Entrevista al decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma)
El 25 de julio de 1968, el papa Pablo VI publicó la encíclica Humanae Vitae sobre la doctrina de la Iglesia en el matrimonio, la apertura a la vida, la anticoncepción y la paternidad y maternidad responsable, temas que siguen dando que hablar dentro y fuera de la Iglesia.
Para conocer mejor los fundamentos teológicos de este documento, su contexto histórico y sus implicaciones, ZENIT ha entrevistado al decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, Ángel Rodríguez Luño, quien afirma que “aunque la encíclica se refiere directamente al matrimonio, lo que estaba en juego era la visión global de la sexualidad”.
Hace casi cincuenta años que se publicó la encíclica ‘Humanae Vitae’ ¿Qué supuso en aquella época la publicación de este documento?
Pablo VI publicó la Humanae vitae dos meses después de los acontecimientos de mayo del 68, que desencadenaron entre otras cosas la “revolución sexual”. Existía una fuerte presión por parte de algunos medios de comunicación social y los expertos divulgaban predicciones demográficas pesimistas y alarmistas, que la realidad ha desmentido después. Algunos ambientes eclesiales sufrían una cierta desorientación, causada por interpretaciones abusivas del Concilio, y algunos de los que participaron en los estudios preparativos de la encíclica publicaron informes que no eran definitivos.
En este contexto Pablo VI, después de larga reflexión, reafirmó la visión cristiana de la sexualidad, en la que el Creador ha unido dos dimensiones de significado y de valor, que la encíclica llama “significado unitivo” y “significado procreativo”. Esta conexión no puede desarticularse sin que sufran ambas dimensiones, y no sólo la que se desea excluir.
Desde el punto de vista teológico, ¿fue revolucionaria? ¿en qué puntos?
Depende de qué se entienda por “revolucionaria”. Sustancialmente Pablo VI propone de nuevo la visión antropológica y moral que Pío XI, en su encíclica sobre el matrimonio, había considerado como “doctrina cristiana enseñada desde los orígenes y nunca modificada”. En este sentido la Humanae vitae no representa ninguna revolución.
Revolucionaria es la valentía con la que Pablo VI se opuso a unos estereotipos culturales ya entonces muy difundidos, que venían como impuestos, y que eran y siguen siendo nocivos para la vida de las personas casadas y para la cultura moral general. Aunque la encíclica se refiere directamente al matrimonio, lo que estaba en juego era la visión global de la sexualidad.
Para entender el contexto histórico, ¿qué llevó al Papa Pablo VI a escribir esta encíclica? ¿a qué era necesario dar respuesta?
Pienso que la delicadeza del problema y la complejidad del contexto llevaron a Pablo VI, estando aún abierto el Concilio, a ocuparse personalmente del estudio y de la resolución de esta cuestión. A la luz de la tradición moral de la Iglesia, nadie podía dudar que la anticoncepción es un comportamiento intrínsecamente desordenado. Existía una idea, en el imaginario colectivo, de que la anticoncepción consistía en manipular de algún modo la realización de la relación conyugal. Como la píldora anovulatoria (que como tal hoy casi no existe, porque la mayoría de los fármacos anticonceptivos tienen también otros efectos, además del anovulatorio) no modifica la relación conyugal, algunos se preguntaban si su uso debía considerarse siempre como un pecado de anticoncepción.
La cuestión no era por tanto si la anticoncepción es pecado o no, sino más bien si el uso conyugal de la píldora anovulatoria es o no anticoncepción. Esto obligó a precisar mejor la esencia de la anticoncepción, a la que Pablo VI se refiere cuando escribió: «queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación».
Por decirlo de modo gráfico: si se descubriese que tomar una naranja inmediatamente antes de la relación conyugal la cierra a la transmisión de la vida, quien tomase la naranja proponiéndose, como fin o como medio, hacer imposible la procreación cometería el pecado de anticoncepción. Empleo esta hipótesis irreal para hacer entender dónde está la anticoncepción, que no depende del hecho de que el fármaco anticonceptivo sea un producto artificial.
¿Cree que en la formación en el noviazgo falta profundizar en algunos aspectos de la ‘Humanae Vitae’?
Me parece que efectivamente en la formación que se da a los novios habría que estudiar con profundidad e integridad la Humanae vitae. Pero esto nos llevaría lejos. Me limitaré a una sola cosa que mi experiencia confirma continuamente. Cuando se estaba preparando la encíclica de Pablo VI algunos decían que la moral sexual cristiana acaba dañando el amor entre hombre y mujer y la estabilidad del matrimonio. La experiencia dice que hoy, en una cultura en la que se difunde el recurso a la anticoncepción y a las relaciones prematrimoniales, los fracasos de las parejas son cada vez más numerosos, así como también son más numerosos los fenómenos de violencia y de infidelidad.
Ciertamente a estos fenómenos pueden concurrir otras causas. Pero me sigue sorprendiendo que muchas parejas, que han tenido un periodo de noviazgo bastante largo, a veces excesivamente concentrado en los aspectos sexuales, después de casarse descubren que no se conocían bien. Hubieran podido hablar más y juntarse menos, porque esto último no siempre es comunicación y conocimiento. La mayoría de las veces, por el contrario, impide detectar y corregir el egoísmo propio y el de la otra parte.
Muchos de los temas abordados en este documento siguen siendo fuerte foco de debate social: aborto, fecundación artificial... ¿Con el paso del tiempo es aún mayor la ‘oposición’ a los fundamentos teológicos de la Iglesia respecto a estos temas?
Nuestra cultura ha seguido la evolución que todos conocemos. Señalar las causas por las que el cambio social ha tomado esta dirección requeriría una reflexión muy interesante, pero demasiado larga para esta entrevista. No cabe duda de que para algunos, también para algunos fieles católicos, resulta difícil comprender algunos aspectos de la moral cristiana. Quizá haría falta más empeño para explicarla mejor y más esfuerzo para entenderla mejor. Pero para mí es muy significativo que la mayoría de los fieles practicantes consideren muy positivo su propio esfuerzo por vivir la moral cristiana, aunque en alguna ocasión cometan errores.
Durante el Sínodo de los Obispos ¿se podría esperar modificaciones en algunas de las cuestiones planteadas en esta encíclica?
Los Pastores desean afrontar los problemas prácticos más urgentes para la familia desde la doctrina de la Iglesia. El Papa Francisco ha dicho más de una vez que él se considera ante todo un hijo de la Iglesia. Por eso, el núcleo esencial de la Humanae vitae, que como dije es una enseñanza propuesta desde los orígenes y que nunca se modificó, es la luz desde la que se afrontarán los problemas pastorales en el Sínodo. Cuestiones pastorales muy concretas, que se refieren a la sabiduría, misericordia y prudencia cristianas con que se han de tratar todas las situaciones que tienen que ver con personas, podrán encontrar a lo largo de Sínodo, con la ayuda de Dios, respuestas adecuadas a nuestro tiempo.
¿Por qué ha sido éste uno de los textos magisteriales más discutidos de las últimas décadas?
No cabe duda de que se trata de un punto difícil, en el que todos somos débiles si no sabemos apoyarnos en la gracia que Dios nos ofrece. Por otra parte, la oposición de la cultura dominante es fuerte, aunque no nueva. Como explicó en un libro estupendo Pierre Grelot, existía ya un choque entre las enseñanzas del Génesis sobre el matrimonio y el pensamiento religioso de la Mesopotamia, Siria y Canaán.
Estas religiones paganas sacralizaban la sexualidad humana a través de las dos conocidas vías de los mitos y de los ritos. En los mitos, la divinidad aparece como un conjunto de dioses y diosas, que van en parejas, y que en sus historias constituyen los arquetipos de los diversos aspectos de la relación hombre-mujer: fecundidad, amor-pasión, matrimonio. Están presentes, bajo nombres diversos, las figuras del dios-padre, de la diosa-madre, de la diosa-amante, etc.
La concepción politeísta permite, en definitiva, la disociación entre los aspectos esenciales de la sexualidad: fecundidad, amor, matrimonio. Cada aspecto es sacralizado por separado. No se verifica la integración en una institución como el matrimonio, condición exclusiva del amor y fecundidad moralmente buenos. Los ritos (de la fecundidad, la prostitución sagrada como culto de la diosa amante, las hierogamías, etc.) también realizan la misma disociación en el plano de las acciones, a través las cuales los hombres se unen a la divinidad y participan de su capacidad de amar o de ser fecundos.
La disociación de las diferentes dimensiones de la sexualidad humana sigue al paganismo y al neo-paganismo como la sombra al cuerpo iluminado por el sol. A mi juicio, esta es la explicación última de las dificultades actuales, que son profundas pero no insuperables. Veo con esperanza que entre las personas jóvenes que practican su fe cristiana estas cuestiones se entienden bastante mejor que entre los de mi generación.
Entrevista de Rocío Lancho García.
almudi.org
almudi.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario