Una vez más, desde la Santa Sede, han visto oportuno recordar a los teólogos los cauces del buen teologizar. Y digo "buen teologizar", porque nadie mejor que un teólogo sabe de la pretensión del intelecto humano de establecer por su cuenta y riesgos esos cauces del buen pensar "a Dios, sobre Dios, de Dios, acerca de Dios".
Nadie mejor que un teólogo es consciente de que el "Misterio de Dios revelado en Cristo" es no sólo inagotable en su profundidad, sino, y muy especialmente, inaccesible, en la hondura de su misterio. Aunque el Espíritu Santo derrame en nuestros corazones, y por ende, en nuestras inteligencias, "los infinitos tesoros del amor de Dios", la realidad viva de Dios, Uno y Trino es inabarcable a la inteligencia humana. ¿Cómo puede la criatura penetrar la mente del Creador; y no sólo la mente, sino al Creador en su vivir más íntimo?
La Comisión Teológica Internacional ha publicado un documento que quiere ser una luz guía, de ayuda, en el pensar de los teólogos al servicio de la Fe del pueblo de Dios. "Teología Hoy: Perspectivas, Principios y Criterios". ¿Qué les recuerda?
Unos puntos de referencia que toda persona ocupada en reflexiones teológicas conoce bien, aunque después, en no pocas ocasiones, sienta la tentación de olvidarlas, y abrir otros cauces. Pasado un tiempo, descubre que esos "otros cauces" son estériles, no le conducen a ningún sitio, si apenas le devuelven al punto de partida.
Me limito a recordar algunos de los criterios que el documento subraya, quizá para llamar la atención a los intentos de "nuevas teología posibles" que pululan aquí y allá, y que apenas sirven para dejar de manifiesto la falta de humildad, y de inteligencia de quienes mueren en el intento de querer dominar los insondables misterios de Dios, reduciéndolos a los estrechos límites de sus capacidades mentales.
El teólogo ha de reconocer la primacía de la Palabra de Dios, que se expresa de muchas maneras: la creación, los profetas y los sabios, la sagrada Escritura y, definitivamente, en la vida, la muerte, la resurrección de Jesucristo, la Palabra hecha carne.
El documento recuerda que la teología es "ciencia de la Fe" –fe que busca la inteligencia-. La Teología se esfuerza en entender racionalmente –hasta donde es posible- lo que la Iglesia cree, porque cree, y todo "sub specie Dei". Pretender reducir Dios a los límites de la inteligencia humana, pretender que sólo lo que entendemos es creíble, es construir algo que no es "Teología", "pensamiento de Dios".
Una llamada de atención muy particular a la situación actual de la exégesis. El texto recuerda lo que repetidamente viene diciendo Benedicto XVI: "Sólo cuando se unen los dos niveles metodológicos, el histórico-cultural y el teológico, se puede hablar de exégesis teológica, una exégesis digna de ese nombre".
Cristo ha nacido en la historia de los hombres; y aquí en la tierra permanece. Fidelidad a la tradición apostólica es un criterio que ningún teólogo puede olvidar. La tradición de la Iglesia es vida, es riqueza de vida "con Cristo, por Cristo, en Cristo". "Donde no hay verdadera tradición hay plagio"; y no le falta razón a este dicho.
El hombre que intenta comenzar de cero la historia siempre plagia; siempre repite los errores del pasado: ni novedad, ni progreso, ni originalidad: simple copia, y cadavérica.
Y esta tradición lleva consigo, indica el documento: "un estudio de la Escritura, la liturgia, los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia, y la atención a las enseñanzas del Magisterio".
Cauces que nunca son ni angostos, ni anticuados; cauces perennes porque suponen siempre un reto a la inteligencia de los teólogos para profundizar, ahondar en los "misterios de Dios", y porque les ayudan a no perder el contacto vital con Pedro, la única persona, y para toda la Iglesia, que ha recibido el encargo de Cristo de "confirmar en la Fe a sus hermanos", dentro de los que se incluyen, lógicamente, los teólogos.
Ernesto Juliá Díaz
Religión Confidencial
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