martes, 22 de octubre de 2013

¿Da igual una religión que otra?

Tener una mente abierta
es como tener la boca abierta:
no es un fin, sino un medio.
Y el fin es cerrar la boca sobre algo sólido.
G. K. Chesterton

El síndrome del muestrario

«Aunque crea que Dios existe, hay muchas religiones para elegir. Soy de los que piensan que todas las religiones son buenas. Quitando algunas degeneraciones extrañas que vienen a ser como la excepción que confirma la regla, todas llevan al hombre a hacer el bien, exaltan sentimientos positivos, y satisfacen en mayor o menor medida la necesidad de trascendencia que todos tenemos.

»En el fondo, da igual una que otra. Además, ¿por qué no va a poder haber varias religiones verdaderas?».
Ciertamente hay que ser de espíritu abierto, y apreciar –como lo hacía el autor del comentario que acabo de recoger– todo lo que de positivo haya en las diversas religiones, pero me parece que no se puede pensar seriamente que haya varias que sean igualmente verdaderas. Si solamente hay un Dios, no puede haber más que una verdad divina, y una sola religión verdadera.


Porque una cosa es tener una mente abierta, y otra muy distinta decir que cada uno se fabrique su religión y que no se preocupe porque todas van a ser verdaderas. Por eso decía Chesterton que “tener una mente abierta es como tener la boca abierta: no es un fin, sino un medio. Y el fin –decía con sentido del humor– es cerrar la boca sobre algo sólido”.

No es serio decir que pueden ser verdad al mismo tiempo religiones diversas, que se oponen en muchas de sus afirmaciones y sus exigencias. Si dos y dos son cuatro, y alguien dijera que son cinco, habría caído en un error. Pero si además dijera que una suma es tan buena como la otra, podría decirlo, porque afortunadamente hay libertad de expresión, pero habría incurrido en un error aún más grave.

Acertar con la verdad

La sensatez de la decisión humana sobre la religión no estará, por tanto, en elegir la religión que a uno le guste o le satisfaga más, sino más bien en acertar con la verdadera, que solo puede ser una. La religión no es como elegir en un supermercado el producto más atractivo.

—Pero la religión verdadera debería ser atractiva..., si tan buena es, ¿no?
Depende de qué se entienda por atractivo. Si te refieres a lo superficial, guiarse por el atractivo de la presentación exterior llevaría a juzgar por el envoltorio o por la apariencia.

Sería como intentar distinguir entre un buen libro histórico y otro lleno de manipulaciones, fijándose solo en lo atractivo de la portada y la presentación. O como distinguir entre un veneno y una medicina por lo agradable del color o del sabor (esto podría ser incluso más peligroso).

Cuando se trata de discernir entre lo verdadero y lo falso, y en algo importante, como lo es la religión, conviene profundizar lo más posible. La religión verdadera será efectivamente la de mayor atractivo, pero solo para quien tenga de ella un conocimiento suficientemente profundo.

—Entonces, ¿tú crees que el cristianismo es la verdad para todos?
Sí, naturalmente, pues soy cristiano. Si uno no cree que su fe es la verdadera, lo que le sucede entonces, sencillamente, es que no tiene fe.

—¿Dices entonces que todos los que profesan una religión distinta a la cristiana están completamente equivocados?
Completamente, no. La adhesión a la verdad cristiana no es como el reconocimiento de un principio matemático. La revelación de Dios se despliega como la vida misma, y toda verdad parcial no tiene por qué ser un completo error.

Muchas religiones tendrán una parte que será verdad y otra que contendrá errores (excepto la verdadera, que, lógicamente, no contendrá errores). Por esta razón, la Iglesia católica –lo ha explicado el Concilio Vaticano II– nada rechaza de lo que en otras religiones hay de verdadero y de santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. La Iglesia honra cualquier verdad que pueda ser descubierta en el mundo de las religiones y las culturas.

¿Puede uno salvarse con cualquier religión?

La verdad sobre Dios es accesible al hombre en la medida en que este acepte dejarse llevar por Dios y acepte lo que Dios ordena. Es decir, en la medida en que el hombre quiera buscar a Dios rectamente.

—¿Quieres decir que los que no son cristianos no buscan a Dios rectamente?
No. Decir eso sería una barbaridad. Hay gente recta que puede no llegar a conocer a Dios con completa claridad. Por ejemplo, por no haber logrado liberarse de una cierta ceguera espiritual. Una ceguera que puede ser heredada de su educación, o de la cultura en la que ha nacido.

—Entonces, en ese caso, no serían culpables.
Dios es justo y juzgará a cada uno por la fidelidad con que haya vivido conforme a sus convicciones. Es preciso, lógicamente, que a lo largo de su vida hayan hecho lo que esté en su mano por llegar al conocimiento de la verdad. Y esto es perfectamente compatible con que haya una única religión verdadera.

—¿Y qué dice la Iglesia católica sobre la salvación de los que no profesan la religión católica? Porque algunos la acusan de exclusivismo.
Dice que los que sin culpa de su parte no conocen el Evangelio ni la Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.

Como ha señalado Peter Kreeft, el buen ateo participa de Dios precisamente en la medida en que es bueno. Si alguien no cree en Dios, pero participa en alguna medida del amor y la bondad, vive en Dios sin saberlo.

—Entonces, si se puede ser moralmente bueno sin creer en Dios, ¿para qué creer en Dios?
Es que no debemos creer en Dios porque nos sea útil, o porque nos permita llevar una vida moral, sino, sobre todo, porque creemos que realmente existe.

—¿Y dices que Dios me juzgaría con arreglo a la religión en que yo creyera, aunque fuera falsa?
Depende de tu rectitud, pues podrías estar en el error de modo culpable o voluntario. Bernanos decía que no se puede perder la fe como se pierde un llavero, y se mostraba bastante escéptico ante las crisis intelectuales de fe, que consideraba mucho más raras de lo que muchos pretenden. Por eso, si una persona se fabricara una religión propia, a su medida, porque le resulta más cómodo; o hiciera una interpretación acomodada de su religión, para rebajar así sus exigencias morales; o no se preocupara de recibir la necesaria formación religiosa adecuada a su edad y circunstancias, u otras causas semejantes; cuando se diera alguna de estas cosas –y me parece que se dan con cierta frecuencia–, se ve que la pretendida crisis intelectual bien puede tener otros orígenes.

—¿Pero eso de formarse no es propio más bien de gente de poca personalidad, que se deja influenciar fácilmente?
No tiene por qué ser así, pues, como ha señalado Aquilino Polaino, formarse no es nada más que fundamentar la propia autotransformación (y no, por cierto, de modo egoísta, sino para ser, a su vez, una realidad transformante de los demás).

Por eso, si una persona no se preocupara de formarse y de reflexionar suficientemente para llegar al conocimiento de la fe verdadera y de sus exigencias, estaría en un caso de ignorancia culpable. En ese caso y en todos los anteriores –es de justicia elemental–, será juzgado por Dios conforme a su grado de culpabilidad y voluntariedad.

Alfonso Aguiló, Es razonable creer, Ed. Palabra

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