La dinámica de la palabra y el silencio marca toda la oración de Jesús en su vida terrena, como ha expuesto Benedicto XVI en su audiencia del 7 de marzo
A veces te obligan a callar, como le ha sucedido a la web del Vaticano, el mismo día en que el Papa había tratado sobre el silencio. Pero el silencio y la palabra reflejan dos polos esenciales de la vida humana: la interioridad y la realidad externa, el “dentro” y el “fuera”, que se despiertan y alimentan mutuamente. Así, según Romano Guardini, una persona madura sería aquella «en cuya vida estos dos polos producen efectos en relación correcta; que no se pierde fuera ni se enreda dentro; sino en cuya vida, más bien, ambos dominios se determinan y completan mutuamente en equilibrio».
Pero esto, observa, no es lo que suele pasar, pues apenas hay tiempo para asimilar las informaciones que nos llegan, ¡decía este autor en los años 50 del pasado siglo! No digamos hoy, con las nuevas tecnologías. Se ha hecho aún más difícil tener convicciones y opiniones propias.
El silencio, los demás y Dios
Sin embargo, aunque, parezca paradójico, la relación con los demás depende en gran parte de la capacidad de concentración. Sigue explicando Guardini. Quien no se concentra, está “disperso”, y tiende a usar las personas como cosas, como llaves para sus finalidades o intereses propios, como productos de consumo. Es la diferencia entre contemplar una obra de arte o interesarse sólo por su precio de mercado. Y lo mismo con la naturaleza: es distinta la mirada de quien contempla en un árbol su propio misterio de la vida enraizada en un lugar de la tierra, que se abre al espacio y al cielo, respecto de la mirada del tratante de madera. Y así sucede también con las ciudades y el turismo.
Señala Guardini que esto repercute también en la relación del creyente con Dios. Hay que saber escucharle, porque de otra manera no se le podrá obedecer (ob-audire) con total dignidad y autenticidad, tomando las decisiones correctas de acuerdo con la conciencia, donde resuena la voz de Dios.
Así es, y cabría concretar esa observación aportando un dato de la experiencia: es muy conveniente marcarse un rato diario, aunque sólo sea un cuarto de hora, para dialogar con Dios y escuchar a Dios, en la propia habitación o en una iglesia tranquila. En esto se puede valorar el consejo de otras personas con experiencia y también la ayuda de algunos libros. La concentración, sobre todo para hablar con Dios, no es algo exclusivo de monjes y ermitaños. También es necesaria para la gente “de la calle”: quien no ejercita su musculatura se atrofia, y así también con la vida interior. Quien no desconecta de la televisión o de la música corre el peligro de quedarse sin interioridad, sin capacidad de concentración. Y estar consigo mismo se le puede hacer insoportable.
Silencio y palabra
El ilustre educador completa su análisis sobre el valor de la concentración, acudiendo a la polaridad entre silencio y palabra. El silencio no es sólo que no se diga nada y no se oiga nada. También los animales son capaces de esto. Pero sólo el hombre es capaz de callar. Dice Guardini: «sólo puede hablar con pleno sentido quien también puede callar». Hoy tenemos máquinas que hablan, pero propiamente no pueden callar, sólo se quedan como muertas. El silencio es propio del hombre. Pero dominar el silencio es parte del dominio de sí, y por eso es una virtud.
Y es que, entiende nuestro autor, hay cosas que se estropean si se sacan fuera de uno mismo. Lo mejor es guardarlas para quien pueda comprenderlas, o incluso guardarlas del todo, porque no se pueden expresar con palabras Así para empezar, «sólo en el silencio tiene lugar el propio conocimiento», el conocimiento de sí. Y el silencio es también necesario en la relación con los demás porque se trata de dar algo de uno mismo (algo de ayuda, de compañía), y no meras palabras.
Como acontece con todas las virtudes, también para el silencio hay personas más predispuestas, pero es importante para todos aprender a callar. No sólo porque se gana mucho diciendo menos tonterías; sino porque, sostiene Guardini, «hay que aprender el silencio interior: el aguardar tranquilo ante una cuestión grave, un deber importante, el pensamiento sobre una persona que nos interesa». Menciona, al llegar este punto, a San Agustín con su libro Las Confesiones, testimonio de ese mundo interior que una persona puede tener, si lo cultiva.
Evocando a la Biblia, Guardini dice que Dios es una infinita calma y silencio que todo lo contiene (se revela no en el huracán ni en el fuego sino en la brisa, como comprobó el profeta Elías). Y su Palabra eterna, según el Evangelio de San Juan, se ha hecho carne, se ha hecho hombre, ha salido del silencio para manifestarnos su amor.
Silencio, comunicación y evangelización
En su mensaje para la 46 Jornada mundial de las comunicaciones sociales, apunta Benedicto XVI que «el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido». Y teniendo en cuenta la extensión actual de la Red, llena de preguntas sobre el sentido de la existencia humana, propone fomentar «un ‘ecosistema’ que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos». (Silencio y Palabra: camino de evangelización, 24-I-2012).
Explica el Papa que el Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras, en el misterio de su silencio, sobre todo en la cruz de Cristo y en las horas de su sepulcro. En la oración y en la contemplación silenciosa, nosotros también hemos de redescubrir su Amor y el amor al prójimo, «para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva». Por eso, afirma, «de esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión».
Silencio y oración
De hecho, la dinámica de la palabra y el silencio marca toda la oración de Jesús en su vida terrena, como ha expuesto Benedicto XVI en su audiencia del 7 de marzo. Y debe marcar nuestra oración, en dos direcciones. Primera, por la necesidad de redescubrir el valor de nuestro silencio y el recogimiento para comprender los misterios de Cristo, siguiendo el ejemplo de María (cf. Exhort. Verbum Domini, n. 21). Sin el silencio no se puede escuchar la Palabra, y esto vale para la oración (como se ve en la vida de Jesús) y para la liturgia. Además está el silencio de Dios, que no debe desconcertarnos, porque Él nos conoce mejor que nosotros mismos y nos ama, y sabe muy bien lo que necesitamos (cf. Mt 6, 7-8).
Concluye el Papa sus reflexiones sobre la oración de Jesús subrayando que ella nos enseña a detenernos también en nuestra oración, para ir a las raíces que sostienen nuestra vida, especialmente ante las dificultades; para decir que “sí” a la voluntad del Padre; para encontrar siempre el amor de Dios que se ha manifestado en Cristo.
Aprender a comunicar implica aprender a hablar, y por tanto a escuchar y contemplar. Cuanto más importante y necesaria es la palabra, más importantes y necesarios son la concentración y el silencio.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com / Almudí
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