La memoria de la bondad de Dios en la historia general, más concretamente en la historia de Israel, y todavía más en la historia de la Iglesia, "se convierte también en fuerza de esperanza" para cada uno en su historia personal
A veces lo más difícil no es perdonar a otro, sino perdonarse a sí mismo (esto es más fácil, y definitivo, si se cuenta con Dios). La película Camino a la libertad (Peter Weir, The way back, 2010) (ver trailer), ambientada en 1940, relata cómo unos fugados de un gulag en Siberia recorren 6000 kilómetros hasta la India. Un camino por un valle oscuro, guiados por la esperanza.
El líder del grupo, el polaco Janusz, anhela encontrarse con su esposa, para evitar que siga culpándose a sí misma, por haberle delatado bajo tortura. Los otros tienen también, cada uno, que perdonarse algo, con sus historias y sus esperanzas. La oración de todos, cuando alguno se va quedando en el camino, va jalonando esa aventura y drama que simboliza también nuestra existencia.
El director de la película manifestaba en el New York Times (7-I-2011): «Siempre me han fascinado las historias de supervivencia». Y explica: «Incluso en circunstancias que no son tan extremas, la pregunta sobre qué hace que alguien siga adelante, siempre es intrigante. ¿Para qué vivir? Quiero decir que todo ser humano puede desfallecer. Puedes echarte y morir. Hay algo dentro de nosotros que nos empuja, sea lo que sea».
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