«Aunque se deban a todos —señala el Concilio Vaticano II—, los presbíteros tienen encomendados de manera especial a los pobres y a los más débiles, con quienes el Señor se presenta asociado y cuya evangelización se da como prueba mesiánica» (Decreto sobre los Presbíteros, n. 6).
Así debe ser como consecuencia de su identificación con Cristo, especialmente en la Eucaristía. Lo explicó Benedicto XVI, al responder a una pregunta que le hizo un sacerdote japonés, en la vigilia de la conclusión del Año sacerdotal: cómo vivir el culto eucarístico, sin caer en un clericalismo o en un alejamiento de la vida cotidiana de las personas.
El Papa le respondió yendo al punto central: «La Eucaristía no es cerrarse al mundo, sino precisamente la apertura a las necesidades del mundo». En la Eucaristía se manifiesta de modo plano y total el abajamiento de Dios y su abandono: su salida de sí mismo por amor nuestro. En la Eucaristía el sacerdote está para que todos los cristianos participemos de esa «aventura del amor de Dios», al dejarnos atraer a la comunión del único pan, del único Cuerpo:
«Así debemos celebrar, vivir, meditar siempre la Eucaristía, como esta escuela de liberación de mi ‘yo’: entrar en el único pan, que es pan de todos, que nos une en el único Cuerpo de Cristo. Y por tanto, la Eucaristía es, de por sí, un acto de amor, nos obliga a esta realidad del amor por los demás: que el sacrificio de Cristo es la comunión de todos en su Cuerpo. Y por tanto, de esta forma, debemos aprender a vivir la Eucaristía, que es además lo contrario del clericalismo, de cerrarse en sí mismos». Y ponía el ejemplo de Madre Teresa de Calcuta, que se dio a los más pobres a partir de la oración ante el Sagrario.
Ramiro Pellitero
ReligionConfidencial.com
ALMUDÍ
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Así debe ser como consecuencia de su identificación con Cristo, especialmente en la Eucaristía. Lo explicó Benedicto XVI, al responder a una pregunta que le hizo un sacerdote japonés, en la vigilia de la conclusión del Año sacerdotal: cómo vivir el culto eucarístico, sin caer en un clericalismo o en un alejamiento de la vida cotidiana de las personas.
El Papa le respondió yendo al punto central: «La Eucaristía no es cerrarse al mundo, sino precisamente la apertura a las necesidades del mundo». En la Eucaristía se manifiesta de modo plano y total el abajamiento de Dios y su abandono: su salida de sí mismo por amor nuestro. En la Eucaristía el sacerdote está para que todos los cristianos participemos de esa «aventura del amor de Dios», al dejarnos atraer a la comunión del único pan, del único Cuerpo:
«Así debemos celebrar, vivir, meditar siempre la Eucaristía, como esta escuela de liberación de mi ‘yo’: entrar en el único pan, que es pan de todos, que nos une en el único Cuerpo de Cristo. Y por tanto, la Eucaristía es, de por sí, un acto de amor, nos obliga a esta realidad del amor por los demás: que el sacrificio de Cristo es la comunión de todos en su Cuerpo. Y por tanto, de esta forma, debemos aprender a vivir la Eucaristía, que es además lo contrario del clericalismo, de cerrarse en sí mismos». Y ponía el ejemplo de Madre Teresa de Calcuta, que se dio a los más pobres a partir de la oración ante el Sagrario.
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