Empeñarse
en transformar la propia vida en una obra de arte viene a ser convertir
la prosa diaria en endecasílabos de verso heroico
Como el artista sabe crear belleza así puede cada uno convertir su propia vida en una obra de arte. Aprendí esto de san Josemaría Escrivá
en mi juventud y poco a poco he ido calando con creciente admiración en
la hondura de esa enseñanza: convertir el propio trabajo —la vida
entera— en una obra de arte, del mejor arte del que cada uno sea capaz.
La
esencia de la obra de arte —como la de todos los artefactos— no es algo
que esté dentro de ella, sino fuera: es su finalidad. La esencia de la
obra de arte es el efecto que causa en el espectador. Una obra de arte
se construye, pero su efecto no es algo que pueda construirse. Ese
efecto depende de la pureza —la verdad— de los materiales empleados y,
sobre todo, del espíritu del artista que trabaja esos materiales hasta
su perfección poniéndolos al servicio de su idea. Además, al trabajar
los materiales el artista va también modelando su espíritu: la creación
artística hace que su vida misma sea bella y —por así decir— merezca ser
vivida.
El
escritor crea belleza cuando logra transparentar su alma a través de la
sonora luminosidad de sus palabras. Esto requiere tenacidad para llegar
al último detalle, hasta la perfección y el íntimo acabamiento. Cuando
el escritor es bueno su texto es siempre un triunfo del espíritu sobre
la materia, sobre las palabras. Si el autor consigue expresar lo que
quiere, el lector palpa su espíritu y goza con la belleza por él creada.
Para
quien se dedica a escribir convertir en obra de arte la página en
blanco o la pantalla vacía del ordenador es un desafío diario. Nunca
sabe si lo logrará, si conseguirá decir la verdad de forma que los
lectores —o al menos uno solo de ellos— ganen luz y claridad en su
cabeza, se emocionen en su corazón y se enciendan en ansias de ser
mejor. Empeñarse en transformar la propia vida en una obra de arte viene
a ser —con metáfora de san Josemaría— convertir la prosa diaria en
endecasílabos de verso heroico.
Quien
se dedica a crear belleza por medio de las palabras pone en ellas toda
su alma. La belleza de una vida no es fruto del azar, sino del esfuerzo
prolongado en el tiempo por llenarse de la realidad, aprender de los
demás y transparentar el alma. A fuerza de ese trabajo continuado sobre
uno mismo el escritor no solo adquirirá la maestría del oficio, sino que
sus obras le harán mejor y harán su vida más bella.
Jaime Nubiola
filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com / Almudí
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