¿De verdad la sentencia del Tribunal Supremo que ha impuesto a todos los Estados Unidos el reconocimiento del matrimonio homosexual como derecho constitucional no tendrá consecuencias para la libertad religiosa de los ciudadanos?
Según la mayoría de los jueces favorables al veredicto, ha observado el jefe de los jueces John Roberts en su dissenting opinion, se “prevé que los creyentes podrán seguir defendiendo y enseñando su visión del matrimonio”, porque “la Primera Enmienda tutela la libertad de ejercer la religión”. ¿Cómo acabará el “vive y deja vivir” sobre el que se rige desde siempre el multiculturalismo americano?
David Crawford, profesor de teología moral, de derecho de la familia y de bioética en el Instituto Juan Pablo II de Washington, dice a tempi.it que en América ya se respira “un clima totalitario”, no dudando en llamar de este modo lo que está sucediendo a causa también de la “rendición silenciosa de los católicos” a la condición de “irrelevancia” imaginada para ellos por el poder.
Según Crawford, a los cristianos les queda sólo una posibilidad: “el martirio de la desobediencia, de la comunión y del abandono del individualismo, para la salvación de la fe y del mundo”.
Profesor Crawford, ¿cómo se ha llegado a la negación de cosas que deberían ser evidentes para todos?
Ante todo, este cambio no es fruto del voto popular, sino de la decisión de un puñado de jueces. Aunque nos tenemos que preguntar cómo es posible que las presiones radicales de la revolución sexual, empezada en los años sesenta, hayan pasado a ser dominantes: ¿cómo es posible que en pocos años tantas personas hayan llegado a ser incapaces de reconocer lo que es obvio?
La razón la encontramos en un proceso político y moral, muy anterior a la revolución sexual, que empezó con la modernidad: Descartes puso en duda la realidad sustituyendo el ser con la voluntad humana. Para él el cuerpo ya no era una parte estructural de la persona, sino un accesorio material; de este modo, dejó de tener un sentido y un fin determinante para el espíritu. A causa de esta separación se ha llegado a la negación de la diferencia sexual como factor determinante de la persona.
La línea trazada por Descartes prosiguió con Bacon y Locke según los cuales la comunidad humana, en primer lugar la familia, no está fundada sobre la ley natural sino sobre un contrato artificial, exclusivamente dependiente de la voluntad cambiante del sujeto: en esta visión, la comunidad y la familia ya no tienen ninguna protección objetiva del poder y de la ley positiva impuesta por la mayoría.
Antes de la sentencia, en los Estados Unidos ya se había asistido a una serie de casos, algunos de ellos clamorosos, de personas aisladas despedidas y asaltadas por los medios de comunicación por ser consideradas “homófobas” por el simple hecho de tener una determinada visión del matrimonio. ¿Qué pasará ahora que el matrimonio entre personas del mismo sexo se ha convertido en un derecho constitucional?
Antes de la sentencia muchos servicios y comercios que se habían negado a participar activamente en ceremonias entre personas del mismo sexo habían sido cerrados tras ser obligados a pagar multas o ser denunciados. El arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, ha sido sometido a una campaña de odio por haber pedido a las escuelas católicas seguir la enseñanza de la Iglesia en lo que concierne a la moral.
El estado de Indiana, tras una violenta presión por parte de los lobbies económicos, ha retirado la ley para proteger la objeción de conciencia. Varias personas, entre las cuales periodistas, docentes, empleados, militares, han sido despedidas por haber expresado su opinión sobre la familia.
Ahora todo esto se convertirá en la norma porque ninguna empresa, escuela o institución pública podrá oponerse a esta nueva ideología sin ser considerada un enemigo del orden público. Por consiguiente, los cristianos tendrán dos opciones: o adaptarse o ser excluidos de la escena pública.
¿Cómo es posible que un país nacido de hombres que huían de un poder que limitaba su libertad haya llegado a imponer una “dictadura del pensamiento único”?
La ideología de género necesita que quién no la acepte sea considerado un beato intolerante. Todo esto es posible por lo que hemos mencionado antes: la distorsionada visión moderna acerca de qué es el ser humano y cuál es su destino. Si uno piensa que su destino depende de él mismo y no de un Creador, automáticamente el enemigo es aquel que quiere poner límites a su voluntad. Por consiguiente, la visión católica debe ser excluida del discurso público, lo que es realmente grave; la consecuencia de esto será la infelicidad y la destrucción de muchas personas.
Sin embargo, hasta hace poco disentir estaba admitido.
La nueva ideología ha conseguido que se acepte una analogía falsa, que hace coincidir la lucha contra la segregación racial del movimiento de los derechos civiles de los años sesenta con la lucha de la liberalización de la homosexualidad. De este modo, también las escuelas y las instituciones privadas, que en esos años fueron obligadas a aceptar a personas de raza distinta, hoy estarán obligadas a admitir como algo normal la homosexualidad. Es evidente que el error está en la premisa, aceptada siempre a causa del equívoco moderno, porque si la raza es una característica innata, la homosexualidad en cambio es una inclinación que desemboca en un comportamiento elegido.
En América asistimos a la creciente intrusión del Estado en diversos ámbitos. Basta pensar en el ‘Obamacare’, la reforma sanitaria de Obama, que prevé la obligación para todos los que ofrecen un empleo de ofrecer a sus empleados seguros médicos que incluyan el aborto y la anticoncepción. ¿Cómo justifica estas "invasiones" la opinión pública estadounidense, que ha sido siempre hostil al estatalismo?
Creo que todo forma parte de la misma ideología totalitaria. La argumentación a favor de estas acciones es la misma que encontramos en la base de las motivaciones adoptadas por los cinco jueces del Tribunal Supremo que han decidido la sentencia sobre el matrimonio homosexual. También esto es fruto de la gran desintegración de la razón a causa de la cual ya no entendemos cuál es el fin de la persona y de la sexualidad: si se acepta que el fin principal del acto sexual ya no es la procreación, entonces los métodos anticonceptivos no sólo son legítimos, sino un derecho que hay que garantizar para todos. Lo mismo vale para las uniones homosexuales.
¿Existe una alternativa a la adaptación a la corriente dominante?
Es evidente que estamos entrando en un periodo verdaderamente difícil. Debemos ser conscientes de que nos costará ser católicos en los Estados Unidos, pero también en otros países occidentales. La alternativa a la rendición silenciosa o al compromiso es la desobediencia civil. Creo que nosotros, para no desaparecer o convertirnos al mundo, tenemos una única posibilidad: ser mártires, es decir, testimonios de la verdad incluso a costa de una tremenda persecución.
“Yo moriré en la cama, mi sucesor morirá en la cárcel y su sucesor morirá mártir en una plaza pública”. Esta célebre frase del cardenal de Boston, Francis George, ¿es realista?
Sería demasiado fácil: emergería el carácter totalitario de esta ideología, que en cambio tiene un método peor. Como ha anunciado incluso el gobernador republicano de New Jersey, Chris Christie, si los sacerdotes, por ejemplo, se negaran a celebrar los "nuevos" matrimonios serían sencillamente privados de la posibilidad de hacerlo con efectos civiles. Todo así parece más aceptable y aparentemente indoloro.
¿No ve usted ninguna posibilidad de diálogo?
Con las personas sí. Pero hay que ser realistas: se puede dialogar sólo con quien está dispuesta a hablar y esto es algo imposible con un poder político que obedece a grupos de presión que no tienen ninguna intención de renunciar al propio objetivo totalitario. Debemos preguntarnos: ¿es razonable que el cuerpo sea sólo un artefacto biológico reducible a la voluntad o al deseo? Hay una tendencia a reducir el problema del ennoblecimiento de la homosexualidad a una cuestión moral, pero es más radical y profunda. El problema es sobre todo antropológico, un equívoco sobre qué es el ser humano.
¿La desobediencia civil es un camino que se puede recorrer?
Será necesario recorrerlo, porque nuestra vocación de cristianos es el amor al mundo: por lo tanto, tenemos que defenderlo recordando y reconduciéndolo a Dios. Y, como el Señor, tenemos que considerar la posibilidad del martirio que no es necesariamente el de la muerte en la cruz. Creo que las nuevas generaciones podrán conservar la fe sólo si la comunidad cristiana se une en esta lucha por la verdad, porque solos es imposible resistir frente a un poder tan violento.
¿Piensa en las minorías creativas de las que hablaba el Papa Benedicto XVI?
No pienso que como cristianos podemos retirarnos del mundo, aceptando un orden mundial legal que niega la creación y la verdad. Tolerar este régimen en silencio sería una traición a nuestra vocación de amor. Debemos ser testigos a toda costa. Por esto debemos reforzar la familia, la vida comunitaria, la vida de los movimientos eclesiales como Comunión y Liberación, por ejemplo. Y debemos educar, sin callar jamás la verdad y dirigiéndonos siempre al mundo, hacia el que tenemos una responsabilidad histórica.
Parece una llamada a la conversión ésta que hace usted.
Debemos convertirnos y, por lo tanto, profundizar la fe, renovarla. Debemos abandonar el individualismo y, por consiguiente, reforzar la oración y el sacrificio. Porque el modernismo nos ha afectado también a nosotros: hemos empezado a estar satisfechos de nuestra fe y a pensar que la cruz no era una parte tan necesaria de la misma. Y nos hemos debilitado: para salvar al mundo debemos imitar a Cristo y llevar la cruz con Él. La alternativa es rechazarla, apoyando al poder y perdiendo definitivamente la fe.
(Entrevista, publicada originariamente en tempi.it, traducida por Helena Faccia Serrano, parareligionenlibertad.com).
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