive.
La
persona educada en la libertad es aquella capaz de rechazar las
respuestas fáciles y acomodaticias, y no porque sea persona obstinada, o
por el simple deseo de ser original, sino porque busca otras respuestas
de más digna consideración.
Por eso, el buen educador:
• observa y escucha a sus educandos —los alumnos, los hijos, etc.— con sumo interés;
• procura conocer cuáles son sus intereses, sus pasiones, sus curiosidades, sus anhelos, su experiencia en la vida;
• se esfuerza en conocer y comprender a una generación que no es la suya; y
• al final de su tarea, si es buen educador, sentirá un sincero agradecimiento hacia quienes ha tenido el privilegio de educar, porque habrá aprendido mucho de ellos.
Para educar bien hay que tener una sana pasión por encontrar verdades sobre la vida.
Y
para hacerlo es preciso muchas veces bucear en otros lugares y otros
tiempos, reservar un tiempo para leer, escuchar, pensar y hablar sobre
estos temas.
Alfonso AguilóAragonLiberal.es / Almudí
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