Estamos asistiendo a una suerte de cabalgata de ideas y personajes debatiéndose en la noble tarea de configurar el gobierno. En principio, hemos de pensar bien de la gente, de todos. Por lo mismo, debemos suponer que cada participante en esta especie de torneo actúa para servir al país del mejor modo posible. 
Todo esto es bien distinto de que cada ciudadano español esté de acuerdo con las distintas propuestas. Es más, seguramente hay muchos que no participan por completo de ninguna de ellas. 



Sólo pueden buscar lo que consideren el bien posible en las actuales circunstancias. Sí se nos puede pedir a todos que sepamos discrepar procurando no herir. Acabo de leer una frase de Cortázar afirmando que, en nuestro país, de cada diez cabezas, nueve topan y una piensa. Quiero suponer que no es cierto.

Ahora bien, todos podemos echar nuestro cuarto a espadas en una opinión sin tizonas vejatorias de la dignidad de nadie. Tal vez no sea fácil aportar claridad a un debate cuando se persigue más destrozar al divergente de nuestra postura que buscar soluciones positivas y nunca exclusivistas. Con los resultados electorales, no es posible un gobierno viable que respete la dignidad de todos los que habitamos la piel de toro si buscan soluciones en su programa o en el que pacten con otros. Vista la diversidad, si se plantea un plan que sirva lo mejor posible a todos, éste debe de estar alejado de maximalismos que dejen fuera a la mitad del país. En este sentido, he de pensar que todos deseamos respetar la dignidad de las personas, como reza el título de estas líneas.
¿Cómo cuidar la dignidad de todas las personas desde posturas tan discrepantes? No me refiero ahora, aunque afecte también a esa protección, a la solución de los problemas económicos que pesan sobre nosotros con la losa del paro, de la corrupción, la deuda, la marginación social, las personas dependientes, etc. Y sé que no podemos apartar algo que tan directamente nos afecta, incidiendo en la dignidad personal. Todo eso es de difícil solución y es necesario continuar afrontándolo. Pero deseaba referirme más bien a los conceptos de persona, de sociedad y de Estado latentes en las varias propuestas que vamos oyendo. Respetando a todos, insisto, no puede ser idéntica actitud de un posmarxismo latente en los populismos, de una propuesta socialdemócrata, de Centro-derecha o incluso de algunos grupos más pequeños con planteamientos diferentes.
Yo deseo dar mi opinión tratando de molestar lo menos posible y desde la perspectiva en que me es dado hacerla. Y comienzo por algo arduo de digerir para algunos: el respeto al ser humano desde el momento de su concepción. Y para comenzar, afirmaré que no me parece un tema de derechas ni de izquierdas. Es más, pienso como muy poco de izquierda la falta de protección al ser más inocente e indefenso en el lugar que debía ser su sitio más seguro: el seno de su madre. Los partidos de izquierda han podido reemplazar su clásico papel de proteger al más débil, al marginado, al trabajador con sueldos vergonzosos, el derecho de huelga, un papel preponderante del Estado en aras de salvaguardar a los colectivos menos favorecidos. Más o menos, y sin intentar ser exhaustivo, vienen supliendo todo esto por el aborto provocado, la investigación con embriones vivos, eutanasia, vientres de alquiler, inseminación artificial, etc., etc.
No quiero decir con lo escrito en el párrafo anterior que los políticos de centro o derecha hayan hecho bien todo eso, ni mucho menos. El partido en el gobierno se dejó empujar por no se sabe quién para no cambiar precisamente la ley del aborto, que convirtió en un derecho lo que inicialmente era un dolor “necesario”. Pero sigamos con otro asunto: necesitan protección nuestros mayores para que todos puedan vivir dignamente el resto de sus días, incluido los dependientes ya citados, que no solamente son ancianos, sino enfermos, nacidos con minusvalías gracias a la valentía de unos padres que no quisieron matarlos. Los parados en cualquier edad que se encuentren no pueden quedar abandonados sin menoscabo de su dignidad personal.
Queda poco espacio para hablar de la sociedad, que será libre si lo son los individuos de cualquier tipo que la compongan. Hay unos elementos necesarios para que las sociedades menores puedan tener iniciativa en todos los campos, conforme al principio de subsidiaridad: no debe hacer el Estado aquello que puedan realizar estas sociedades o individuos. Es penoso que algunos lo entiendan completamente al revés. Esto vale para la escuela, la sanidad, la economía, los medios de comunicación, libertad religiosa y de asociación, sindicatos, etc. Una sociedad que seguramente abaratará los costes de muchas actividades que realiza o pretende realizar el Estado.
Ahí se insertarían los principios de solidaridad y de justicia con la destinación universal de los bienes, tal como ha repetido la Iglesia, el principio de que el trabajo es anterior al capital, la no proliferación de armas, principios humanitarios, libertad de las conciencias… A muchos nos gusta la vida, la libertad, la belleza, la verdad y el amor. Aquí hay que buscar el bien posible y viable.
Pablo Cabellos Llorente, en Las Provincias.