El hombre sitúa bien, y con precisión, el lugar del cerebro en el conjunto del cuerpo humano. Analiza y distingue muchas partes que componen este maravilloso rincón de nuestro organismo. Ahora están investigando más y más los movimientos de las neuronas.
No sé si algún día el hombre alcanzará a seguir, y millonésima de
milímetro a millonésima de milímetro, el andar de cada una de los cien
mil millones de neuronas -tomo el dato de un artículo que se pretende
científico- que se mueven por el cerebro.
El hombre se puede encontrar más o menos nervioso, contento, sereno,
intranquilo, con paz, ante el movimiento algo incontrolado, que le hace
presente quizá cuando menos lo espera, de "algo" que palpita en su
interior, y que el común de mortales conocemos con el nombre de
Conciencia del Yo. Una realidad que le induce a pensar, a juzgar a
considerar las razones y los motivos de sus actuaciones.
¿Por qué levanta su "voz" esa Conciencia del Yo? ¿Acaso no le
bastaría al hombre saberse una buena máquina, regida por movimientos de
neuronas, que van respondiendo a impulsos, que se conectan entre ellas,
sin más motivos ni razones que su simple impulso de conexión, que
tampoco tendría una explicación clara, salvo la de darse?
El articulista admite que "sigue sin saberse cómo de la materia
pueden surgir las ideas", y da la impresión -que me perdone si mi
interpretación es errónea- de que da por supuesto que las ideas surgen
de la materia, aunque todavía los científicos no han conseguido
establecer el camino y los cauces de ese supuesto "surgimiento".
Y siguen buscándolo.
En una reciente conversación con una científica de reconocida fama
mundial en cuestiones de investigación biomédica, me reconocíó que es
muy probable que la mayoría de los científicos, hombres y mujeres, se
pregunten alguna vez en su vida, si existe Dios Creador.
Las neuronas se pueden conectar entre ellas; no podrán nunca darse
sentido a si mismas de esa conexión. Los millones de neuronas de la
corteza blanca del cerebro podrán acumular todos los datos de
sentimiento, emociones, pensamientos, ideas. No podrán nunca explica la
razón, el por qué de esos sentimientos, de esas emociones, de esas
ideas, de esos pensamientos.
Refugiarse en decir, como alguno ha hecho: "Ud. no es más que un
manojo de neuronas", no pasa de ser una afirmación nada científica,
sencillamente porque no es falsable, y no se puede demostrar. O sea, una
afirmación que carece de valor alguno.
Y el ser humano, con todas las neuronas de su cerebro en activo, ama y sufre, ¿por qué?
"El cerebro no tiene sentimientos" admite un famoso psiquiatra.
"Quien siente y ama es el hombre, es el Yo, es la Persona". Y es lógico
que en todos los momentos de su vivir, la Persona se apoye en su
cerebro y en todos su órganos, para pensar y amar; para gozar y sufrir
para contemplar la belleza del universo y de una rosa; para agradecer el
amor de otro ser humano.
Y entonces, su Conciencia comienza a vislumbrar un cierto sentido de
su vivir, que irá descubriendo paulatina y personalmente. Ese "sentido"
que niega algún científico que quiere reducir el ser humano a un
conjunto de neuronas, a un "simple mecanismo", y que el mismo Einstein
admite con estas palabras: "Dios puede ser refinado, pero no malvado, y
la ausencia de finalidad en la naturaleza sería un rasgo inequívoco de
maldad"
Mi interlocutora científica abre la mente más allá de la ciencia.
Sabe que el hombre no agota su capacidad de conocer y desentrañar la
realidad con la razón científica. Y me recordó el texto de la Creación:
"formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el
rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado".(Gn. 2, 7)
"Aliento de vida de Dios". Esta es la grandeza, la belleza, la
riqueza del hombre, que da sentido al movimiento de los cien mil
millones de neuronas que se conectan en nuestro cerebro, y hacen posible
que el hombre, espíritu en cuerpo, se sirva de las neuronas para
pensar, para engendrar ideas y amor. Las ideas no surgen de la materia;
la materia cerebral, en este caso, hace posible que el hombre piense;
está al servicio de que el hombre "engendre" las ideas.
Filosofía y ciencia; poesía y realidad del vivir; ciencia y
transcendencia; razón y fe; hombre y Dios. ¿Llegará el hombre a
establecer esa armonía en su cerebro? Sí. No tengo duda; y entonces la
Conciencia del Yo se desbordará en una profunda acción de gracias a su
Creador.
Ernesto Juliá
RELIGIÓN CONFIDENCIAL
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