Benedicto XVI: "Entre vosotros está el futuro Papa al que desde hoy ya le prometo mi reverencia y obediencia incondicional".
Benedicto XVI ha hecho un gesto de obediencia a quien le sucederá en
la sede del apóstol san Pedro, a quien continuará esa linea de Romanos
Pontífices, que no terminará hasta que acabe el tiempo, hasta que se
cumpla "el misterio de Dios".
Un gesto de obediencia, en este tiempo de sede vacante, que a mi me gusta ver
como una invitación a todos los creyentes en Cristo, para que
reverdezcamos el sentido de una profunda unión con Pedro, con la roca
que representa Pedro, con la roca que es Cristo. "Ubi Petrus, ibi
Ecclesia", dice el dicho latino clásico. La unión con Cristo, y así lo
ha querido el mismo Cristo, es unión con Pedro: "El que a vosotros oye, a
mi me oye, y el que a vosotros desecha, a mi me desecha, y el que me
desecha a mí, desecha al que me envió" (Lc. 10, 16).
Benedicto XVI sabe que dentro del cuerpo de la Iglesia no faltan las
divisiones, las incomprensiones -las ha sufrido en su carne y en su
espíritu-; y las insidias de bandos que, movidos de una manera o de
otra, por el mismo diablo, hacen que la corriente de autoridad de Fe y
de Gracia que han de unir Roma con el último rincón de la tierra, esté a
veces interrumpida.
"El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia.
Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue
actuando; es el que insidia el equilibro moral del hombre, el pérfido
encantado que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de
la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de las
confusas relaciones sociales, para introducir en nosotros las
desviaciones que, con engaño, nos apartan de las grandes y nobles
aspiraciones de nuestro espíritu" (Pablo VI, 15-XI-1972).
Ya en la tercera tentación en el desierto, el diablo ofreció el mundo
a Cristo, a cambio de una adoración. Aunque el hombre había pecado, el
mundo seguía siendo bueno, y de Dios. El diablo quiere apropiárselo
engañando a los hombres, y a veces consigue que los hombres le "adoren":
"Muchas veces los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a
razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo
falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador" (Lumen Gentium,
n. 16).
El demonio, para hacer el mal y más dentro de la Iglesia, necesita la
cooperación de los hombres, y los encuentra. Lo recordó también Pablo
VI al referirse al "humo de Satanás en la Iglesia".
Este engaño diabólico persiste, y dentro de la Iglesia se manifiesta
de manera muy particular, en la desobediencia. Y no sólo en no seguir
indicaciones y directivas de Magisterio ordinario, sino incluso ante
afirmaciones más solemnes; por no decir que osa en ocasiones poner en
tela de juicio hasta los mismos dogmas. Viendo estas afirmaciones
dogmáticas como un atentado a la libertad de investigación, y no como lo
que verdaderamente son: luces, cauces para orientar la investigación
teológica.
Benedicto XVI ha tenido que llamar la atención a personas -también
instituciones- dentro de la Iglesia que se han opuestos a indicaciones
litúrgicas y han querido "inventarse la liturgia"; a personas -también
teólogos- que han querido interpretar a su manera el dogma de la
virginidad de María -"virgen antes del parto, en el parto, después del
parto"-; a personas -también sacerdotes- que han querido interpretar la
Resurrección en un sentido no realista, como realmente fue; ha tenido
que soportar las insidias, levantadas cada cierto tiempo por el mismo
diablo, en contra de la cuestión ya zanjada por Juan Pablo II sobre la
no ordenación sacerdotal de mujeres; por no añadir todas las polémicas
sobre el celibato de lo sacerdotes.
Benedicto XVI habrá recordado tantas veces a lo largo de su
Pontificado, el gesto inteligente y humilde de uno de sus profesores,
que supo corregir su opinión acerca de la proclamación del dogma de la
Asunción de María al Cielo, reconociendo que si la Iglesia lo
proclamaba, él abriría su inteligencia, creería, porque la Iglesia era
mas sabia, y recibía más luz de Dios.
Prosiguen las consideraciones sobre las "características" del nuevo
Papa. Simples elucubraciones en el vacío. Yo las cambio en oraciones
pidiendo al Señor que el Papa sea Pedro, y todos obedezcamos a la
autoridad de Pedro, de Cristo.
Ernesto Juliá Díaz
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