Decía Groucho Marx aquello de “disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”Cortés… no era muy cortés. Basta leer la definición del Diccionario de la lengua de la Real Academia Española.
Incluso si cruzamos los Pirineos, el escritor francés Jean de La Bruyère aludía a la cortesíacomo aquella forma de conducirse de modo que los demás queden satisfechos de nosotros y de ellos mismos.
Hoy quiero hablarte sobre algunos actos deamabilidadatenciónafecto, que pueden encajar −cuando menos− en ese concepto.
Más de una vez hemos coincidido acerca de la gran importancia de tener pequeños detalles. Pero ya te comentaba en una de mis últimas entradas (“10 pautas para tu mejora personal” −haz clic en el enlace−) que no es lo mismo predicar que dar trigo…
Así que, en ocasiones, en ese ámbito de tener detalles, ser delicado, atento… cabe decirse a uno mismo: “Necesitas mejorar”. ¿Te ha pasado?

Mi mujer no va mucho a la peluquería; pero cuando va le gusta que te des cuenta. Y entonces llega una pregunta

“Mírame, ¿no notas nada?” Uno empieza a fijarse en el vestido, los pendientes, el reloj, el bolso… ¡Pero era el pelo!
Otras veces no te formula la pregunta. Y no hay respuesta. Nadie se percata. Salvo ella.Ella sí que sí… de que los demás sí que no.
Así que hace algún tiempo lo tuve claro: “cuando me diga que va a la peluquería, me lo grabo en la cabeza con cincel. Y en cuanto llegue a casa, se lo digo. No se me pasa”.
Dicho y hecho. La ocasión la pintan calva. Me dijo que iba y frotándome las manos pensé: “esta es la mía”.
Al volver le comenté lo guapa que estaba (eso era verdad) y que qué bien la habían dejado en la peluquería. Su respuesta fue de dos palabras: “Estaba cerrada”. En mi cincelado cerebro aparecieron otras dos. No eran “tierra, trágame” pero parecido…Qué desastre.

Mi amigo Valentín

Traía esto a colación y me acordaba de lo que un amigo ingeniero informático, Valentín, me contaba hace escasas fechas: un empleado de una empresa había automatizado la totalidad de sus procesos de trabajo. Incluido un email dirigido a su mujer, si pasaban las ocho de la tarde y el ordenador estaba encendido, diciéndole que se estaba retrasando en el trabajo. Todo un detalle…
Lo pillaron porque un día faltó al curro y ¡todo seguía funcionando genial! Cuando el jefe se enteró no sabía si despedirle o subirle el sueldo. El empleado (que se decantaba, sin duda, por lo segundo) insistía en que el “haber automatizado todo” en modo alguno suponía que él no se volcase en supervisar su correcto funcionamiento.
La historia de este empleado, de este “ingenioso ingeniero” −no sé si era lo último−, de este esposo que avisaba puntualmente y por email de sus retrasos, me vuelve a llevar a la atención a los pequeños detalles y la cortesía.

Y otro amigo más

Tengo otro buen colega que cada día que me escribe por primera vez me pone:
“Estimado José,
Espero que estés muy bien”. A ello luego añade el contenido concreto del mensaje.
Alguno podría pensar que lo tiene “automatizado” en el ordenador, pero a mí no me cabe ninguna duda de que lo tiene en el corazón.
Es agradable leer −para eso hace falta que haya quien la escriba− una carta con ese encabezamiento. Y que se despida con “un saludo cordial” o con “un abrazo”. Ya decía no sé quién aquello de que la cortesía es como el aire en los neumáticos: no cuesta nada y hace más confortable el viaje…
Pero sigue habiendo gente sin querer enterarse. Eso sí, personas de quienes por los escritos que te dirigen tienes muy claro (bajo la firma) el rimbombante −o no tanto− cargo o cometido que desempeñan en la administración, en la fábrica, o donde toque. Y eso está muy bien siempre que no sea, ni mucho menos, para que no se te olvide. O para que uno sepa “con quién está hablando”.
Y yo, mientras, sigo pensando que, si lo anterior no sobra, la ausencia de “un abrazo” o de “un saludo cordial” en una carta, en un email, puede decir mucho más de ti que el membrete de tu cargo. Aunque seas ministro, CEO, o lo que te dé la gana.
Pues eso: Un saludo muy cordial. Qué digo un saludo, ¡un abrazo!
Y por cierto, ¡qué bien te han dejado en la peluquería!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.