La ONU, a través de su agencia del Fondo de Población (UNFPA), empleó su formidable maquinaria de transmitir mensajes al mundo para anunciar que en la medianoche del 30 de octubre nacería el habitante del planeta número siete mil millones. Y dio detalles: probablemente nacería en Asia o el norte de África. Llegó el día, y las televisiones de todo el orbe ofrecieron las imágenes de una niña filipina, a la que se puso el nombre de Danica Camacho, además de otros dos bebés nacidos en el mismo momento en otros puntos del globo, cuyos papás aspiraban a ciertos premios en forma de ayudas diversas, o incluso en metálico, destinados al afortunado poblador del mundo con un número tan redondo.
Obviamente, tomarse en serio este asunto es un insulto a la inteligencia, pues no hay modo de contar los pobladores de la Tierra uno por uno, ni de señalar la hora y el minuto del nacimiento del habitante número siete mil millones. Se trata simplemente de una campaña propagandística y emocional de las que acostumbra a lanzar la ONU cuando quiere transmitir un mensaje alarmante a la gente con tantos buenos sentimientos como poco espíritu crítico. Los ingredientes de la campaña están bien calculados: el recién nacido es niña; su apellido es español, y su nacionalidad, filipina, país asiático de cerca de 96 millones de habitantes, con aplastante mayoría católica (algo más del 80 por ciento).
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