Hablamos de Beda, Gibbon y Dawson
El 25 de mayo de 1970 fallecía Christopher Dawson, el más destacado estudioso de la historia de la cultura cristiana en el siglo XX, en una curiosa coincidencia de fechas con la fiesta de san Beda el Venerable (672-735), el cronista de la conversión al cristianismo de anglos y sajones, y el divisor de la cronología en un antes y un después de Cristo...
Christopher Dawson sentía un gran aprecio por aquel monje considerado como el primer historiador de las Islas Británicas, que fue también y, sobre todo, un gran teólogo y comentarista de las Escrituras, así como un difusor de las enseñanzas de los Padres occidentales: Ambrosio, Agustín, Jerónimo... Dawson valoraba una gran aportación de Beda para cualquier historiador: ser el primero en marcar la división del tiempo en un antes y después de Cristo, mucho antes de que Carlomagno y el papado utilizaran este criterio cronológico, y fue precisamente su condición de teólogo la que hizo posible este cambio trascendental para medir el tiempo.
En efecto, con Cristo, el tiempo es lineal y el fatalismo del eterno retorno desaparece para siempre. Ese fatalismo había existido en el mundo grecolatino, donde se podía concluir que todo esfuerzo era inútil y que había que aceptar la invitación a una vida disipada y frívola, con el afán de recoger con avidez todos los frutos de los árboles antes de que la existencia se apagara para siempre. Tampoco los pueblos germánicos, sucesores del poder romano, escapaban del fatalismo, dada su atracción supersticiosa hacia las fuerzas de la naturaleza. De ahí la importancia de la evangelización en los primeros siglos, ya fuera a los romanos o a los bárbaros, pues el anuncio de Cristo, el Dios hombre, implicaba una liberación del poder del hado y resaltaba la dignidad del ser humano como imagen de Dios.
Se puede decir que Dawson admiraba en Beda el haber sabido unir el culto y la cultura, su acercamiento a Cristo por la contemplación y el estudio. Un antiguo texto benedictino define con certeza lo que fue la vida del monje: «Siempre leía, siempre escribía, siempre pensaba, siempre rezaba».
Antonio R. Rubio Plo
ALFA Y OMEGA
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