Los derechos de los transexuales están ganando peso en las reclamaciones
del colectivo LGTB. En cierto sentido, es lógico: la transexualidad
representa una ruptura entre sexo y género aún más gráfica que la
homosexualidad, y es por tanto un claro escaparate para la ideología de
género en su vertiente más radical.
Una vez las autoridades han reconocido esta ruptura entre sexo
biológico y género, no es fácil poner una barrera a los derechos
relacionados con la identidad sexual. Un claro ejemplo es Suecia. Fue
uno de los primeros países de Europa en reconocer el matrimonio
homosexual. En 2011 la Junta de Salud y Bienestar eliminó la
transexualidad de la lista de trastornos médicos. A comienzos de este
año, el gobierno dictó una serie de normas contra la discriminación de
los transexuales.
Una de ellas eliminaba el requisito de que las
personas cuya “identidad sexual” difería del sexo biológico con el que
habían nacido tuvieran que pasar por una operación de cambio de sexo
para que se reconociera oficialmente su nueva identidad. Es decir, que
la transexualidad se convertía legalmente en un concepto exclusivamente
mental, una decisión interna sin repercusión física.
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