Una gran sorpresa y una mayor conmoción. La noticia de la renuncia de
Benedicto XVI ha estallado como un rayo en cielo raso. Da que pensar que
el inesperado y voluntario adios del Papa –un anciano
de 85 años cuya reconocida autoridad mundial asienta en no tener los
poderes de los poderosos de la tierra- concentre la atención de todos
los medios de comunicación y pase a ser la conversación principal de la
cancillerías y de la calle.
Basta observar los tonos de la voz del
portavoz Lombardi para presumir que no la esperaban los círculos
vaticanos más altos y próximos, si bien algún sector venía sugiriendo su
posibilidad y hasta su oportunidad
de forma muy sutil o, si se prefiere, “curial y vaticana”.
No sería
extraño que la conociera su hermano, que esta misma mañana ha confirmado
saber el quebranto de fuerzas de Benedicto XVI, aunque es muy probable
que la decisión, después de meditada ponderación íntima, la haya tomado
el Papa a solas con súbita resolución. Forma parte de la personalidad de
Benedicto XVI –claridad, profundidad, valentía- terminar una
deliberación concienzuda y discretísima con una resolución rápida y
audaz.
Las claves del texto de renuncia
Benedicto XVI nunca ha escrito para la cortesía y la retórica; siempre escribe lo que ha pensado mucho y en profundidad y, en todo caso, manifestando con claridad sus convicciones. Y por eso el texto de renuncia le retrata. La primera clave es
“haber examinado ante Dios reiteradamente su conciencia”. O sea: muchas
veces, mucho tiempo, su conciencia personal ante Dios. No ante los
hombres, ni por lo que pudiera venirle del ruido mundano y vaticano.
Bravo.
Segunda clave: dados los achaques de la vejez y el
vigor de cuerpo y espíritu que requiere la navegación de la barca de
Pedro en un mundo globalizado y tan complejo como el actual, Benedicto
XVI confiesa que –pese a su disposición al sufrimiento-, debe reconocer
su “incapacidad” para ejercer “bien” su ministerio y por ello anuncia su
renuncia a fecha fija e inmediata: el 28 de febrero a las 20 horas.
Puntualidad teutona, pero sobre todo humildad, desapego del poder,
servicio al bien de la Iglesia, valentía y audacia. Chapeau.
Tercera clave: ¿Por qué, en su conciencia ante Dios,
se ha convencido de que ahora para la Iglesia, mejor que un testimonio
de sufrimiento, limitaciones y pérdida progresiva de la facultades hasta
la muerte natural, es mayor bien y servicio la renuncia? Entre otros
motivos que ignoramos, por íntimos e incomunicables, porque entiende que es ahora cuando conviene un súbito conclave y un sucesor tan inmediato y tan nuevo como lleno de vigor. Para entenderlo le basta al lector suponer lo que Benedicto XVI ha supuesto, en conciencia con Dios: ¿que
podría sucederle a la Iglesia si el sector de métodos más intrigantes,
más ambiciosos, más contaminados y menos evangélicos dispusiera de un
periodo de vejez incapacitada del Papa –sin fuerza para
gobernar y para enterarse de lo que ocurre- para condicionar una
sucesión y enmarañar un conclave que ahora, este sabio y audaz Papa les
ha precipitado -esta es la gran sorpresa y conmoción- para el inmediato
marzo, “ganándoles por la mano”. Si añadimos esta clave, la inesperada
renuncia papal adquiere luz de inspiradísimo acto de gobierno y de
abnegado acto de servicio. Cortar a tiempo y por lo sano. Sorprender al
enemigo. Ambos actos postreros, pero grandes. Bravísimo.
Sede vacante
El canon 332,2 del vigente Derecho canónico permite la renuncia con tal
que sea libre y manifestada en forma pública, la cual no necesita la
aceptación de nadie para ser válida e irreversible. A partir de la 20
horas del próximo 28 de febrero, la sede de Pedro – la sede episcopal de
Roma, el Primado de la Iglesia Universal y la jefatura del Estado del
Vaticano-entrará en un interregno que se denomina sede vacante. De los
asuntos meramente ordinarios de gobierno –con fuertes limitaciones- se
encargará el Colegio cardenalicio, ya en forma de congregación
particular, que presidirá el cardenal camarlengo –hoy Tarsicio Bertone-
acompañado por tres cardenales asistentes, que por sorteo se renuevan
cada tres días, ya en forma de congregación plenaria formada por todos
los cardenales llegados a Roma y presidida por su decano. El Colegio
cardenalicio realizará los preparativos del cónclave que deberá reunirse
antes de los veinte días posteriores al inicio de la sede vacante.
Serán electores los actuales cardenales con edad inferior a los ochenta
años.
Benedicto XVI no podrá participar en dicho conclave y según informaciones solventes desea retirarse a un convento para dedicarse a la oración y a su viejo oficio de teólogo escritor.
La historia, a la que estos días asistimos en primera fila de butacas,
reconocerá la profundidad de su pensamiento y la grandeza de su
abnegación.
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