"La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud".
Benedicto XVI escribió estas palabras en su reciente mensaje para la
Cuaresma que comenzara el miércoles. Y con la misma fe, ha escrito el
primer párrafo de su comunicación a los Cardenales:
"Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia,
he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo
fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy
consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe
ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en
no menor grado sufriendo y rezando".
Y después de esta afirmación neta, la explicación de su gesto:
"Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y
sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para
gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario
también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los
últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi
incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado".
Surgirán enseguida los comentarios, las interpretaciones, las
consideraciones variadas sobre los motivos, lo que pueda haber detrás
de un gesto así, repetido solamente cuatro veces en la historia de 2.000
años de la Iglesia antes de ahora. En mi cabeza han sonado las
palabras de Moisés, al despedirse de su pueblo:
"Yo tengo ciento veinte años, ya no puede andar de un lado para otro;
además, el Señor me ha dicho que no cruzaré el Jordán. Es el Señor, tu
Dios, quien lo pasará delante de ti".
Benedicto XVI, consciente de su pérdida de vigor; y después de haber
gobernado la Iglesia desde 2005 con mano fuerte y decidida; después de
haberse enfrentado con problemas graves internos dentro de la Iglesia,
en los que ha tenido que cortar cosas mal hechas, pedir perdón por
faltas graves de eclesiásticos; destituir a personas de sus cargos,
etc., etc. , deja su "ministerio", humildemente, en las manos de Aquel
que un día se lo otorgó:
"Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia".
Benedicto XVI es hombre de oración, y, sólo ante Dios, en diálogo de "tú
a Tú con Dios", como Moisés, le dice a Dios: confía tu pueblo, tu
Iglesia, a otro a Quien tu elijas.
Todas las cábalas humanas sobre este gesto de un hombre de Fe, como
Benedicto XVI, son pérdidas de tiempo, y divagaciones inútiles. Una
decisión así, un hombre como él, solo la toma mirando a los ojos a
Cristo Resucitado; y consciente de que quien gobierna la Iglesia, es
Quien la fundó: Nuestro Señor Jesucristo, no "un tal Jesús"; sino
Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Y que Quien vela por ella,
para que "las fuerzas del infierno no prevalezcan" es el Espíritu
Santo.
Benedicto XVI ha dado una señal de Fe, en la línea de los grandes
santos y patriarcas. Y no deja de reconocer que el ministerio petrino,
el Papado, se ha de llevar también "sufriendo y rezando". Juan Pablo II
terminó su pontificando arrastrando su cuerpo, y anhelando llegar a la
"casa del Padre". Benedicto XVI, ¿cómo lo termina?; reconoce su
"incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado";
pide perdón por sus "defectos"; reza por la persona que el Espíritu
Santo elija para regir la Iglesia, y lo encomienda a la materna bondad
de la Santa Madre Dios.
Un gesto de Fe, de Humildad, que enriquece todavía más la gran Catequesis de Fe con la que había iniciado este Año de la Fe.
Ernesto Juliá Díaz
Religión confidencial
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