lunes, 21 de octubre de 2013

Unas palabras sobre la Conciencia

 
 A propósito de unas batallas jurídicas y políticas que están teniendo lugar en diversos estados de Usa, en torno a la posibilidad de establecer leyes que impidan la libre “objeción de conciencia” ante imposiciones del Poder, en cuestiones médicas, de seguros para sostener abortos, eutanasias, etc. etc., me han venido a la mente unas palabras de Benedicto XVI.

   En el discurso en Zagreb, el 4 de junio de 2011, ante personas del mundo político, académico, cultural y empresarial, además de diplomáticos y líderes religiosos, el entonces Papa afirmó:
“La calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, dependen en buena parte de este punto ‘crítico’ que es la conciencia, de cómo es comprendida y de cuanto se invierte en su formación. 

Si la conciencia, según el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución. En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro”.

Estas palabras expresan con claridad una serie de verdades que a veces olvidamos, en el deteriorado uso del lenguaje en el que estamos inmersos.

-Que la conciencia es ese “interior del ser humano” donde el hombre “descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal”. “El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón…La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”, con palabras del Concilio Vaticano II.

-Que el “bien y el mal” no es un invento del ser humano, ni de cada ser humano, ni fruto tampoco de consideraciones culturales del momento. Ni la conciencia es fruto de un gen que ha aparecido en un momento de la historia. Ni podemos “identificar la conciencia del hombre con la autoconciencia del yo, con la certeza subjetiva de uno mismo y del propio comportamiento moral”.

Que si cada uno tiene que seguir en su actuar con él y con los demás, “el Bien como lo concibe”, y combatir “el Mal como lo concibe”, el mundo cambiaría, es cierto;
pero para convertirse en un infierno: Hitler, Stalin, Pol Pot; etc, y estarían justificados, porque han actuado “según lo que ellos veían bueno y malo”.

Que la conciencia no es “autónoma”; o sea, que no la creamos nosotros, que no se sostiene a sí misma. Nosotros somos libres de ver en la conciencia la luz de Dios, y de no verla, y poner lo que nos de la gana; pero no podemos animar a ninguno a que piense que el bien es matar a alguien, para que lo mate. Los hombres somos libres, no autónomos: no nos hemos damos a nosotros nuestra propia vida, ni hemos establecido nosotros el Bien el Mal.

En Estados Unidos siguen debatiendo si legislar o no la “objeción de conciencia” para obligar, por ejemplo, a hospitales llevados por personas religiosas, que saben que el Bien y el Mal, y la conciencia del Bien y del Mal, es luz de Dios en el interior del hombre, a ir en contra de su conciencia, en contra de Dios, practicando el aborto, la eutanasia, y toda clase de manipulaciones en los embriones humanos.

Si llegan a prohibir –y espero que no suceda- la “objeción de conciencia”, los Estados Unidos darán un paso más para suicidarse como nación, como cultura. Seguirían en ese proceso de involución en el que ya han dado pasos firmes; aunque lógicamente están todavía a tiempo de rectificar.

Vale la pena recordar aquí unas palabras del entonces card. Ratzinger, que hablando de Newman dejó escrito:

“La conciencia no significa para Newman que el sujeto sea el criterio decisivo frente a las pretensiones de la autoridad, en un mundo en el que la verdad está ausente y que se sostiene gracias al compromiso entre exigencias del sujeto y exigencias del orden social. La conciencia implica más bien la presencia perceptible e imperiosa de la voz de la verdad dentro del sujeto mismo; entraña la superación de la mera subjetividad en el encuentro entre la intimidad del hombre y la verdad que proviene de Dios”

Decididamente, la conciencia no es autónoma. El hombre no se ha “inventado” el bien y el mal. El hombre es libre, no autónomo, en el más hondo sentido de la palabra.

Ernesto Juliá Díaz

religionconfidencial.com

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