Así lo calificó el mismo Benedicto XVI antes de salir de Roma. Y comenzó el viaje a México y a Cuba bajo el signo de la esperanza. Regresará a Roma con la conciencia de haber hecho una buena siembra.
Ha predicado la fuerza y la luz de la Resurrección de Cristo, que nos
preparamos todos los cristianos para celebrar el Domingo de
Resurrección; y ha alentado a "quienes sostienen esta siembra de fe y de
esperanza "entre espinas, unas en forma de persecución, otras de
marginación o menosprecio", a proseguir en el empeño, sin dejarse
dominar por el mal.
El mal tienta al hombre con la desesperanza, con la desilusión, con
el desánimo; con el abandono, en definitiva, de la misión recibida del
Señor. Benedicto XVI tiene en el corazón las insidias que sobre la
Iglesia, y sobre su persona, se levantan aquí y allá, dentro y fuera de
la Iglesia, y conoce también los problemas de la Iglesia y de la
sociedad en México, en Cuba, en Latinoamérica. ¿Cabe el desaliento en el
corazón de un Papa, llamado por Cristo a sostener la Fe? Sin duda; y a
la vez, sabe muy bien donde está la "fuerza" que e sostiene.
Acude a la Virgen María, "esperanza nuestra", "porque nos ha mostrado
a Jesús y transmitido las grandezas que Dios ha hecho y hace con la
humanidad, de una manera sencilla, como explicándolas a los pequeños de
la casa".
¿Qué grandezas? Las recuerda Benedicto XVI, después de contemplar
el monumento a Cristo Rey, en el alto del Cubilete, en la ciudad
mexicana de León.
"Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de
espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la
entienden . Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para
someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder
más grande que gana los corazones: el amor de Dios que Él ha traído al
mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste
es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso
es justo que, por encima de todo este santuario sea un lugar de
peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación,
de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A Él, a Cristo, le
pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles,
esperanzados y valientes en la propia humildad".
El "amor de Dios". Esa es nuestra grandeza, ha venido a decirles el
Papa a los mexicanos, y con ellos, a todos los cristianos en estos
momentos. Nuestra grandeza, nuestra esperanza, nuestra fortaleza. El mal
nunca vence definitivamente al bien, aunque en algún momento las
apariencias quieran decir lo contrario.
"El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal -les recordó a
los niños en Guanajuato-, sino que es siempre instrumento del bien,
heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad"; y a
los obispos mexicanos les manifestó así una de esas grandezas de Dios
que sostienen nuestra esperanza: "Los habitantes de Jerusalén y sus
jefes no reconocieron a Cristo, pero, al condenarlo a muerte dieron
cumplimiento de hecho a las palabras de los profetas. Sí, la maldad y la
ignorancia de los hombres no es capaz de frenar el plan divino de
salvación de redención. El mal no puede tanto".
Benedicto XVI conoce bien la fuerza civilizadora de las palabras que
pronuncia. Sabe que no se quedan en un mensaje de invitación a la
piedad, a la práctica religiosa, que también, lógicamente. Manifiestan,
muy especialmente, la invitación a un cambio de mentalidad, en la
convicción de que el amor de Dios eterno participa en la historia de los
hombres; y participa de manera muy particular por la acción personal y
comunitaria de los cristianos.
"Otra maravilla de Dios nos la recuerda -y sigue hablando a los
obispos- el segundo salmo que acabamos de recitar: Las 'peñas' se
transforman en 'estanques, el pedernal en manantiales de agua' Lo que
podría ser piedra de tropiezo y de escándalo, con el triunfo de Jesús
sobre la muerte se convierte en piedra angular: "Es el Señor quien lo ha
hecho, ha sido un milagro patente". No hay motivos, pues, para rendirse
al despotismo del mal. Y pidamos al Señor Resucitado que manifieste sus
fuerza en nuestras debilidades y penurias".
A lo largo del viaje ha exhortado "a seguir abriendo los tesoros del
Evangelio, a fin de que se conviertan en potencia de esperanza, libertad
y salvación para todos los hombres. Y sean también fieles testigos e
intérpretes de la palabra del Hijo de Dios encarnado, que vivió para
cumplir la voluntad del Padre y, siendo hombre con los hombres, se
desvivió por ellos hasta la muerte".
La Iglesia en Cuba y en México ha dado, especialmente en los últimos
tiempos, un testimonio de esperanza en medio e vejaciones,
persecuciones, obstáculos de todo tipo..Ha sabido responder al mal con
el bien. Ha sembrado los gérmenes de una nueva sociedad. Y hoy,
Benedicto XVI tiene la alegría de bendecir, con la Virgen de la Caridad
del Cobre, patrona de Cuba, esos frutos de la esperanza.
Ernesto Juliá Díaz
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