"Otro
Pedro vendrá, con sus redes en la espalda, nuevo obispo de Roma y nuevo
padre para la familia de los hijos de Dios. Y a Benedicto XVI, que pasa
la barca de San Pedro a su sucesor, le decimos de todo corazón:
¡Gracias, santo padre, perdón por nuestras faltas de correspondencia a
sus silbidos de buen pastor, y le rogamos que no cese de ayudar al
pueblo de Dios con la fecundidad de su pensamiento y su oración!"
«No os dejaré huérfanos» (Juan
14,18), dijo Cristo a los apóstoles: les prometió que les enviaría el
Espíritu Santo, que a su vez les haría más plenamente hijos de Dios
Padre. No os dejaré huérfanos: son éstas las palabras que me vienen al alma mientras se acaba un pontificado. Benedicto XVI
no nos deja huérfanos, porque sigue vivo su magisterio, porque nos
acompañará con su oración y con su afecto paterno, porque cada día se
hace más fuerte su figura de Buen Pastor y, finalmente, porque el
Espíritu Santo seguirá guiando a su Iglesia con un nuevo Romano
Pontífice.
El
rico magisterio de Benedicto XVI manifiesta su extraordinaria capacidad
de conjugar verdades profundas con palabras sencillas. Ha aprovechado
el aparente “eclipse de Dios” para invitarnos a redescubrir el sentido de Dios, Creador y Redentor, que actúa siempre en nuestro mundo.
Nos
ha recordado con fuerza la esencia amorosa de Dios y, por consiguiente,
la razón de ser del hombre y su camino, que, en este Año de la fe,
encuentra una referencia segura en el catecismo de la Iglesia Católica y
en su compendio, frutos del Concilio Vaticano II en los que el cardenal
Ratzinger
jugó un papel fundamental. El catecismo de la Iglesia Católica nos
invita a contemplar y vivir la Iglesia como Comunión de los santos,
donde ningún bautizado se siente extranjero y donde se aprende a
ejercitar la caridad en la verdad.
En
su homilía de inauguración del ministerio petrino, Benedicto XVI nos
invitó a caminar hacia la amistad íntima con el Hijo de Dios, de la que
todo depende. Dios habla y responde a nuestras cuestiones: no se
desinteresa de nosotros. Recuerdo cómo, con ocasión de la canonización
de San Josemaría, el entonces cardenal Ratzinger glosaba la expresión “Opus Dei”, Obra de Dios:
el sentido profundo de esas palabras consistía en dejar actuar a Dios,
porque la vida del cristiano se traduce principalmente en ese querer que
la gracia y la caridad de Cristo operen en su propia existencia.
Así,
cobra también relieve su reflexión sobre el espíritu de la liturgia
que, al expresar la conexión íntima de la Palabra con el Pan
eucarístico, añade la dimensión esencial de adoración, y resuelve por
elevación tantos debates. La participación del cristiano en la
Eucaristía es, antes que nada, interior, pues en la liturgia Dios toma
la iniciativa: lo que vivimos en la Misa es performativo, siempre nuevo,
porque allí Cristo nos transforma.
Al final de un día de trabajo agotador, un cercano colaborador invitó a Juan Pablo II a no excederse. «Después de un Papa viene otro»,
fue su respuesta. Por eso, también ahora estamos serenos y, llenos de
esperanza, en las manos de Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra:
la Sede de Pedro
será siempre principio y fundamento de la unidad de la Iglesia, y firme
punto de referencia para el mundo. El Papa ha tomado una decisión
libre, deliberada en la oración, para el bien de la Iglesia; por eso,
hemos recibido esta pena con actitud cariñosamente filial y respetuosa.
El mismo Benedicto XVI nos ha asegurado que continuará ayudándonos con
su oración: una plegaria en la que todos los hijos e hijas de la Iglesia
podremos descansar confiadamente, como en los años de su Pontificado.
Doy
gracias a Dios por las diversas oportunidades en las que Benedicto XVI
me ha recibido, como prelado del Opus Dei. Me conmueve ahora pensar en
su sencillez y disponibilidad, en su acogida bondadosa, en su capacidad
de escucha, en su interés por las noticias sobre la expansión apostólica
de la Prelatura. He palpado su atención, como auténtico profesor
universitario que era, cuando se le hablaba de alguna iniciativa de
carácter más intelectual o del trabajo al servicio de los enfermos
terminales o de otras personas que se encuentran en dificultad.
Como
puede observarse en los reportajes televisivos de sus audiencias, el
Papa no dudaba en tomar paternalmente, entre sus manos, la de su
interlocutor, transmitiendo ánimo con cariño y aliento, con gestos
atentos y pacientes: sí, es un verdadero padre, que vibra con la labor
de evangelización que tantos cristianos realizan en todas las latitudes.
Hay otras palabras de Cristo que vienen espontáneamente a mi memoria: «Ahora os entristecéis», dice Jesús al confortar a los que va a dejar, pero les profetiza: «Se os alegrará el corazón, y nadie os quitará vuestra alegría» (Juan
16, 22). Secundando la invitación de Benedicto XVI en su Ángelus del 17
de febrero, rezamos ya por el próximo Papa. ¿Sentirnos huérfanos? ¡No!
El Espíritu Santo actúa en este tiempo de la Iglesia. Otro Pedro vendrá,
con sus redes en la espalda, nuevo Obispo de Roma y nuevo Padre para la
familia de los hijos de Dios. Y al papa Benedicto XVI, que ahora está a
punto de pasar el timón de la barca del pescador de Galilea a su
sucesor, le decimos de todo corazón: ¡gracias, Santo Padre, perdón
por nuestras faltas de correspondencia a sus silbidos de Buen Pastor, y
le rogamos que no cese de ayudar a todo el pueblo de Dios con la
fecundidad de su pensamiento y de su oración!
Javier Echevarría es prelado del Opus Dei
ABC / ALMUDI
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